Definitivamente, la bicicleta está presente en nuestro día a día, ya sea en la rutina de ejercicio, camino a la escuela o el trabajo, con los niños en el parque —con todo y llantitas traseras—, con el vendedor de tamales oaxaqueños o con el cartero. Andar en bici es una actividad cotidiana que se ha expandido y popularizado —sin importar sexo, raza o clase social.
«Cuando veo a un adulto en una bicicleta, no pierdo las esperanzas por el futuro de la raza humana.»
H.G. Wells
En la antigüedad
Los primeros indicios sobre máquinas de dos ruedas se remontan a las civilizaciones antiguas, aunque ninguno de esos inventos puede considerarse como predecesor de la bicicleta. Por ejemplo, en Egipto existen jeroglíficos en los que aparece una máquina con dos ruedas unidas por una barra, mientras que en China hubo una semejante a ésta, salvo porque sus ruedas eran de bambú.
Mucho más tarde, para ser exactos a finales del siglo xv, Leonardo da Vinci hizo el boceto de una bicicleta —que se encuentra en el Codex atlanticus1 El Codex atlanticus es la más grande colección de documentos de Leonardo da Vinci, que fueron reunidos por Pompeo Leoni. Se llama atlanticus, por su extensión, comparable con la de un atlas—, en la que ya se veía una transmisión de cadenas y pedales, lo que, para la época, representaba un gran adelanto científico, en especial si tomamos en cuenta que estos dos mecanismos terminaron inventándose 300 años después. ¡Leonardo tuvo que haber viajado en el tiempo!
Paso a pasito
El primer paso para llegar a lo que hoy en día conocemos como bicicleta fue la célérifère o celífero —del latín celer, «rápido», y fero, «llevo»—, inventada por el conde Mede de Sivrac en 1790, que consistía en una viga de madera con dos ruedas añadidas en cada uno de los extremos, pero sin pedales, por lo que el usuario debía impulsarse con sus pies alternadamente. Sin embargo, como tampoco tenía manubrio y el asiento no contaba con almohadilla, era muy incómoda, así que no fue bien recibida, a pesar de que después se le adornó con cabezas de caballo, león, ciervo o dragón en la parte delantera, en un intento por mejorar su aspecto.
Pa’quí o pa’llá
En 1816, el baron Karl Drais von Sauerbronn formó, con una vara que unió al eje de la rueda delantera, el dispositivo de dirección que le hacía falta a la célérifère, lo que permitía que pudiera girar. Además, le puso una montura cómoda. Aunque el barón bautizó su vehículo como «máquina andante», finalmente se le denominó draisiana en honor a su inventor, quien lo popularizó al hacer el recorrido de Mannheim a Karlsruhe en cuatro horas, en lugar de 16, que eran las que se hacían a pie.
—I want to ride my bicycle…—
Más tarde, la draisiana fue adaptando mejoras en los diversos países en los que se usaba; por ejemplo, en Inglaterra, Denis Jonson cambió la madera por el hierro, lo que le hizo ganar resistencia y seguridad. Estos nuevos modelos fueron conocidos balancín y, en 1818, como dandy horse. Además, tenían diferencias; por ejemplo, el balancín era más ligero, su asiento era ajustable y contaba con un apoyo para el codo. Curiosamente, este invento también fue patentado en ee.uu., pero no suscitó mucho interés.
¡Ya me pedalearon mi bici!
En 1838, el herrero escocés Kirkpatrick MacMillan implementó los pedales, con lo que logró que el conductor pudiera estar en movimiento sin tener que tocar el suelo. Con ello, MacMillan logró recorrer de Dumfries a Glasgow —226 kilómetros—, a 13 kilómetros por hora.
Veintitrés años más tarde, Ernest Michaux y su padre, Pierre, modificaron la draisiana al agregarle pedales, manubrio y ruedas de hierro. Su invento fue bautizado como velocípedo —de velox, «veloz», y piedis, «pie»—, y, aunque era difícil subir y bajar de ella, pues la llanta delantera —donde estaban instalados los pedales— era casi tres veces del tamaño de la trasera, tuvo gran aceptación en Francia, al grado que en la fábrica de Michaux se llegaron a fabricar 200 al día. La razón de que esa llanta tuviera tal proporción se debía a que de ello dependía la velocidad que alcanzaba.
En Inglaterra se le llamó quebrantahuesos, por las vibraciones de la rueda de hierro sobre los caminos empedrados.
Así que, para reducir el peso, los ingleses implementaron las ruedas huecas de hierro cubiertas de caucho y los «rayos» metálicos en las llantas.
Fue hasta 1869 cuando se patentó el primer vehículo con el nombre de bicicleta —que significa «dos ruedas»—, pero lo más parecido a la bicicleta de hoy en día apareció hasta 1885, cuando John Kemp Starley —un inventor inglés—, incorporó los pedales entre las dos llantas y, por medio de varillas, hizo que la trasera fuera la encargada de la propulsión; además, le agregó los frenos. Finalmente, para sustituir las varillas, un ingeniero suizo de nombre Hans Renold inventó la cadena de transmisión.
A bicicleta regalada no se le miran las llantas
Para recopilar todas las partes que hoy forman una bicicleta, lo único que faltaba eran los neumáticos, que fueron inventados por John Boyd Dunlop en 1888. Su hijo de nueve años, Johnny, se quejaba de los golpes y las vibraciones que soportaba su triciclo cuando se trasladaba a la escuela, causadas por las ruedas de goma maciza con las que contaba, así que cortó una manguera de caucho en la que se podía introducir aire comprimido, y la colocó alrededor de la rueda; así, al amortiguar el impacto contra el suelo y la resistencia, la bicicleta ganó en velocidad y comodidad.
Cuando las llantas comenzaron a sufrir ponchaduras, Dunlop sustituyó la cubierta de goma por tela y caucho; más tarde, en Francia, los hermanos Édouard y André Michelin crearon un neumático desmontable, mientras Giovanni Battista Pirelli hacía lo propio en Italia. De esta manera, viajar a todas partes en bicicleta era sencillo, con sólo llevar unas cuantas cámaras para cambiarlas en caso de cualquier pinchadura.
Después de este último invento, la bicicleta ha mantenido su esencia en el mecanismo y los cambios que ha sufrido más bien se relacionan con su peso, el diseño y el uso que se le va a dar.
Este artículo se publicó en Algarabía 46.