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¿Un quinto jinete? Un texto ecológicamente incorrecto

A últimas fechas, «ser ecológico» y «preocuparse por el equilibrio ambiental» son las dos más recientes adquisiciones del catálogo de obligaciones del Hombre y del Ciudadano.
Vía Canva

En Algarabía nos esforzamos por plasmar distintos puntos de vista, y es por ello que en este texto podremos ver un poco del otro lado de la moneda del auge ambientalista y de las ideas propagadas en torno al fantasma del cambio climático.

En el Apocalipsis de San Juan, al tenor
 de la apertura de los cuatro primeros sellos, aparecen el mismo número de corceles montados por sus jinetes desplegando 
cada quien una estela de acciones, la
 primera alentadora, las tres restantes funestas. Al abrirse el séptimo sello, siete ángeles comienzan a tocar sus trompetas, desencadenando una miríada de desastres que afligen a la tierra y a sus moradores.

Al final de la hecatombe, «en el momento en que se oiga al séptimo ángel tocar la trompeta, entonces se habrá cumplido el plan misterioso de Dios, tal como lo había hecho esperar por medio de sus siervos profetas».

–De entrada, estos son los principios de la discordia climática–

El agudo historiador inglés Norman Cohn observó
 el inquietante paralelismo existente entre los movimientos milenaristas medievales —que presuponían el fin inminente de los tiempos— y las corrientes revolucionarias del convulso siglo xx1 Norman Cohn, En pos del milenio, Madrid: Alianza Editorial, 1982. En la misma línea de reflexión, el filósofo inglés John Gray apunta que la escatología2 Parte de la religión que trata del fin del mundo y de la vida individual. También, «conjunto de creencias y doctrinas referentes a la vida de ultratumba»., componente fundamental del pensamiento occidental, tiene versiones religiosas y ediciones laicas; Gray acota que la visión apocalíptica se ha encarnado en las ideologías aparentemente más disímbolas, como el marxismo, el nazismo y el neoliberalismo3 John Gray, Misa negra. La religión apocalíptica y la muerte de la utopía, Barcelona: Paidós, 2008..

La ecología y sus ecos

La doctrina del fin de los tiempos es parte fundamental de la cosmovisión de nuestra civilización y nutre los meandros del pensamiento Occidental. Y hoy, nuevos «siervos profetas» de la mirada apocalíptica hacen correr una renovada versión con matices profanos y místicos, propios de la posmodernidad4 Anderson Perry, Los orígenes de la posmodernidad, Barcelona: Anagrama, 2000..
Parafraseando a Marx y Engels, un fantasma recorre el mundo: «el fantasma del ambientalismo».

Ecología y ambientalismo

Ante todo, no hay que confundir gimnasia con magnesia. A pesar de que están irremediablemente ligadas, la ecología y el ambientalismo no son lo
 mismo. La ecología, definida como la biología de los ecosistemas, es una ciencia que estudia a los seres vivos, su ambiente, distribución y abundancia, y cómo son afectados por su interacción con el ambiente —su estudio se fortaleció en la segunda mitad del siglo XX—. El ambientalismo, por su parte, semeja un ómnibus en el que un conjunto heterogéneo e incómodo de viajeros5 Luis Felipe Gómez Lomelí, Para entender el ambientalismo, México: Nostra Ediciones, 2009. comparten el viaje de «velar por la naturaleza».

La ecología como disciplina científica hereda de sus homólogas el cariz cientificista: el supuesto de que la ciencia tiene o tendrá respuestas para todo6 Immanuel Wallerstein, «A favor de la ciencia, en contra del cientificismo. Los dilemas de la producción contemporánea del saber», en I. Wallerstein, Las incertidumbres del saber, Barcelona: Gedisa, 2004..

Además, carga el pesado fardo de tres prejuicios:

  1. El principio de origen, que supone que hubo un comienzo el cual es cognoscible —aunque remitirse a ese tiempo tiene más de especulativo que de factual;
  2. La idea de unidad, que es heurística7 En algunas ciencias, manera de buscar la solución de un problema mediante reglas empíricas o tanteo., ya que busca la solución de un problema mediante métodos no rigurosos, pero enfrenta el problema de la delimitación, el cual no deja de ser ambiguo;
  3. El concepto de estabilidad, que concibe que la naturaleza esté o tienda al equilibrio, una idea harto problemática.

Por otra parte, hay diversos tipos de ambientalistas: ecoeficientes, prístinos y ecólogos sociales. Los
 dos primeros tienen sus orígenes hacia finales del siglo xix en los ee.uu.

