«Lady muerte», es el apodo que le dieron a la francotiradora Liudmila Pavlishenko —por ser la más letal de la historia— con su nombre infundía temor en los soldados alemanes.
Una vida histórica
“Recordar es, sobre todo, un acto creativo. Al relatar, la gente crea, redacta, su vida.” [1]
Lyudmila Pavlichenko, fue una historiadora y franco tiradora del ejército rojo que combatió en el Frente Oriental de la Segunda Guerra Mundial, nació el 12 de julio de 1916 en Bila Tserkva, territorio que hoy pertenece a Ucrania, pero entonces formaba parte del Imperio Ruso. Cuando tenía 14 años su familia se mudó a Kiev en dónde encontraría una sociedad paramilitar – DOSAAF – que marcaría su destino al convertirse en una tiradora amateur.
El club del tiroteo
Sí bien se sabe, hubo demasiadas mujeres en la guerra, sin duda Pavlichenko fue una de las más destacadas en este ámbito, con características muy particulares y un ímpetu por su patria, formaba parte de las unidades de los mejores francotiradores del Ejército Rojo, a sus 25 años, se convirtió en la primera mujer rusa en alistarse y ser voluntaria para detener al ejército Nazi.
Pasó bajo asfalto y casquillos de bala durante dos años y medio en la primera línea del frente de defensa de su ciudad, Odesa, y posteriormente en Sebastopol. Es importante señalar que fue reconocida con la medalla de «Héroe de la Unión Soviética».
Durante la guerra, el total de muertes calculadas y confirmadas durante dicha contienda con el ejército nazi fue de 309 francotiradores enemigos.
¿Arma propagandística?
Tras participar en diversas batallas y tras un terrible accidente con una metralla de mortero que le penetro la cara, decidió retirase del frente, pero con un nuevo rol, entrenar a los nuevos tiradores, sin embargo, el gobierno ruso decidió darle otro objetivo: Ser propaganda.
En 1942 bajo el cargo de Stalin, viajó a Estados Unidos y Gran Bretaña en uno de los viajes de propaganda amistosa entre los aliados que combatían la Alemania de Hitler. Fue la primera ciudadana soviética en ser recibida por el presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, en la Casa Blanca.
[1] Aleksiévich, S.(1985). La guerra no tiene rostro de mujer. Debolsillo.
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