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La inverosímil metamorfosis de Borges

por Alejandro Toledo
La inverosímil metamorfosis de Borges

En estas páginas hemos citado de manera constante —aunque parece nunca ser suficiente— las ficciones, reflexiones y opiniones del gran Jorge Luis Borges; sin embargo, una faceta poco explorada de éste es la de traductor de autores de la talla de Melville, Faulkner o Kafka. En este artículo, el autor coloca al protagonista de La metamorfosis —la célebre obra de Kafka— haciendo pesquisas de una traducción perdida.
I.
Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontróse con que Borges jamás había traducido la historia de su metamorfosis. Con dificultad, por la figura convexa de su vientre oscuro, Samsa abandonó las páginas del libro de la Editorial Losada en donde se hallaba atrapado y deslizó sus innumerables patas, lamentablemente escuálidas, por la portada, hasta clavar sus ojos miopes primero en el título y luego en las líneas de abajo: «Traducción y prólogo de Jorge Luis Borges». Aun dentro de la pesadilla de amanecer convertido en un monstruoso insecto, lo confortaba pensar que su transformación era seguida paso a paso en español por los fieles lectores de ese autor argentino. Pero no era así, algo —entre sueños— le había creado esa inquietud.
¿Qué me ha sucedido?
Tuvo que realizar múltiples esfuerzos, durante esa larguísima jornada que se desarrolló en una enorme biblioteca a la que no sabía cómo había arribado, para hacerse de una idea clara de lo ocurrido con Borges. Primero pensó en ir a las primeras ediciones de las traducciones acreditadas al autor de El Aleph. En cuanto a La metamorfosis, tendría que escurrirse hasta la k de Franz Kafka y desenterrar el tomito original de Losada, de 1938, número 1 de la colección La Pajarita de Papel, que incluía además «Un artista del hambre» y «Un artista del trapecio». Pero verlo y no verlo era lo mismo, pues Samsa había salido esa mañana de una de las múltiples reimpresiones —de abril de 1992— de esa metamorfosis luego puesta en duda. Tenía la sospecha de que el prólogo sí era de Borges y la traducción no, pero eso habría que documentarlo. ¿Se encontraría el Orlando, o la Orlando, de Virginia Woolf en la misma incertidumbre?
Decidió entonces no tomar el camino hacia la k de Kafka ni hacia la f de Faulkner o la w de Whitman y Woolf, en donde encontraría otras traducciones al parecer borgesianas, sino a la b directa de Borges. En esto, a ritmo de escarabajo, se demoró un par de horas. Según Rodríguez Monegal, en 1905, a los nueve años de edad, Borges traduce El príncipe feliz, de Oscar Wilde; Miguel Helft da la ficha técnica, mas el año no es el mismo, sino 1910, y cita la leyenda siguiente del diario El País del 25 de junio: «Traducido del inglés por Jorge Borges (hijo)». Es lo primero que Borges ve publicado, a los nueve o los catorce años.
Para Rodríguez Monegal, las traducciones «reales» de Borges son: Un cuarto propio y Orlando, de Virginia Woolf —que, se dice, fue traducida por su madre—, en 1936 y 1937, respectivamente; Un bárbaro en Asia, de Henri Michaux y Las palmeras salvajes, de William Faulkner, en 1941; Bartleby, de Herman Melville, en 1944; y del año 1969 es una traducción parcial de Hojas de hierba, de Walt Whitman. De La metamorfosis sólo apunta que prologó el relato en 1938.
Para cotejar esto, Gregorio Samsa ejecutó un dificultoso paseo por la Bibliografía completa. Exhausto, Samsa encontró sólo confirmaciones de que Borges nunca había trasladado al español La metamorfosis, aunque la Editorial Losada insistiera en lo contrario. Entre otros papeles se encontró con una revista en la que un escritor, Fernando Sorrentino, dice haber comentado a Borges que en su traducción de La metamorfosis notaba un estilo distinto del habitual… Y dice que Borges le dijo: «Bueno: ello se debe al hecho de que yo no soy el autor de la traducción de ese texto. Y una prueba de ello —además de mi palabra— es que conozco algo de alemán, sé que la obra se titula Die Verwandlung y no Die Metamorphose, y sé que hubiera debido traducirse como La transformación. Esa traducción ha de ser —me parece por algunos giros— de algún traductor español».
—No de Borges —lamentó Samsa.
Luego, a pesar suyo, su cabeza hundióse por completo, y su hocico despidió débilmente su postrero aliento.

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