Mis amores, de paseo por las calles del Centro de esta ciudad he escuchado a los corrillos murmurar fuertes declaraciones acerca de dos personajes imprescindibles de ella: la virreina María Luisa Manrique de Lara, condesa de Paredes, y la famosa monja poeta, Sor Juana Inés de la Cruz.
Nueva España, 1686
Hace ya seis años que la condesa llegó a la Nueva España acompañando a su marido, el virrey Antonio de la Cerda, y una de las primeras cosas que leyó fue la poesía de sor Juana, que admiró antes de conocerla personalmente.
Desde que las presentaron, poetisa y virreina se cayeron bien y se hicieron muy amigas. Doña María Luisa, quien por cierto, es una mujer bellísima, empezó a visitar con frecuencia el convento de San Jerónimo, donde Sor Juana tiene una enorme celda llena de libros —se dice que son cuatro mil volúmenes— e instrumentos de medición.
Los últimos seis años han sido muy productivos para la monja escritora, quien tal vez se ha sentido muy inspirada a escribir gracias a la influencia de su amiguita la marquesa. Pero Sor Juana escribe unos versos que han escandalizado bastante a la timorata sociedad novohispana. En ellos, describe de forma por demás erótica las características físicas de María Luisa Manrique de Lara. Juana de Asbaje no para de admirar los ojos, los brazos, la boca, el cuello y… otras partes de la anatomía de la condesa, además de sus bellezas espirituales y demás dones que, según Juanita, posee la virreina.
Obviamente, luego de leer los apasionados poemas donde sor Juana le jura a doña María Luisa que la adora y la venera, la gente no deja de hablar, dicen que la monja le ha regalado a su «amiga» un anillo y un retrato suyo, que la Manrique conserva como sus bienes más preciados. ¿Será que estas dos andan? Yo no sé, es muy su vida, pero lo cierto es que me enteré de una noticia que a sor Juana le va a caer como balde de agua helada, y es que el rey de España acaba de nombrar un nuevo virrey, por lo que don Antonio de la Cerda deberá regresar a la Madre Patria en compañía de su bella mujercita. ¿Qué será de la monja poeta sin su noviecita? Ay, no quiero ni pensarlo…
Au revoir!