Yo me acuerdo de la tía Clara y la tía Pepa que vivían en una casa antigua que había sido de sus papás. Pepa se había casado con un hombre que, como ella misma decía «nunca le vio más allá del codo», y como era de esperarse, nunca tuvieron hijos; al enviudar se quedó a vivir con su hermana menor —soltera, virgen y mártir—. Pepa la regañaba todo el tiempo: «¡Cierra tu boca de candado, Clara!», y cuentan que una vez, Clara perdió su medallita y lloraba: —¡Ay, mi medalla de la virgen del Carmen!, ¿qué voy a hacer sin ella? —Pues ¡rézale a San Antonio, Clara!, ¿qué esperas? —¡Yo no le rezo a ese pelón! A lo que Pepa le propinó un coscorrón junto con un: «¡Pues le rezas!».
Lo que quiero ejemplificar con esto es que, cuando dos personas adultas —es decir, que ya han cruzado la línea de la sombra—1 viven juntas por mucho tiempo, forman parte de lo que se conoce como un matrimonio bostoniano.
¿Quién no ha conocido alguna pareja de viejitas que viven juntas, ya sea porque ambas se quedaron solteras o porque una de ellas enviudó o se divorció o simplemente, porque el marido nunca volvió… y que se acompañan y hacen todo juntas, e incluso se pelean como esposos?
Marriage may be a tragedy, but it is not necessarily a failure.
El matrimonio podrá ser una tragedia, pero no necesariamente un fracaso.
—Peggy O’Mara
¿Por qué se llama matrimonio bostoniano?
Porque en su novela The Bostonians, publicada en 1886, el escritor Henry James, acuña este concepto y le otorga vida propia al presentar a dos bostonianas librepensadoras y protofeministas que viven juntas: Olive Chancellor y Verena Tarrant. Así, durante el siglo XIX se conoció como matrimonio bostoniano al arreglo entre dos mujeres que vivían juntas sin tener lazos de pareja o sexuales, y sin depender de ningún hombre para su manutención.
La mayoría de ellos estaban constituidos por «new women», es decir, mujeres adelantadas a su época, emancipadas, cultas y muchas de ellas con carrera universitaria, que tenían planes de vida y causas diferentes al matrimonio, y que empujaban los límites de una sociedad falocrática como la que prevalecía en aquel siglo.
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Hoy, el término designa a toda unión de dos personas adultas —hermanas, hermanos, madre e hija, madre e hijo, primos, y amigos o amigas— que viven juntas por mucho tiempo, pero no son pareja, y se consideran matrimonio, porque son relaciones muy cercanas en las que cada uno de los miembros tiene asignadas ciertas funciones, pero también comparten la toma de decisiones, los planes diarios y las vicisitudes propias del hogar.
El cine y la televisión nos proporcionan varios ejemplos de parejas que viven juntas: acuérdense de la película del director Ismael Rodríguez, A.T.M. ¡A toda máquina! (1951), en la que Luis Macías y Pedro Chávez viven juntos y pegados, y otras de Viruta y Capulina, Manolín y Schillinsky, el Gordo y el Flaco —Stan and Olie—, y hasta de Enrique y Beto —Bert and Ernie— los famosísimos muppets de Plaza Sésamo creados por Jim Henson, que duermen en camitas gemelas.
The real soulmate is the one you are actually married to.
El verdadero amor de tu vida es aquella persona con quien vives en matrimonio
J.R.R. Tolkien, Carta a Michael Tolkien, marzo de 1941
En los matrimonios bostonianos, como en cualquier otro, suelen haber pleitos, hartazgo ante la cotidianeidad, escena del sofá, rituales compartidos, celos y complicidad. Nomás acuérdese de las hermanitas Teresa y Hortensia Vivanco, interpretadas por Sara García y doña Prudencia Grifell, quienes envenenaban a la gente y todo el tiempo estaban juntas.
O más para acá, a las gemelas Selma y Patty Bouvier, las hermanas de Marge Simpson que llevan viviendo más de diez años juntas —gracias a Matt Groening— y han decidido pasar el resto de su vida así, con alguno que otro lapsus: mientras Patty dedica su tiempo al celibato, Selma lo dedica al libertinaje.
