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Why so serious? —segunda parte—

Aquí la segunda y última parte del artículo sobre Batman.

Aquí la segunda y última parte del artículo sobre Batman.
No olviden que Algarabía estará en La Mole Comic Con, este 18, 19 y 20 de septiembre en el WTC, Ciudad de México.

Las máscaras

Pensamos que una máscara cubre aunque en realidad la máscara es a veces una personalidad nueva y diferente, independiente de la que la sostiene. A la vez, la personalidad de la máscara se convierte en un símbolo por lo que se vuelve virtualmente indestructible y eterna.
La primera máscara, o el primer nivel hacia abajo en la construcción de un símbolo es Bruce Wayne, el niño vulnerable al que le mataron a sus padres y el ancla con la realidad para Batman. Bruce Wayne es una presencia orgánica, cuya existencia se diluye frente a la del Hombre Murciélago. Cuando vemos a Batman actuar nos olvidamos de Bruce Wayne como si fuera el hígado y otro órgano, importante, pero invisible e inoperante.
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De ahí surge el símbolo, tras la máscara Bruce Wayne deja de existir y Batman toma control; lo más interesante es que en el nivel Batman, también estamos hablando de una personalidad vulnerable a la que, como mencioné más adelante, le tenemos cierto recelo porque no sabemos cómo va a reaccionar o qué diablos está pensando.

«Operaciones concretas le permiten a Bruce considerar razones prácticas para convertirse en un vigilante enmascarado, como el hecho de que las leyes de investigación y aprehensión no sean un obstáculo para que él obtenga evidencia que la policía no podría obtener. Operaciones formales le permiten anticipar ondas expansivas, como las vidas que él toca y que tocarán otras a su vez y contemplar el potencial para un símbolo de inspirar a la gente de muchas formas. Las operaciones formales de algún modo también complican algunas decisiones que él toma porque, en lugar de las clasificaciones simples bueno/malo que ayudan a categorizar a las personas temprano en sus operaciones concretas, él ahora entiende abstracciones, complejidades, circunstancias extenuantes así como el hecho de que la gente puede hace cosas malas por buenas razones.»

