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Porque lo digo yo… ¡que soy tu madre!

Aunque lo cierto es que la forma en que las mamás de hoy educan a sus hijos es distinta, también es cierto que las mamás «de todos los tiempos» conservan comunes denominadores.

Y es que, a pesar de que pudieran parecer arcaicos, muchos de esos «métodos educativos» —enojos, gritos, sombrerazos, chantajes y, en fin, todo el arsenal de frases y armas, letales o no, que usaron con nosotros nuestras mamás— funcionaron o, lo que es peor, siguen funcionando, porque yo a mis hijos me los traigo bien giritos con el «uno… dos… tres».
Las mamás educan, corrigen, alientan, advierten y concientizan; también se desesperan, estallan, tienen arranques y, sobre todo, chantajean y amenazan. Las ocasiones son varias y diversas, pero sus cantaletas siempre son las mismas. He aquí algunas de ellas:
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Para los mal portados

A los incorregibles se les amenaza con: «te voy a enderezar de un solo guantazo» o «mejor reza para que esta mancha salga de la alfombra» o «te voy a dar para que llores por algo» o «vas a dormir calientito». Y cuando la mamá empieza a dar nalgadas a uno y el hermano se burla, exclama contundente: «orita voy contigo», y el remate es algo como: «para que veas lo que te pasa cuando te portas así» o bien: «date de santos que estoy cansada; si no, ¡te hubiera ido peor!».

Retobar

Contestarle a la madre puede ser demoledor: «no me contestes», «no me retobes», «no me rezongues» o, en forma de oxímoron: «¡cállate y contéstame!». Y ante tus rezongos, te dice: «si me vuelves a contestar, te voy a poner a hacer buches de lengua y diente» o «te voy a voltear la cara de un manazo» o, peor aún: «vas a ir a recoger los dientes a casa de doña María» —que vivía enfrente—. Y si osabas levantarle la mano, la respuesta era implacable: «se te va a secar».

Accidentes y pleitos

Cuando, por andar de inquieto, uno termina con un golpe
o sangrando, la respuesta no es precisamente consoladora: «eso te pasa por…» o «hasta que se queden ciegos, mancos o tuertos van a entender». Ante los pleitos a golpes, mamá nos reprende con un «déjense de pelear, que son hermanos», o con frases hechas: «juegos de manos son de villanos».
Pero si los golpes siguen, entonces revira con una retahíla de insultos del tipo de «¡ordinarios!, ¡pelados!, ¡majaderos!, ¡crápulas!, ¡canijos!» y hasta «¡fariseos!».
Y las lágrimas del vencido son enjugadas con un tajante: «¡ahora te aguantas!».

Nadie hace nada

Normalmente los hijos no cooperamos con las labores de la casa ni recogemos lo que tiramos, por lo que a todos nos han tocado reproches como: «¡labregones!, ¡bolsones!, ¡talegones!»; si es muy mexicana: «alza tu tiradero», o, si no lo es tanto: «tu muladar» o «tu zahurda». Y luego puede quejarse mientras levanta el tiradero con lamentos como: «aquí nadie hace nada», «todo mamá, todo mamá», «parezco su criada» o «pero ya verás: en tu época no va a haber quien te ayude».
También puede soltar indirectas del tipo: «a ver, tú que no estás haciendo nada…» o «tú, m’ijito, que estás más cerca, ayúdame».

Frente a las visitas

Para fomentar las habilidades sociales de los niños, mamá recurre a los consabidos: «saluda, m’ijito…», «¿cómo se dice?», «pórtate bien», «te comes todo lo que te den», «di gracias» o «sí, ¿qué…?», mientras que para disimular las metidas de pata del pipiolo, nada como un: «¡niño!, ¿dónde has visto eso?», «m’ijito, mejor cállate», o indirectas como: «no, si de veras no entendemos» —que es otra forma de decir: «te lo digo Juan, entiéndelo tú, Pedro»—.
Pero, ya en corto, el pellizco furtivo viene con un «tú y tu bocota» o, si ya está a punto, con amenazas: «síguele y verás» o «lúcete».

En la mesa

Aquí ya hemos hablado de la hora de la comida, que es un tema insoslayable en este artículo, con frases como: «¡no te levantas hasta que te lo acabes!», «¡te lo comes o te lo pongo de sombrero!» —una tía literalmente lo hacía—, «usa los cubiertos, comes como animalito» o «como peladito de la calle». No faltan amenazas: «te lo vas a comer; escoge: ¿con nalgada o sin nalgada?», chantajes: «hay niños pobres que no tienen qué comer», o frases hechas: «comes como pelón de hospicio» o «el que come y canta loco se levanta».
Lee: ¿De dónde viene los modales en la mesa?

Chantaje

El chantaje es inevitable en la relación maternofilial: «me van a matar de un coraje», «mira cómo me pongo por tu culpa», «con ustedes no se puede», o variantes peores: «claro, como estoy pintada», «como yo no cuento», «nadie me hace ca

Malas palabras

Una madre cuida que el niño hable bien y, para enmendarlo, la señora es correctiva: «si vuelves a decir eso, te suelto una bofetada», aséptica: «te voy a lavar la boca con jabón —o con lejía—», detectivesca: «¿dónde has oído eso?», o, de plano, autoritaria: «para gritar, ¡grito yo!».
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Saliéndose del huacal

Los hijos crecen, se hacen adolescentes y, ante las salidas, la mamá arremete con la artillería más pesada de su repertorio: «¿a quién le pediste permiso?», «¿qué horas son éstas de llegar?», «¿que no se cansan nunca?», «andan de la Ceca a la Meca» o «andan como pulgas en pretina». Cuando llegas a deshoras: «¿dónde andabas?», «aquí no es hotel», «me tienen con el Jesús en la boca, bajé a toda la corte celestial», «qué, ¿te mandas solo?», o, si uno es más osado: «cuando regreses, vas a encontrar tus cositas allá afuera». Y ante la rebeldía, la respuesta es: «cuando te pagues tus cosas, podrás hacer lo que quieras» o «mientras vivas en esta casa…».

Amenazas, advertencias o «así es y punto»

O lo que es lo mismo: «hay de dos sopas: la de fideos y la de jodeos; y la de fideos ya se acabó». Y es por eso que la mamá dice cosas como: «si te caes, mejor te matas, porque yo no voy a estar jalando un carrito con una niña tullida», o «el que se quedó, se quedó», o «es la última vez que los saco», «si se van a matar, háganlo fuera que acabo de limpiar».
O simplemente cuenta: «te doy tres… ¡uno!, ¡dos!…»
O, ya más en cancha: «le voy a decir a tu papá», o «ésta es la mamá que te tocó y ni modo», o la máxima muestra de amor maternal: «yo te traje a este mundo… ¡y te puedo sacar de él!».
Para leer más frases clásicas de las mamás, lee el artículo completo en Algarabía 52.
 
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