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Telarañas digitales: El abandono digital

Por Boris Berenzon Imagen de Diana Olvera
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Pocos vicios parecen tan presentes en la paternidad —o en la maternidad, según corresponda— como el abandono. Múltiples caras adopta este fenómeno y no necesariamente ocupa el disfraz del jefecito santo que un buen día baja a la farmacia por cigarros y no vuelve más. Hay muchas formas de abandonar para las que no se necesita ni siquiera salir de casa. 

A lo largo de la historia, mañosos como somos los humanos, hemos aprendido a extraer el alma del cuerpo con el fin de ignorar a quienes nos rodean, en un ejercicio muy poco budista. La enajenación ha sido nuestra compañera fiel en esta aventura, rodeada de desdén y de apatía. Para conseguirla, hemos echado mano de todas las herramientas posibles, incluyendo las narcóticas y las tecnológicas. 

Los más intensos buscan ese escape en el exceso del alcohol y de las drogas, pero los más discretos, mejor vistos, tampoco se quedan atrás en la evasión. Para estos, incluso las herramientas creadas para el bien se convierten en la ruta que le hace el vacío a una familia. 

Telarañas digitales: El abandono digital

Pero el abandono no opera solo en un sentido. No es solo el padre quien abandona sumergiéndose, por ejemplo, en el whisky más caro; a veces, el abandono significa dejar al hijo en un abrumador terreno que se encargará de absorber sus pensamientos y paliar las lagunas en sus relaciones. Hace unas décadas, este llano era el de la televisión, hoy es el de los smartphones, principal herramienta para el abandono digital.

Miles de personas nacidas durante la segunda mitad del siglo XX fueron criadas por la televisión. Es cierto, sus padres estaban por ahí, en algún lado, pero no parecían más activos en la educación de lo que estaba la TV. Esta infancia habrá escuchado de la caja mágica mayores lecciones de vida —para bien o para mal— que conversaciones trascendentes en voces de sus padres. Confiados en que el aparato proveería de algunos contenidos educativos, estos progenitores pusieron en él el peso de toda la educación.

Telarañas digitales: El abandono digital

Hoy, la historia se repite de manera renovada. La herramienta no es la televisión, sino el celular, donde un remedo de educación se obtiene vía YouTube. Para quienes lo hacen, poner algunos filtros de contenido por edad es suficiente. La enajenación es así cultivada desde temprana edad, proveyendo a los niños de un medio que los absorba para evitar que los padres tengan que hacerse verdaderamente presentes. 

De modo que lo que inicia como una tecnología capaz de mejorar nuestras vidas, termina siendo el cesto donde abandonamos a las personas de las que no queremos hacernos responsables. Lo cierto es que esta vez no es culpa de la web 2.0, porque, seamos honestos, cualquier otro avance tecnológico sería utilizado en su lugar con el mismo fin. 

Telarañas digitales: El abandono digital

No, ésta no es una celebración de la paternidad podrida que se ejerce, si acaso, desde el más patético rincón de la alienación; es solo una mirada irónica a las tristes y repetitivas costumbres humanas que nos llevan a construir (¿destruir?) vínculos basados en el desprecio mediante el abandono digital. 

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