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Reciclaje caduco

Una vez más la tranquilidad mundial estará en riesgo cuando alienígenas regresen, exactamente el día de la independencia estadounidense, para cobrar venganza. Secuela que llega 20 años después del estreno de la primera versión.

Sin duda el cineasta de origen alemán Roland Emmerich se ha hecho de una fama peculiar en la industria hollywoodense: a pesar de no contar con el respaldo crítico ni popular del igualmente bombástico Michael Bay (Armageddon, Transformers), Emmerich sigue encontrando lucrativos trabajos aun después de colosales descalabros (Stonewall, 2015) y de moderados éxitos (El día después de mañana, 2004).
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En su época, Día de la Independencia (1996) se convirtió en un referente popular e inició una moda de veraniegos cataclismos que no habría de durar mucho tiempo, lanzó al estrellato a Will Smith y con su mezcla de barata ominosidad, espectacular ridiculez y apócrifa ciencia ficción se ostentaba como una pieza de sólido entretenimiento, que aun, hoy en día es difícil no dejarla correr cuando se le llega a topar en algún canal de programación por cable.
¿La clave? Simplificar y abstraer hasta un grado vergonzosamente absurdo las convenciones del blockbuster.
Sobreestimando este valor, los ejecutivos de la 20th Century Fox, que, como muchos productoras atraviesa una crisis terrible, decidió que sería buena idea retomar el concepto y plantear que 20 años después, los personajes que enfrentaron a los invasores alienígenas como el Presidente Whitmore (Bill Pullman) o el ahora Director Levinson (Jeff Goldblum) deben contrarrestar una nueva amenaza que busca destruir al planeta y etcétera.
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Los niveles tan bajos que alcanza el ya demeritado Emmerich exceden lo inverosímil y rayan en algo menos que una caricatura, dado que hasta la caricatura demanda cierto grado de complejidad y habilidad, esto son simplemente monigotes, palitos y bolitas fílmicos en un enorme espacio blanco.
El argumento, desarrollado por 6 escritores distintos, es incomprensible, atropellado, caótico y más enfocado a necesidades comerciales –copiosos guiños al enorme mercado de consumo en China– que a una narrativa medianamente interesante. Es como si Emmerich hubiera realizado un campfest al estilo de Marcianos al Ataque (Tim Burton, 1996) sin un ápice de la corrosiva acidez y brillante sátira de la misma.
Por si fuera poco, los nuevos personajes carecen de la fuerza y carisma de los que estaban en la cinta original y por más que intentan hacer de Liam Hemsworth una super estrella, deberán de reconocer que tiene el carisma y presencia de un poster de Hollister o Abercrombie & Fitch. Quizá lo más memorable de la cinta es ese retrato del finado Capitán Steven Hiller (Will Smith) que cuelga en la Casa Blanca, un nostálgico recordatorio de que no hay nada más inútil que reciclar lo que ya expiró y aún peor, volver a consumirlo.

 
 
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