Este pasaje de la historia nacional es transmitida con especial esmero entre los estudiantes de educación básica: La heroica defensa del Castillo de Chapultepec, el 13 de septiembre de 1847, cuando un grupo de cadetes del Colegio Militar luchó contra invasores estadounidenses y, en un acto heroico, Juan Escutia se arrojó envuelto en la bandera hacia el precipicio para evitar que el enemigo la mancillara.
Dicha historia está poco documentada. Los cadetes —que eran adolescentes— no debían estar en el Castillo, pues Nicolás Bravo ordenó a los alumnos marchar a casa; de entre los desobedientes, están registrados los actos de valentía de Agustín Melgar, Vicente Suárez y Fernando Montes de Oca, pero no así la participación de Juan Escutia, Francisco Márquez y Juan de la Barrera, quien ya era egresado del colegio.
El acto heroico de Escutia —de quien se sabe muy poco y sólo se conserva su fe de bautismo— se le atribuyó primero a Melgar y luego a Montes de Oca.
El culto a esta historia de los jóvenes conocido como «niños héroes» surge de manera tardía, ya que pasaron más de tres décadas antes de que se institucionalizara su celebración. Fue en la República restaurada (1871) –entre la derrota de Maximiliano de Habsburgo y el primer periodo presidencial de Porfirio Díaz– cuando por primera vez se conmemoró oficialmente la desgracia de 1847. Aquellos que vivieron tal acontecimiento no tenían ánimos de recordarlo, pues el duelo por la pérdida del territorio, bajo el pretexto de violaciones en el estado de Texas, fue general.
México sufrió nuevamente una invasión extranjera para recordar anualmente la gesta de 1847, sólo que en esta segunda intervención debió tener un resultado opuesto a la guerra con ee.uu. El triunfo sobre los franceses fue clave para que surgieran los nombres de Xicoténcatl, Cano, Frontera, Pérez, y por supuesto los de los cadetes del Colegio Militar.
La leyenda se generó gracias a una tradición oral y por imposición del Estado; el primer patrocinador de la conmemoración de la batalla fue el Colegio Militar –cuyo interés fundamental era dignificar la asociación, situándolo como paradigma de lealtad a las instituciones–, luego se consolidó por medio de la Secretaría de Guerra y la sep.
Tras esta apropiación de la historia el mito se enriqueció y los niños héroes se arraigaron a nuestro imaginario, quienes sin siquiera conocerlos ni saber nada más de ellos, se volvieron héroes anónimos, ejemplo de entrega y sacrificio.
«No saben quienes son; mas mi poesía
Os cubre con amor bajo sus alas
Y su plegaria envía
a las etéreas alas
¡Porque a mi ejemplo, enternecido el hombre
Ruegue a Dios por las víctimas sin nombre!»
José Tomás de Cuéllar
Con información extraída de Enrique Plasencia de la Parra, «Conmemoración de la hazaña épica de los niños héroes: su origen, desarrollo y simbolismos», en Historia Mexicana, vol. 45, núm. 2, 1995, pp. 241-279.
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