Batman salió en Detective Comics en 1939 y fue tan bien recibido que en sus primeros años el formato ya no lo contenía. Como sus aventuras policíacas eran tan atractivas, que eran ideales para contarse por capítulos además de que los temas parecían, sobre todo al principio, inagotables.
Así es como la primera máscara de Batman en la vida real la porta Lewis Wilson en 1943 para las 15 primeras entregas de Batman en el cine producidas por Columbia. En 1950, Matt Crowley fue la voz que encarnó al Hombre Murciélago en sus aventuras radiofónicas.
El primer make over del encapuchado lo realiza el dibujante Carmine Infantino, bajo el mando del editor Julius Shwartz, en el que ya le ponen el óvalo amarillo que resalta el murciélago del logotipo. Ahí empezó una etapa que duró hasta los ochenta; bajo el dominio de Shwartz, los trazos oscuros de Bob Kane fueron reemplazados por el colorido de los tiempos. Batman incluso empezó a tener aventuras durante el día.
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Así encontraron a Batman los alocados sesentas, ya más domesticado en el comic, con aventuras más fantasiosas y villanos ridículos, cuando Bob Kane avisó a los fanáticos que el canal ABC en conjunto con la 20th Century Fox estaban interesados en invertir en la filmación de un piloto de gran presupuesto, a color, de una serie de programas semanales con una hora de duración o dos episodios semanales de 30 minutos, que fue como finalmente apareció.
Algunos fans consideraron el show una burla, incluso una parodia y en la actualidad, el valor que se la da a la serie después de casi ocho versiones cinematográficas “serias” del personaje es meramente nostálgico. Hace falta entender un poco el contexto; el mismo comic ya se hallaba alejado del siniestro origen del encapuchado, la televisión apenas era a color y el Pop Art había elevado el arte de los comics más coloridos a piezas que representaban los tiempos que corrían. Gracias a Warhol, quien fue invitado de honor en la fiesta que la 20th Century Fox ofreció para presentar el proyecto, y a Linchestein, lo rídiculo y lo cursi representado en una obra de arte se veía como profundamente entretenido y reaccionario.
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En este ambito surgió la serie de Batman y Robin, en esta ocasión la máscara la portó dignamente Adam West, hasta la fecha reconocido por el papel. La serie presentaba lo mejor de la época, costosos y coloridos decorados villanos con elaborados esquemas para hacer el mal, un tema en rock de Neil Hefti que se convirtió en un himno y cada actor que representó un archienemigo de Batman se consagró como su hubiera interpretado a Shakespeare, desde César Romero, como The Joker, hasta Eartha Kitt y Julie Newmar, ambas gatúbelas. Un decir de los productores era “lo importante son los malos” al grado que se volvió una moda interpretar villanos en la serie, hasta Vincent Price hizo a Egghead.
Del mismo modo y en el espíritu moderno de la época el Batimóvil fue uno de los mayores assets a la serie de televisión y al imaginario del héroe, del cual fueron creados dos, hechos a la medida de lo que la serie requería.
La serie fue explosiva en todos los sentidos, su popularidad fue inmediata igual que la caída del público que toleró la serie al aire sólo 26 fabulosos meses. Aunque después de la enormemente exitosa primera temporada alcanzó para hacer una película en la que debutaron el Baticóptero y la Batilancha, apostando a que el éxito de la serie se mantendría por mucho tiempo más.
Lo que en la primera temporada fue lo atractivo de la serie, a partir de la segunda obró en contra, se pensaba que representaba una burla a sí misma y que los episodios se acomodaban en cuanto al guión para hacer lucir a la estrella invitada en turno que haría de villano. Uno de los aciertos de la serie fueron los finales que dejaban en suspenso a la audiencia, aprendidos de los seriales cinematográficos del 43. Cuando el público se retiró lo primero que hicieron los estudios fue bajar de dos episodios a la semana a uno, con lo que el suspenso y el melodrama se perdieron por completo.
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Ni la Batichica logró revertir la retirada y el 14 de marzo de 1968, la serie se despidió del aire con un episodio en el que Zsa Zsa Gabor era una estilista que leía las mentes. A partir de entonces las repeticiones se encargaron de apuntalar el mito y de vender toneladas de Batimercancía.
En los comics, muchos cambios hubo rumbo a los 70 pero la situación cambió dramáticamente, particularmente en las ventas y Batman fue perdiendo efecto hasta que lo rescató la serie The Brave and the Bold, que revivió el interés en el encapuchado gracias a nuevas y mejor escritas aventuras. En la tv Batman se convirtió en protagonista recurrente de las caricaturas de sábado por la mañana, las que dejaron huella en las siguientes generaciones.
El comic siguió evolucionando a manos de Mazzuccelli y reinventado por Frank Miller, pero la historia del personaje serio continuaría cuando el cine decidiera revisitarlo.
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La máscara la visitió entonces Michael Keaton en 1989, haciendo a un Batman afectado, siniestro pero accesible. Su cara de loco hizo un Batman entrañable y real a pesar de todo el hule que restringía sus movimientos. Bajo la dirección de Tim Burton, este Batman volvió a arrojar la idea de que “los malos es lo que importa”, al castear al lunático por excelencia, al mismísimo Jack Torrance y Randle McMurphy; a Jack Nicholson nomás le faltaba ser The Joker y fue exquisito. Hubo una segunda entrega en la que Danny de Vitto fue The Penguin y Michelle Pfiffer Catwoman.
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Se rumora que Keaton no quiso hacer la tercera, en la que entró al quite Val Kilmer bajo la dirección de Joel Schumacher que para contrastar con su predecesor quiso recuperar el tono festivo de la serie del ’66 y ni Tommy Lee Jones como Two Face o Jim Carey como The Riddler crearon el ambiente que Batman requiere para subsistir. Ni la tristeza con la que Val Kilmer encaró el personaje rescato la peli. Y se pondría peor.
Para quién sabe leer a Batman después de tantos años es obvio que la presencia de Batichica es mal agüero, es desesperación y en Batman & Robin del 97 ya desde George Clooney, todo era una burla, ni Arnold Scharzenegger como Mr. Freeze, ni Uma Thurman como Poison Ivy pudieron hacer nada para una franquicia que se dio por muerta después de tan funesta caída.
Pero el sol volvería a esconderse y en manos del inglés Christopher Nolan Batman pudo por fin ser real, la actuación de otro inglés Christian Bale, le dio a la máscara la profundidad que necesitaba, juntos crearon una mística trabajada a mano desde los mejores comics y Batman Begins, en el 2005 le dio una vida especial al superhéroe, volviéndolo real al basarse en una de las mejores historias del Hombre Murciélago: Batman Year One, del genio Frank Miller con el artista Dave Mazzuccelli.
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Este Batman fue pensado para una trilogía que mostrara los momentos y episodios que conducirían en la vida real al mundo de fantasía de The Dark Knight Returns de Frank Miller y en su segunda entrega The Dark Knight, Nolan nos presentó al Príncipe Payaso del crimen, sacado probablemente de The Killing Joke de Allan Moore y Brian Bolland.
En esta ocasión una vez más todo tuvo que ver con los malos ya que Heath Ledger, encargado del personaje de The Joker se murió antes de que se estrenara la película, al parecer por el estrés con el que encaró al psicópata.
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Les aseguro que César Romero no tuvo ni una jaqueca por ser el Guasón, ¿qué le pasó a Heath Ledger? se lo tomó en serio. Igual que Christian Bale que para la tercera película se sacrificó por Ciudad Gótica eternizando y haciendo más grande el símbolo que la marca defiende y representa.
También tuvimos a Aaron Eckhart como Two Face/Harvey Dent, a Anne Hathaway como Gatúbela y a Tom Hardy como Bane, además de Cillian Murphy como The Scarecrow muy bien acompañados de Michael Caine como Alfred Pennyworth, Gary Oldman como el comisionado James Gordon, único amigo de Batman además de Alfred.
Pero el éxito de esta trilogía no sólo correspondió a los malos, el éxito fue el aterrizaje oscuro y perfecto del ambiente en el que Batman es creíble. Una vez más nos lo tomamos en serio porque ya fue posible, porque dentro de un universo de fantasía Nolan logró explicar y exponer todo para decirnos Batman existe.
En marzo del 2016, la máscara la portará Ben Affleck, quien ofendió a la comunidad al aceptar el papel que Zack Snyder le ofreció para la película Batman versus Superman, The Dawn of Justice, de la que se espera muchísimo porque después de Christian Bale ya no deberíamos de darnos el lujo de dañar la imagen del Hombre Murciélago y porque, como su nombre lo indica, pudiera ser la precuela esperada a la Justice League.