Marriage is popular because it combines the maximum of temptation with the maximum of opportunity
El matrimonio es popular porque combina el máximo de tentación con el máximo de oportunidad
George Bernard Shaw
Los miembros de un matrimonio bostoniano suelen conocerse más de lo que deberían. En el cuento «Casa tomada», Julio Cortázar narra cómo dos hermanos son expulsados de su propia casa por «algo» que se va apoderando de ella, y que los desplaza poco a poco hasta la calle. Él es un hombre culto, amante de la literatura francesa. Ella, una mujer tranquila y sencilla a la que le gusta pasar el día tejiendo. El dinero les llega de las rentas de «los campos» y su rutina es la misma, como en un matrimonio prototípico:
[…] aun levantándose tardísimo, a las nueve y media por
ejemplo, no daban las once y ya estábamos de brazos
cruzados. Irene se acostumbró a ir conmigo a la cocina y
ayudarme a preparar el almuerzo. Lo pensamos bien,
y se decidió esto: mientras yo preparaba el almuerzo,
Irene cocinaría platos para comer fríos de noche. […] Irene
estaba contenta porque le quedaba más tiempo para tejer.
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Se vive con otra persona, muchas veces, porque hay un proyecto de vida en común, como en el matrimonio institucional, pero también hay otras razones: las muertes de los padres, las desventuras amorosas, el apego al núcleo familiar, el miedo a crecer, la desidia o simplemente la mera coincidencia.
It takes patience to appreciate domestic bliss; volatile spirits prefer unhappiness.
Hay que ser paciente para apreciar la dicha doméstica; los espíritus inconstantes prefieren la infelicidad
The Life of Reason, George Santayana
En un matrimonio bostoniano que se precie de serlo —es decir, no en un arreglo temporal de roommates que solamente se hace para compartir los gastos—, cada una de las partes suele tomar un papel determinado; por lo general, hay uno que «lleva los pantalones» y el otro suele ser más sumiso y obediente; uno es más estable y el otro más volátil y voluble —puede incluso tener relaciones fugaces o viajes, o puede llegar a casarse—; tal es el caso de Sherlock Holmes y el doctor Watson, que empiezan compartiendo un departamento, pero poco a poco se vuelven dependientes en muchos sentidos: ambos sentían una responsabilidad para con el núcleo de Baker Street 221B y eran leales uno con el otro; pero además, Sherlock Holmes, una mente genial, lúcida y atormentada necesitaba la paz, la objetividad y el sosiego del médico Watson —quien a su vez, lo admiraba profundamente— y, por eso, cuando Watson se casa, Sherlock Holmes nunca volvería a ser el mismo.
You know my methods, Watson
— Usted conoce mis métodos, Watson—. Sherlock Holmes
Como en cualquier unión, cada uno de los cónyuges tiene su carácter, hay uno más regañón —un papel histórico más femenino—, que por «hacer pie de casa» gana el derecho de reprocharle al otro: «¿a dónde vas?», «¿a qué hora regresas?» y hasta «¿por qué nunca me sacas?», como en la novela de Elfriede Jelinek, La pianista,2. en la que, Erika Kohut, una maestra de piano cuarentocincuentona, vive con su madre en un matrimonio bostoniano con ataduras de dominación y sumisión, reprimida al máximo, y sus manías y perversiones sexuales son cada vez más intensas.
La madre la espera, le reprocha, la vigila, ella la mantiene, se esconde de ella, le miente y se escabulle, justamente, como un marido a una esposa.
Happiness in a marriage is entirely a matter of chance and it is better to know as little as possible of the defects of the person with whom you pass your life.
—La felicidad en el matrimonio es totalmente un asunto de oportunidad y es mejor conocer lo menos posible los defectos de la persona con la que vas a compartir tu vida.
Orgullo y prejuicio, Jane Austen
Hay muchos casos de matrimonios bostonianos entre mujer y hombre que son amigos, pero no pasan por lo sexual, por alguna extraña razón —recordemos la frase de Harry en When Harry Met Sally… «Is that men and women can’t be friends because the sex part always gets in the way»3 excepto, obvio, en este caso—.
