«El Hijo del Cielo del país en el que nace el Sol envía una carta al Hijo del Cielo del país en donde se oculta el Sol». Éstas fueron las palabras que en el año 607 d.C. el príncipe Shotoku, regente del gobierno japonés, envió al emperador de China, Yang Di —de la dinastía Sui—, para establecer relaciones diplomáticas entre ambas naciones. Conoce a profundidad este bello país, llamado: Japón.
Con este mensaje, el príncipe trató de hacer notar la admiración que tenía por esa gran cultura pero también que, para él, ambos territorios gozaban de los mismos privilegios. Además, tenía la intención de eliminar el nombre con el que Japón era conocido en China: Woguo —‘país enano’—.
En aquel entonces, China era considerada una civilización muy avanzada y tenía una fuerte influencia en toda Asia en diversas áreas, como la religión, las estructuras políticas, la arquitectura pero, sobre todo, la escritura; por eso Shotoku tenía tanto interés de establecer buenos vínculos con esa potencia —a la que ya de por sí le había copiado varias cosas, como los modelos confucianos y el calendario.
Además, para ese tiempo China ya compartía algunos kanjicon Japón y por esta razón Shotoku utilizó en su mensaje 日, ‘día’, y 本, ‘origen’ —日本, Nippon o Nihon, en japonés; Yihpuno Xipon, en chino— para referirse a su nación ubicada al este y, con ello, reivindicar su nombre.
Tras la muerte de Shotoku y el posterior golpe de Estado a cargo del príncipe Naka-no-Ōe, que derivó en la centralización del gobierno, se adoptó «Nippon» como el nombre oficial y así quedó registrado en documentos diplomáticos y crónicas. Sin embargo, dicho nombre cobró más fuerza durante los siglos VII y VIII, tal como narra El libro de Tang —un compilado de historias, leyendas y hechos sucedidos durante las seis dinastías imperiales chinas.
Mucho después, en el año 1296 —o quizá 1298—, Marco Polo escribió en su Libro de las maravillas, tras su viaje por el territorio chino, sobre «una isla en Levante, que está en alta mar, a 1 500 millas de las tierras. Es grandísima.
Las gentes son blancas, de buenas maneras y hermosas. Son idólatras y se gobiernan a sí mismos, y no están bajo el señorío de ningún otro hombre»,a la que llamó «Çipangu»—una variación de la pronunciación china para «Nihon»: xipon— y que describió como la «isla del oro». El Libro de las maravillas tuvo mucha influencia sobre Europa, por lo que el nombre de «Çipangu» derivó en diversas formas, desde «Jipan»,«Japan»y finalmente «Japón»,en español, tal como nos llegó a América después de su descubrimiento, pues cabe mencionar que dicho texto sirvió como inspiración para los viajes de exploración ordenados por los Reyes Católicos de España.
Por tal razón es que, sin importar su ubicación geográfica o sus palacios cubiertos con finas y relucientes placas de oro, Japón ha sido conocido durante más de 1 400 años como «el país del Sol naciente».