Supongo que alguna vez, estimado lector, ha sido presa del terror y la desesperación al encontrar ese pequeño cilindro de cartón sin su acolchado recubrimiento, lo que lo ha movido a gritar con enfado y frustración: ¡no hay papeeel! Por ello, le sorprenderá saber que la mención «papel higiénico» no se hacía a principios del siglo XX y que las damas de aquella época se sonrojaban cuando pedían «cuatro de ésos» al dependiente de la tienda, porque les era completamente embarazoso solicitarlo.
El papel que no era papel
Desde tiempos remotos, el hombre primitivo se preocupó por su higiene, destinando lugares específicos y apartados de sus viviendas para defecar, utilizando para su asepsia, claro está, lo que les quedaba más a la mano. Fueron los romanos quienes crearon el antecedente del papel higiénico: se trataba de unas esponjas que eran lavadas para reutilizarlas varias veces y que tuvieron un uso extendido en los baños públicos y privados.
Por otro lado, arqueólogos israelíes encontraron, en la década de los años 90, un antiquísimo «papel de baño» formado por trozos de tela cuadrados que pudo haber sido usado hace unos 1300 años en el desierto de Aravá. Estos trozos de diez centímetros por lado —aparentemente recortados de ropas viejas— fueron descubiertos en antiguos inodoros excavados en un vertedero de basura que, entre los siglos VII y VIII, usaban las rutas de caravanas cuando traían especias del Lejano Oriente y la India.
Objetos similares fueron hallados en Egipto: se trataba de pequeños trozos de tela de tejido suave que hacen pensar que fueron empleados con fines sanitarios. Por otro lado, hay quien asegura que los árabes usaban el papel de china con este mismo propósito.
Inglaterra en la historia del papel de baño
En el seno de la corte de Isabel Ide Inglaterra (1533-1603) florecieron numerosos poetas, entre ellos uno que le dio realce en lo que a la historia de los logros sanitarios se refiere: su nombre era Sir John Harrington, autor de La metamorfosis de Ajax, obra que, en el apéndice, incluía una descripción, si bien poco poética, muy detallada del uso del excusado de agua corriente. John Harrington presentó el texto a la reina, quien lo leyó de cabo a rabo, incluido el extraño apéndice.
No tenía nada que hacer la descripción de un excusado con un texto poético, pero lo cierto es que pronto el Palacio de Richmond pasó a la historia como el lugar en donde por primera vez fue construido e instalado este útil artefacto. La suerte del libro de Harrington no terminó ahí, pues, según los testigos de la época, Isabel I lo hizo colgar de un clavo, justo al lado del flamante excusado de agua corriente, con lo cual, dicen las malas lenguas, tal vez haya contribuido al nacimiento del papel de baño.
Aunque esta historia nos sugiere el uso del papel en las actividades sanitarias, la fecha real de la primera producción de este bien no se ha determinado; además, no fue sino hasta 1718 cuando se hizo por primera vez una referencia a él.
Un papel incomprendido
En el siglo XVIII, el papel que se utilizaba para los servicios sanitarios era manufacturado para envoltura y sólo una pequeña porción se usaba como papel de baño; su presentación era extraña e interesante. Uno de esos ejemplares fue el Madame’s Double Utility Fan —abanico para damas de doble utilidad—, encontrado en Estados Unidos en 1785. Los había en bambú con una cubierta satinada con encaje y pintado a mano, pero la gran novedad es que tenían en el mango un compartimento secreto que contenía 150 hojas sencillas de papel sanitario.
Sin embargo, no fue sino hasta 1857 cuando Joseph Gayetty confeccionó, en su compañía de Nueva Jersey, el primer papel higiénico propiamente dicho. Estas hojas de papel, llamadas Gayetty’s Medicated Paper, estaban fabricadas con fibra de manila, tenían terminado satinado y cada paquete contenía 500 hojas de 14.5 x 21.5 cm. Cerca de 95% de su producción se enviaba a Inglaterra y sólo 5% era vendida en Estados Unidos, lo que hizo que no tardara en desaparecer de las estanterías de las tiendas. La situación higiénica de la América pionera de esos días iba más allá de los baños fuera de la casa, pero no pudo llegar a acostumbrarse a un producto tan «refinado». Así, la gente continuó prefiriendo los periódicos y revistas que, aparte del uso higiénico, también proporcionaban lecturas interesantes y entretenimiento.
La historia del papel de baño continúa, porque décadas después, en 1871, se otorgó la patente para una máquina productora de papel higiénico, aunque antes de esta fecha ya se hacía un tipo especial de papel de baño que se expendía en un gabinete con un cuchillo para cortar la cantidad necesaria que requería el cliente. De hecho, en un principio, el papel sanitario, así como el papel para escribir, eran distribuidos por el personal de los hoteles.
El rollo en la historia del papel de baño
Ahora bien, la paternidad del rollo de hojas múltiples es dada al inglés Walter Alcock, quien trató de lanzar el producto al mercado en 1879. Esta vez, el genial invento encontró su mayor obstáculo en la mojigatería de la sociedad victoriana: ¡la gente no podía hablar sobre él!; por ello su uso no se difundió con la rapidez necesaria.
No obstante, muy poco después, los hermanos Edward y Clarence Scott de Filadelfia, Estados Unidos, fueron capaces de tomar ventaja de la favorable tendencia hacia la modernización y urbanización que era acompañada por innovaciones en el campo de lo higiénico y lo sanitario. Ellos vieron que éste era el momento correcto para reproponer el rollo de papel de baño.
Inicialmente introdujeron rollos de color café para ser usado en «el cuarto más pequeño de la casa». De esta manera, el papel de baño experimentó varios cambios hasta que Waldorf Tissue —creación de los propios hermanos Scott— irrumpió en el mercado: un producto «tan suave como el lino viejo».
A partir de entonces, el papel de baño comenzó a ganar espacio en los hogares, aunque no fue impulsado por la industria publicitaria, que procuraba moverse con tacto. Las revistas de la época se oponían a mostrar anuncios de esta índole; sin embargo, esta postura fue superada en un anuncio publicado en Harper’s, en donde se promocionaba un papel para envoltura y, en una esquina de la hoja, se mostraba de forma sutil un rollo de papel de baño.
Aunque el primer papel higiénico que tuvo un registro fue producido en Nueva York en 1882, el rollo, tal y como lo conocemos, tuvo que esperar hasta el final de la I Guerra Mundial para hacerse verdaderamente popular y lo logró a través de un grupo de mercadólogos que le dio al clavo cuando explotó el deseo de suavidad de la sociedad consumidora estadounidense. Uno de los eslogans más representativos de la nueva campaña fue:
«¡Esa familia tiene una casa bonita, mamá; pero su papel de baño lastima!».
Así, el imprescindible rollo a la historia del papel de baño, para quedarse, pues con esmero procuramos nunca dejar vacío su lugar en el cuarto más pequeño de la casa.
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