Los ecoeficientes sostienen que se puede hacer un uso racional y sustentable de los recursos naturales, mientras que los prístinos defienden con vehemencia la preservación intacta de la naturaleza.

Por su parte, la ecología social está ligada a diversos movimientos preocupados por el uso que la sociedad industrial hace de los recursos naturales y las repercusiones que tienen en los grupos humanos; es difícil precisar la fecha y su lugar de origen, pero se consolidó en las tres últimas décadas del siglo xx.

El auge

De este modo, bajo la espada de Damocles del industrialismo hacia la segunda mitad del siglo XX, instalados en la comodidad del auge económico de la posguerra, confluyeron los distintos ambientalismos y la ecología levantando todo tipo de advertencias
 en tono de catástrofe. Desde los hippies sembrando 
la simiente de la aguerrida e influyente Greenpeace, pasando por las adineradas estadounidenses indignadas por las «matanzas» de delfines a cargo de la flota camaronera mexicana y los insufribles partidos verdes, hasta el célebre libro de Rachel Carson La primavera silenciosa.

Todos inician la cruzada pro natura desde distintos frentes y con diversos fines, algunos económica y políticamente inconfesables.

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¿Cambio climático?

La educación y los medios de comunicación han divulgado la idea del deterioro del medio y la urgente «preservación» de la «naturaleza». El ambientalismo ha puesto a cabalgar en las mentes de las audiencias
 un quinto jinete montando un potro vigoroso y aterrador: el cambio climático, una expresión actualizada de las calamidades por venir, que conforma un escenario propio de una distopía.

Los «siervos profetas» contemporáneos suelen poner en circulación panoramas sombríos que sustentan con «evidencias». Sin lugar a dudas destaca Al Gore, con su Premio Nobel de la Paz 20078 http://www.algore.com/, consultado el 28-06-09. Al Gore, Una verdad incómoda. La crisis planetaria del calentamiento global y cómo afrontarla, Barcelona: Gedisa, 2007.
Ugo Pipitone expone con elocuencia un llamado de alerta que pretende superar la dialéctica de la Tierra Prometida versus el Apocalipsis.

No se trata de eximir a la especie humana de las profundas modificaciones que ha realizado sobre los ecosistemas, pero resulta inadecuado recurrir a ideas falsas basadas en la sensiblería y el alarmismo para procurar el cuidado del ambiente, ya que sólo si los ciudadanos tienen una concepción más informada y reflexiva de la evolución de la vida en el planeta, tendrán actitudes más constructivas hacia el entorno.

La quimera del equilibrio

Lo primero que hay que erradicar de nuestras mentes es la idea, extremadamente arrogante, de que los humanos somos el centro del cosmos. Los humanos existimos como una más de las múltiples formas vivientes que han hollado la faz de la Tierra. Al igual que el resto de los seres vivos, pereceremos como especie, así lo revela la evidencia evolutiva. Somos fugaces, ¿qué soberbia nos hizo pensar que somos para siempre?

Otra imagen perniciosa es la del equilibrio. Suponer que la vida en la Tierra está en «armonía» es faltar al conocimiento más confiable10 Paul D. Taylor, Extinctions in the History of Life. Cambridge: Cambridge University Press, 2009.. La evolución ha sido 
una sucesiva serie de desastres que han aniquilado a los seres que vivieron en determinada época.

La Tierra es más bien una «matrona» que devora inclemente a sus hijos y no la tierna «madre» que generosa e indefensa cuida de
sus criaturas.

El cambio climático, entre otros desórdenes ambientales, es consecuencia de acciones asociadas a la especie humana. «Y si miramos en general a los gases invernadero en la atmósfera, de los cuales el co2 es el más importante, estos gases alcanzaron 280 partes por millón alrededor del año 1800. Dos siglos después, la concentración llega a 370 ppm y las predicciones de
la United Nations Environment Programme —unep— apuntan a 460 ppm para 2030»11 Ugo Pipitone, El temblor interminable. Globalización, desigualdades, ambiente, México: cide, 2006. p.146..

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Esta analogía es una manía muy utilizada por el ambientalismo: atribuir a la naturaleza rasgos humanos que no tienen nada que ver con la realidad
 y que en rigor son culturales.

Es un hecho que todas las sociedades alteran su entorno conforme a su capacidad tecnológica. En otras palabras, la historia humana puede ser vista como una sucesión de catástrofes12 Jared Diamond, Colapso. Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen, Barcelona: Debate, 2006. Brian Fagan, El largo verano. Barcelona: Gedisa, 2007..

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