Sin duda mis pasos están siendo pasos con pausas, lagunas y un poco de desaparición. Me disculpo de antemano y me justifico diciendo que el vivir en una de las ciudades más bonitas de España me ha vuelto blanco interesante de visitantes, amigos, conocidos, conocidos de los conocidos y así un alista interminable de turistas, que sin bien se agradecen, también me sacan de la rutina y me alejan del habito de escribir con regularidad.
Haré un poco de memoria, y retrocederé mis pasos para contarles cosas que he hecho con y sin visitas, el primer plan surge de forma espontánea, yo había oído hablar del Camino de Santiago desde hace mucho tiempo, una “moda” decía para mis adentros y como tal no la había considerado en mi lista de pendientes en la vida.
El Camino de Santiago se me presentó sin esperarlo, sin plan ni proyecto y eso lo hizo mucho más bonito, además de que la compañía fue increíble. Como todas, o casi todas, las historias y los orígenes, hay muchas versiones, pero al final siempre se encuentran puntos de coincidencia para decidir con cuál parte se queda una. Así que, respetando el trabajo de los historiadores, ahí les va mi recopilación de datos.
Erase una vez, un señor llamado Santiago hijo de Zebedeo y Salomé, conocido como “el hijo del Trueno” por su fuerte carácter. Fue uno de los discípulos de Jesús, no se sabe mucho sobre su andar por tierras gallegas, pero según cuentan a su regreso a Palestina en el año 44 d.C. el rey Herodes Agripal ordena su muerte. Sus compañeros Teodoro y Atanasio deciden robarse el cuerpo del Apóstol para emprender un viaje en una barca de piedra sin timón, sin vela dejándose llevar por el propio Santiago a lugar en dónde deberían darle sagrada sepultura. Llegaron a Iría Flavia, tierras gobernadas por Lupa, reina pagana, la cual sometió a Teodoro y Anselmo a un montón de pruebas antes de permitirles celebrar el entierro. La prueba que terminó de convencer y convertir a la reina Lupa al cristianismo fue ver que los bueyes salvajes que les prestó para hacerles más difícil su traslado, no solo los trasladaron sin ningún problema, sino que fueron ellos, los bueyes, los que decidieron en dónde se enterraría al Apóstol, en una fuente en la que se detuvieron a beber a unos 100 metros de donde hoy está la Catedral de Santiago y la Plaza del Obradoiro.
Pasaron los días, los meses, los años, los siglos -ocho para ser exactos- y nadie se ocupó de la tumba, hasta que Pelayo un ermitaño de la zona en el año 823 (Siglo IX) observó una estrella que iluminaba una cueva, descubriendo así los restos del Apóstol Santiago, como el evento se repetía todas las noches, decidió ir a Oviedo capilla del reino, a contárselo al rey Alfonso II, el Casto. El rey decidió ir a constatar con sus propios ojos lo que contaba Pelayo, hizo el recorrido entre Oviedo y la tumba del Apóstol, y así se convierte en la primera Ruta Jacobea, la que hoy conocemos como Camino Primitivo.
Hasta ahí mi recopilación y propia versión de los orígenes del Camino, al que hoy se le considera junto con Roma y Jerusalén un gran centro de peregrinación que recibe mas de 200 mil peregrinos al año, cada uno con su historia y su estilo. Los hay peregrinos de cepa de estos que traen la vida a la espalda, se quedan en albergues o acampan, otros mas fresas que hacen los recorridos con una pequeña mochila para pasar el día mientras su maleta hace su propio camino en coche gracias a una compañía que se dedica a eso, trasladar maletas de hotel en hotel, aligerando el peso de los peregrinos. También hay quien lo hace en bicicleta, o a caballo. Peregrinos solitarios, profundos, esnobs, silenciosos, cantadores, equipados, improvisados, jóvenes, grandes y más. Hay de todo y creo que el Camino tiene tanto que dar, que hay para todos, todos caben nadie cuestiona los porqués, sin distinción cada vez que te cruzas con cualquiera de los antes mencionados el dialogo es el mismo: “buen camino”.
Las rutas están perfectamente trazadas y señalizadas, cada dos por tres te encuentras con un mojón y su conchita en el que te dicen cuántos kilómetros te faltan para llegar a la plaza del Obradoiro, la meta. Sin duda un esfuerzo físico interesante, se requiere voluntad mas que condición física, hay pedazos lindísimos de naturaleza pura, otros no tanto a pie de carretera de asfalto y coches que pasan junto a ti, pueblos con lugares para comer, vecinos que dejan botellas de agua para los peregrinos en las puertas de sus casas, pero sobre todo hay buena vibra, reflexión y mucha paz.
Puedes pedir un pasaporte del peregrino el cual te van sellando en bares, iglesias y hoteles, hostales y albergues, y si te gustan los recuerditos puedes pasar ya en Santiago por tu certificado, que no es más que un diploma para el ego y el alma.
La llegada es muy bonita, la plaza y la Catedral ya de por sí imponen, pero la sensación del logro y de la palomita al reto, son increíbles. El gozo de todos los ahí reunidos se contagia, los hay que se tiran al suelo a descansar a observar, los que gritan, los que cantan, los que ondean su bandera, los que abren botellas de champagne, se abrazan, se toman fotos o selfis. Es una fiesta, personal y colectiva.
Si es moda o no hoy ya no me importa, me quité de encima uno de tantos prejuicios que tengo y me lancé a caminar. Hoy lo festejo y los agradezco.