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Ni qué ocho cuartos: una historia de valor

Aquí te platicamos a qué refieren los «ocho cuartos», y desde cuándo apareció esta expresión.
Por Arturo Ortega Morán

Cuando queremos enfatizar un desacuerdo, muchas veces lo hacemos agregando la expresión «…ni qué ocho cuartos». El paso del tiempo ha oscurecido la situación que le dio origen y, a veces, nos desconciertan esos «ocho cuartos», tanto que algunos han pensado que hacen referencia a los cuartos de un hotel.

No sé si alguna vez la curiosidad por saber el origen de esta expresión le haya quitado el sueño. De ser así, esta historia le evitará futuros insomnios…

Por muchos años, en España existió el realillo: moneda de uso corriente que equivalía a ocho cuartos de peseta, también conocido como «realillo de a ocho cuartos». Para muestra, va una antigua copla española:

Tengo que empedrar tu calle
con realillos de a ocho cuartos,
para que vayas a misa
sin romperte los zapatos.

 

Cuando el precio de algún artículo de primera necesidad superaba los ocho cuartos, la economía popular se veía amenazada y el descontento popular se manifestaba con grandes revueltas.

En un fragmento de la obra Granada la Bella, que Ángel Ganivet escribió en 1896, hallamos noticia de uno de estos hechos: «En lo antiguo, el pan era caro en pasando de ocho cuartos la hogaza mejor o peor pesada; se sufría refunfuñando a los nueve y diez cuartos; se insultaba al panadero al llegar a los once o doce, y en subiendo de ese punto, venía la revolución». 

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La expresión probablemente apareció en la primera mitad del siglo XVIII en España. La documentación más antigua que conozco está en los diálogos de un entremés llamado «La avaricia castigada», escrito en 1761 por Ramón de la Cruz. De ahí, estas líneas: 

¿Ayala amigo?
—Qué amigo, qué Ayala, ni qué ocho cuartos. 

Ya es otro tiempo, señores.
¡Que hasta aquí me han atisbado! 

A mi entender, la expresión «ni qué ocho cuartos» tiene origen en una antigua fórmula coloquial para enfatizar un desacuerdo o desprecio por algo, que en origen fue «…ni qué nada», donde ese nada lleva una carga de menosprecio. Con el paso del tiempo, el nada se ha sustituido por otras palabras o expresiones con tintes desdeñantes.

En textos de diferentes épocas encontramos: «…ni qué calabazas», «…ni qué embeleco», 1 «…ni qué haca», 2 «…ni qué demonios», «…ni qué narices», «…ni qué niño muerto». Y de esta familia es el «…ni qué ocho cuartos», que hace referencia a la moneda de ocho cuartos en tiempos en que, por su bajo valor adquisitivo, era tan despreciable como el demonio, un embeleco, una haca o unas narices mocosas. 

<sup>1< Cosa inútil.
<sup>2< Caballo de poca talla. 

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