El universo es darwinista y la evolución está por todas partes. Sin duda, Charles Darwin es uno de los hombres más importantes de la historia. Su teoría de la evolución a través de la selección natural es a la biología lo que la relatividad y la mecánica cuántica a la física, o la tabla periódica de los elementos a la química.
Estos hitos científicos han sacudido en tal medida la forma de pensar de la humanidad que hoy usamos en conversaciones cotidianas frases como «el tiempo es relativo» o «el más apto es el que sobrevive». Aunque lo anterior no significa que en verdad comprendamos estas teorías, ni que usemos correctamente términos como cuántico o evolución, sobre todo cuando lo hacemos fuera del contexto de los procesos y fenómenos científicos.
Si hablamos de evolución, buena parte de la confusión en torno al término se debe a la popularidad de la palabra, muy socorrida cuando se trata de vender el auto último modelo o el más reciente diseño de sartén que, al igual que los pokemones, «no cambian, evolucionan». Pero esto es un malentendido, ya que la evolución no es una olimpíada, y las especies, al evolucionar, no necesariamente se vuelven más rápidas, más grandes o más fuertes.
Según la Enciclopedia Británica, el darwinismo es un conjunto de teorías acerca del mecanismo de la evolución de la vida en la Tierra propuesto por Charles Darwin en su libro El origen de las especies, en 1859. En éste, la evolución se explica como un cambio orgánico producido por la selección natural que sucede por la interacción de tres principios:
a) Variedad, un factor casi aleatorio que Darwin no intentó explicar y que está presente en todas las formas de vida.
b) Herencia, fuerza de conservación que transmite formas orgánicas similares de una generación a otra.
c) La lucha por la supervivencia, que determina las variaciones que dan ventajas en determinados ambientes y que modifican a las especies por medio de la selección reproductiva.
La evolución es un cambio orgánico producido por la selección natural debido a la interacción de tres principios: variedad, herencia y lucha por la supervivencia.
A partir de estos principios, estudiosos de disciplinas tan dispares como la sociología, la cosmología y la cibernética han generado una maraña de nuevas teorías científicas basadas en la evolución por selección natural. A siglo y medio de la publicación de la teoría de Darwin, presento la siguiente guía para entender algunas de esas nuevas teorías sobre tan fecunda idea.
Darwinismo social
Es a Herbert Spencer a quien le debemos el quebradero de cabeza resultante de aplicar una teoría biológica al estudio de la sociedad. Spencer propuso que la sociedad humana como tal estaba sujeta también al proceso de selección natural y de supervivencia del más apto. Una diferencia no menor es que, para Spencer, la evolución equivalía a progreso, mientras que en el mundo natural en ocasiones puede implicar volverse menos grande, menos fuerte o menos rápido.
Herbert Spencer aseguró que las sociedades humanas también tenían procesos de evolución.
En 1883, Lester Frank Ward postuló que la especie humana podía, a diferencia del resto de los seres vivientes, controlar este particular tipo de evolución y que, por consiguiente, podía sustituir la competencia por la cooperación, protegiendo así al más débil. Para el historiador Gerald Lee Wilson, la diferencia entre el darwinismo social de Spencer y el de Ward es similar a la que habría entre el juego de Monopoly clásico, cuya meta es que uno de los jugadores monopolice todas las propiedades en el tablero y lleve a la quiebra a los demás, y una versión en la que los jugadores con más propiedades «perdonaran» sus deudas a los más pobres y así pudieran continuar dando vueltas por siempre.
Darwinismo artificial
Aunque aún parece un tema de la ciencia ficción, la especulación con fundamentos teóricos sobre la posibilidad de construir organismos artificiales —no necesariamente cyborgs como los de las películas— que evolucionen igual que sus contrapartes vivientes, tiene una larga historia.
Por ejemplo, en 1970 J. H. Conway creó un autómata celular que consistía en un grupo de cuadritos dispuestos en una malla similar a un tablero de ajedrez que evolucionan de acuerdo con un conjunto de reglas previamente establecidas. Pero, como afirmó el matemático John von Neumann años antes del descubrimiento de la doble estructura del ácido desoxirribonucleico —adn—: «un organismo, para reproducirse, necesariamente debe contar con una descripción o receta de sí mismo», así que todavía está lejos el día en que, cual modernos Frankensteins, seamos capaces de crear vida artificial.
Darwinismo químico
Al hablar sobre el origen de la vida en su libro Teoría de la información y evolución, publicado en 2003, el químico teórico John Avery, de la Universidad de Copenhague, visualiza una era de «darwinismo químico» en la que los actores no son seres vivientes, sino «sistemas autocatalíticos» —esto es, conjuntos de moléculas que, al funcionar de manera organizada, fomentan la formación de nuevos conjuntos iguales a ellos—, que no sólo incorporarían a las moléculas ricas en energía presentes en su medio, sino que también se «reproducirían» y competirían entre ellas de manera completamente darwiniana: por medio de la selección y propagando sus variaciones en la dirección de mayor eficiencia. Se piensa que sistemas como éstos fueron los precursores de la vida.
Si quieres conocer más sobre los tipos de evolución, como la neural, la cosmológica y la cuántica, consulta Algarabía 61.