Por ejemplo, Will y Grace, protagonistas de la serie cómica del mismo nombre son mejores amigos, pero Will es gay y viven juntos en un departamento en Manhattan mientras cada uno busca a su media naranja. Otro caso reconocido es el del escritor Lytton Strachey, uno de los miembros de Grupo de Bloomsbury,4 que vivió muchos años con la pintora Dora Carrington —que estaba perdidamente enamorada de él—. Cuando Strachey muere de cáncer, ella es incapaz de superar su pérdida, y se suicida dos meses después.
No cabe duda que los matrimonios bostonianos también pueden acabar mal y ser completamente infelices en su felicidad o también felices en su infelicidad. Como el caso de los hermanos Collyer, 5 que vivían en Harlem a principios del siglo pasado. El mayor cuida del menor, que un día queda discapacitado, y va llenando su casa de cosas para su hermano ciego hasta el día de su muerte, 40 años después.
O el del tío Ramón, un «señorito calavera y música» que vive con su hermano César en una casa del centro de Puebla, hasta que César muere del corazón, y ni las copas, ni el cigarro, ni las mujeres, pueden consolar a Ramón, quien «decide acompañarlo» tres meses después. «Murió de tristeza», decía su hermana Vitorina.
You don’t marry someone you can live with, you may the person who you cannot live without
— Uno no se casa con alguien con quien pueda vivir, sino con la persona sin la que no puedes vivir
Julian Fellowes, Gosford Park
También el complejo de Edipo o de Elektra pueden derivar en matrimonio bostoniano. Como Borges y su madre Leonor Acevedo Suárez, quien lo ayudó como lectora y secretaria desde la pérdida de su vista y con quien vivió hasta que ella murió, en 1975. En una carta ella cuenta: «Me siento tan necesaria que tiemblo a la idea de enfermarme o que la vejez haga de las suyas, ya que ahora soy sus ojos; me parece que mi vida ha vuelto atrás, cuando era los ojos y las manos de mi Jorge».
Para ella, él siempre fue «Georgie», para él «mi preciosa». En su libro Borges, Bioy Casares cuenta cómo doña Leonor hablaba a su casa preguntando por Georgie, cómo se enorgullecía de sus triunfos, cómo lo esperaba, lo cuidaba y cómo él padeció cuando ella murió. Otros famosos que vivían en matrimonio bostoniano con su madre fueron Mauricio Garcés y la señora Yázbek, y Andy Warhol y su mamá Julia Warhola, y nada más y nada menos que el personaje de Los Polivoces, Gordolfo Gelatino; acuérdese de su frase: «¡Ahí, madre!»; y la de ella: «¡Hijazo de mi vidaza!».
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También son la comodidad, la negligencia o simplemente el «somos pocos y nos conocemos mucho», la causa de este tipo de uniones: la hija que cuida a la madre o la sobrina que cuida a la tía, como Miss Tita —o Tina en otras versiones—, la sobrina de Juliana Bordereau en Los papeles de Aspern —otra vez Henry James—, quienes son el motivo de esta novela —que luego Carlos Fuentes recreara como Aura—, viven juntas, se complementan, «son una sola» y vuelven loco al narrador. O bien, el caso de la tía Elisabetha que siguió viviendo en su casa de la colonia Roma, a la muerte de sus padres, pero no sola sino con la sirvienta de toda la vida, que fue su ama de llaves, su compañera y su cómplice.
Aunque aún no hay estudios ni información científica sobre el tema, ya la habrá porque no cabe duda que vemos matrimonios bostonianos por todos lados, y de todo tipo, características y factura por fuera, y en estos tiempos revueltos, ¿quién sabe en qué evolucionen y qué nos depare el futuro?, porque como diría el refrán: «matrimonio y mortaja del cielo bajan».❧
1 Algarabía 67, abril 2010, ¿Qué onda con…«…la línea de la sombra?»; pp. 80-81.
5 Algarabía 66, marzo 2010, Ideas: «Enterrados por la basura»; pp. 30-37.