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Serendipia

Esta bonita y útil palabra que en el idioma inglés se acuñó, poco a poco ha empezado a usarse en el español.

Cuando uno consulta el Diccionario de la Real Academia Española —ya sea on line o sacando el tomote o los dos tomitos de la biblioteca— y se pone a buscar una palabra rara, moderna o de uso coloquial, o simplemente una palabra común y corriente en el uso mexicano o latinoamericano, lo más probable es que la búsqueda dé como resultado una leyenda que reza así: «Esta palabra no aparece en el diccionario».
Y es que en el español la incorporación de palabras es muy lenta, mientras que en otras lenguas no muy lejanas —el caso del inglés— las incorporan constantemente y con facilidad.
Prueba de esto es que el Diccionario de la rae tiene aproximadamente 200 mil palabras y el Webster más de un millón.
Una de las palabras que no aparecen es serendipia, bonito, útil y novel término. Es una traducción del inglés serendipity, que tuvo su origen a mediados del siglo xviii gracias al escritor Horace Walpole (1717-1797): «él mismo dice en una carta que la formó basado en un viejo cuento o leyenda persa: Las tres princesas de Serendip, en que estas heroínas siempre estaban haciendo descubrimientos, por accidente osagacidad, de cosas que justo no estaban buscando».1 Merriam-Webster Online Dictionary, www.m-w.com/dictionary
El nombre Serendip viene del viejo nombre de Ceylán —hoy Sri Lanka—, del árabe sarandib y éste, a su vez, del sánscrito simhaladvipa, «la isla que acoge en su seno a los leones».
Serendipity originó a mediados del siglo xx un adjetivo: serendipitous, y en el español no se empezó a usar hasta finales del siglo —sólo en ciertos círculos letrados—, por lo que aún no aparece en el diccionario.
Lo que se descubre por serendipia es lo que se encuentra por suerte y sin quererlo.
Para ejemplificar podemos hablar del caso del doctor Fleming y su descubrimiento serendipioso de la penicilina, cuando advirtió que un hongo que había invadido su caja de Petri no dejaba que las bacterias crecieran en ella; o el del Principio de Arquímedes; o, más aún, el descubrimiento del Post-it —tan útil para muchos hoy en día—, resultado de un pegamento que no fijaba bien —pegajoso ma non troppo— y que estuvo a punto de ser desechado, pero se salvó por una revaluación que lo puso en el mercado en forma de cuadritos de colores.
A la palabra serendipia y sus derivados les deparamos gran futuro; seguramente ampliarán su campo semántico. Ya hoy, por extensión, por serendipia entendemos también «buena fortuna; suerte», es decir, «Por serendipia le dieron trabajo en el primer lugar en donde lo solicitó».
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