Aquí estamos otra vez, en las vicisitudes del regreso, mochila, portafolio, o bolsa en mano, llaves, cartera, cubrebocas puesto, lonchera (si fuera el caso), ahora, al menos para mí y sé que para muchas y muchos colegas más, computadora, bocina, plumones, libros, audífonos, micrófono, chamarra, suéter, termo con café, reloj, teléfono, se hace tarde, agarras todo, crees que está todo listo, abres la puerta, la cierras ,quedito (chiste local), das un paso, te alejas de casa, y recuerdas, EL PINCHE GEL ANTIBACTERIAL.
Nuestra vida gira ahora en ese círculo interminable de cosas por llevar y una de ellas, que va a todos lados más por una percepción de seguridad que por uso, es la botellita de gel. Grande, chica, no importa. Tampoco es necesario, en todos lados (no exagero) hay gel, es más, podría decir que casi cualquier persona podría convidarnos de su gel.
Pero, ¿por qué lo necesitamos?, ¿qué lo hace indispensable?, ¿en verdad hace falta? Todas las respuestas son afirmativas, sí lo necesitamos, sí es necesario, pero más que para las manos, nos hace falta para la paz mental, por la construcción simbólica de la certidumbre.
Esa sensación de tranquilidad que sólo nos da una botellita de gel antibacterial en la bolsa y que usamos, al menos en mi caso, todo el tiempo. Cuando me subo al coche, cuando me bajo, cuando llego, cuando me voy, cuando me quito el cubrebocas momentáneamente para darle un sorbo al café, cuando me lo pongo de nuevo, total que ando con el gel todo el tiempo y sé que ustedes también. Y olvidarlo, implica, en estos días, regresarte obligadamente.
No traerlo genera una suerte de incertidumbre difícil de sortear y difícil de dejar pasar. La última vez que se me olvidó, regresé por él y entonces olvidé el teléfono y así hasta que se incorpore en nuestras respectivas rutinas.
Esas prácticas repetidas que tenemos para salir de casa y que son distintas en cada caso, incluyen ahora, una botellita de gel. Y me atrevo a decir que esto último, es en todos los casos. Esto sin contar la nueva dinámica de limpieza cuando uno regresa a casa, aunque eso ya se los contaré en otra entrega.
Hoy quiero seguir con la idea de incertidumbre en la sensación de haber olvidado algo indispensable como el gel, pero que no lo es tanto, porque acá entre nos, no es el gel, somos nosotros. Porque quienes pensamos que estamos expuestos y a la deriva por no usar gel antibacterial (aunque sería más útil lavarnos las manos) somos nosotros y nuestra idea de seguridad. Esas certezas que perdimos cuando nos dimos cuenta que existía un virus que podía quedarse en nuestra vida cotidiana y que confirmamos ahora, un cubrebocas y una botella portátil de gel a la vez.
Esa percepción de seguridad que extraviamos y que ahora tenemos en claro que no volverá, porque nuestra vida cambió y no hay marcha atrás. Lo que hay ahora es una construcción social de una nueva certeza, que incluye claro está, el gel que no podemos olvidar, y que si olvidamos, nos regresamos a casa por él. Esa falta de seguridad claro que es aprovechada por todos los negocios, oficinas y escuelas, porque ¿qué sería de cada uno de ustedes si no se echan un chorro de gel en las manos?
Por último, al menos podemos estar tranquilos y tranquilas de que los tapetes secos en las entradas de los lugares no volverán, aunque el termómetro se quedara un rato más, y eso sí, el gel vivirá en nuestros bolsillos, porque no es el gel, es la percepción de seguridad y la certeza que nos da lo que nos va a acompañar los próximos meses, y quizás, luego de una pandemia tan prolongada, hasta años.
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