Role Models

Los superhéroes no deben ser modelos de comportamiento, ni figuras paternas, ni ejemplos de nada. Primordialmente porque su existencia es imposible y no es que en este mundo no tengamos suficientes roles imposibles que cumplir.
Dice Alejandro González Iñárritu, el creador de la más controvertida película de superhéroes, Birdman, del 2014, que los superhéroes son muy de derecha, siempre están golpeando y matando a los que no son como ellos, que sirven a un discurso y que las películas de superhéroes son un genocidio cultural.
Esa opinión deriva del hecho de que como sociedad necesitamos esos modelos y por eso nos funciona cargarlos de esa seriedad que ahora esperamos de cada uno de ellos. Su alguien escribió el libro de Batman and Psychology y yo escribo este artículo es porque nos lo tomamos todo demasiado en serio.
Lo que parece ser es que un fanatismo no es diferente de otro, por muy ridícula que sea la causa, uno la defiende y se pone serio para hacerlo. La vida vacía se llena de este tipo de cosas y somos fascistas con nuestro placer y nos enoja que Ben Affleck sea Batman o que Spawn sea una copia. Al mismo Daredevil lo han llamado un Batman rojo.
Batman es maravilloso pero no importa, es más bonito así y si alguien reclama tomarnos a la lígera un símbolo de nuestros tiempos habrá que preguntar «Why so serious».

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