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Aventuras de un viajante

El humorista y diplomático Marco Aurelio Almazán nos cuenta sus aventuras en los transportes públicos mexicanos de los años 70. Algunos detalles sonarán antiguos, pero otros parecen taaan actuales...

Tengo un amigo —a quien para efectos fiscales llamaremos Pepe—, el cual fue invitado hace unos días a una comida en cierta embajada que está por las calles de Juanacatlán.1 La calle de Juanacatlán, que actualmente es Alfonso Reyes y se encuentra en la colonia Condesa. El ágape estaba señalado para las dos de la tarde, y como Pepe no tiene automóvil, pero por otra parte se precia de ser puntual, decidió echarse a la calle desde las doce del día en busca de taxi.
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Para auxiliarlo en tan azarosa labor, yo lo acompañé a la calzada de Melchor Ocampo. Allí nos colocamos en un sitio estratégico y empezamos a avizorar el horizonte, plagado de vehículos. Pasaban oleadas tras oleadas de automóviles, camiones, tanques y camionetas, mas ningún taxi. A las doce y media logramos percibir uno, pero venía ocupado. A la una Pepe y yo empezamos a hacer señas con billetes de cien pesos en la mano. A las dos menos cuarto, ya francamente nervioso, Pepe decidió subirse en el primer camión que pasara, con la esperanza de que lo dejase en algún lugar menos inhóspito, o cuando menos lo acercara a su destino.
—Lo único que te pido —me dijo con lágrimas en los ojos— es que no me abandones en este trance…
Cerca de las dos de la tarde vimos venir un destartalado autobús, soltando chorros de humo y con racimos humanos colgados en las puertas y saliéndose por las ventanillas. Como navegaba con rumbo al sur —en cuya dirección quedaba Chapultepec y vagamente Juanacatlán—, decidimos abordarlo. Aun cuando no lo hubiésemos decidido, la muchedumbre que se lanzó al asalto nos obligó a trepar por encima del pasaje que viajaba en el estribo.
Empujados, pisoteados y triturados, Pepe y yo nos encontramos a la postre en el interior del perfumado vehículo. Sus vaivenes y el atropellado subir y bajar de la turba, nos llevaban de babor a estribor y de popa a proa. Tan pronto estábamos encima del chofer —que llevaba dos niños sobre los hombros—, como quedábamos incrustados en la ventanilla del fondo, cuyos cristales rotos ya habían degollado a tres pasajeros.
Pegamos y nos pegaron. Mordimos y nos mordieron. Pepe perdió la corbata, y yo los botones del pantalón
Hacia las dos y media de la tarde nos dimos cuenta con horror que el camión viajaba raudo con rumbo a Azcapotzalco. En una de tantas vueltas y revueltas, había tomado por la calzada de Legaria y ahora teníamos el sol a nuestra izquierda. Intentamos bajar, pero 
fue imposible. Pepe es sobreviviente del naufragio 
del Andrea Doria2 Un trasatlántico italiano que se hundió en su viaje n° 101, desde Génova a Nueva York, en 1956, pero según él, aquello fue juego de niños…
Hacia las cuatro pasamos por pintorescas colonias 
de cuya existencia jamás habíamos sospechado: Cosmopolita, Trabajadores del Hierro, Magdalena de las Salinas y Defensores de la República. Más aún, en cada esquina abordaban el vehículo cancioneros con guitarras, ciegos con violines, vendedores de repuestos para bolígrafo, voceadores de periódicos y hasta un grupo de obreros que informaron al pasaje que se encontraban en huelga desde hacía dos años, para defender sus derechos, y ahora invitaban al público a cooperar.
El tropel de pasajeros seguía subiendo y bajando, contra todas las leyes de la física.
A la altura de la colonia Industrial una señora dio a luz en la parte posterior del vehículo, en tanto que diversos radios de transistores tocaban al mismo tiempo, y a todo volumen, música de mariachis y canciones de Manzanero. Pasadas las seis de la tarde, cruzamos por el norte de la Villa de Guadalupe, y poco más tarde vislumbramos el crepúsculo en Bondojito. Allí subieron unos ciudadanos que a todas luces venían de dialogar con una barrica de neutle. A las ocho, dejamos Peralvillo a estribor, y según Pepe, que estudió náutica y sabe orientarse por las estrellas, enfilábamos rumbo al nordeste…

El hombre antena

En la vasta universidad ambulante que es el perfumado servicio de transportes urbanos de la Ciudad de México, pueden aprenderse muchísimas cosas, desde las últimas canciones de moda, hasta cursos avanzados de etnografía, parasitología, sociología o de psicología comparada.
Es increíble lo que puede aprenderse en el transporte público, entérate aquí.
La erudición musical puede adquirirse gracias a las huestes de cancionistas, guitarristas y organilleros que lucen sus habilidades —principalmente de equilibrio— a bordo de los autobuses. Resulta curioso observar que, al subir al vehículo, le piden permiso para cantar y tocar al chofer, pero nunca al público. O sea que quiera uno o no, se traga la audición. Al público sólo le preguntan, después del concierto, si quiere cooperar… ¿Cooperar
 a qué? ¿A que continúen su educación musical los sufridos pasajeros? Yo en alguna ocasión les pregunté a uno de estos Andrés Segovia3 Andrés Segovia (1893-1987) fue un guitarrista español, considerado el padre de la guitarra clásica en la época moderna. de la Ruta 87 a qué quería que yo cooperase. El filarmónico errante se me quedó mirando muy extrañado. «Pos a que me eche un taco —respondió—, nomás que lléguemos a Bucareli…».
El hombre antena es un ciudadano, por regla general joven, que saltó del huarache 
a la radiofonía sin hacer escala
 en ninguna etapa intermedia, ni siquiera la del baño.
Siempre en el campo de la música, hay otro tipo mucho más interesante, ya que un estudio
 del mismo puede ilustrarnos, además, sobre la influencia de la técnica moderna en la psicología del proletariado. Me refiero al hombre antena, quien aparte de su inagotable capacidad auditiva, el hombre antena se caracteriza por su arrogante individualismo.
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El hombre antena vive en su mundo de ondas radiofónicas, y desprecia olímpicamente a sus vecinos. Jamás cruza por su mente la posibilidad de que el estruendo que sale de su endemoniado aparato pueda molestar u ofender la sensibilidad acústica de sus conciudadanos. El hombre antena es un macho gloriosamente libre que vive en un país donde la libertad se viste de charro, y a ver quién osa discutirle su derecho a oír las obras maestras de la nueva ola.
Si quieres conocer el relato completo de esta aventura por el transporte público de la Ciudad de México, encuéntralo en la edición 132 de Algarabía [http://algarabiashoppe.com/product/algarabia-132/].

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