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Crónicas de un Arte Degenerado

El arte cambió su objetivo significativamente durante la II Guerra Mundial, ya que fue llamada aparato ideológico del Estado.

¿Alguna vez se ha preguntado para qué nos sirve el arte? ¿Qué propósito tiene un artista al pintar, bailar, escribir o tocar un instrumento? El escritor Oscar Wilde respondió en una carta dirigida a un lector que «la obra de arte es inútil como lo es una flor. […] Nosotros obtenemos un momento gozoso al contemplarlas». Hasta principios del siglo XX la obra de arte tenía como misión el cultivo de la belleza, lo que cambió significativamente con las vanguardias y, más aún cuando fue visto como lo que Louis Althuser llamó aparatos ideológicos del Estado, y que tanto el bolchevismo como el nacionalsocialismo supieron emplear tan bien.

Tras el rotundo fracaso económico de la República de Weimar, el estado social después de la Gran Guerra, la enorme deuda y la depresión se dieron las condiciones para el ascenso de Hitler que culminó en su infame dictadura. Gran parte de su éxito se debió, sin duda, al enorme despliegue propagandístico a manos de Joseph Goebbels, que utilizó todos los medios a su alcance para inseminar la ideología del III Reich y lograr la aceptación incondicional del Führer, del culto al héroe, del cristianismo positivo y del llamado darwinismo social.
El quehacer artístico sería, desde luego, uno de los principales aparatos ideológicos para que las masas «entendieran qué es lo correcto» a través del Ministerio del Reich para la Educación del Pueblo y la Propaganda, encabezado por Goebbels. Él mismo distinguía dos tipos de propaganda: la blanca —atribuible y dedicada a promover— y la negra —dedicada a desprestigiar y no atribuible—. El arte —especialmente las artes plásticas, la música, el cine y la literatura— sería pasado por el rasero de lo «aprobado» y lo «reprobable» según los estrechos criterios del III Reich.

El arte como propaganda

Una de las primeras acciones de la propaganda negra fue la gran quema de libros en 1933 en la que sucumbieron obras de Thomas Mann, Bertolt Brecht, Karl Marx, Sigmund Freud y Albert Einsten, entre muchos más, realizada en la biblioteca del Institut für Sexualwissenschaft de Berlín. Y otra —la que aquí nos ocupa— fue la exposición de lo que se tildaba de Entartete Kunst o ‘Arte degenerado’, inaugurada el 19 de julio de 1937 en München, compuesta por cerca de 650 trabajos considerados marginados y ofensivos a la ideología superior por feos, críticos, grotescos, violentos, indecentes, inmorales y falsos, ya fuera abierta o sutilmente. El origen racial de los autores era determinante, pero en la larga lista de «condenados» no se cuentan más de seis judíos, en cambio, se catalogaron artistas que eran miembros del Partido Nacionalsocialista, excombatientes de la I Guerra Mundial y de gran reputación como, por ejemplo, Emil Nolde que fue miembro del partido durante 16 años o Walter Gropius.

La obra reunida en la exposición fue tomada de museos, galerías y colecciones privadas donde se podía advertir una o más de las siguientes temáticas:
a) Burla insolente de lo Divino
b) Revelación del alma racial judía
c) Insulto a la mujeridad alemana
d) Cretinos y prostitutas
e) Sabotaje deliberado de la defensa nacional
f) Punto de vista Yiddish
g) El negro como ideal racial del arte degenerado
h) La locura como método
i) La naturaleza como la ven las mentes enfermas.

Un artista frustrado

Poniendo a un lado el arte como un medio propagandístico, existe una abierta polémica alrededor del odio acendrado de Hitler hacia el arte moderno, el abstracto y las vanguardias; algunos investigadores aseguran que el origen fue su frustrada carrera en las artes plásticas, otros lo refutan y se apegan exclusivamente a su conocimiento sobre el poder persuasivo de la imagen; sin embargo, es innegable que su cercanía con la pintura y sus gustos personales, incluso sus propias habilidades como pintor, influyeron fuertemente en la virulenta campaña accionada principalmente contra los expresionistas y el arte abstracto.

Hitler, antes de la I Guerra Mundial, había intentado matricularse en la Academia de Artes Visuales de Viena, pero fue rechazado. Su propuesta artística era francamente pobre, no aportaba nada novedoso si se toma en cuenta que en aquellos años todo era revolucionario en el mundo del arte, pero Adolfito afrimaba lo contrario: «El verdadero arte es aquel que trata de imitar la naturaleza y el mundo como es», así lo muestran sus paisajes y acuarelas que, como señala el historiador Robert Hughes, no son más que postales. Hitler era incapaz de aceptar los trabajos que narran entre líneas, como el retrato psicológico que practicaban Kokoshka y Kirchner o la expresión del primitivismo de Emil Nolde: «Las obras de arte que no pueden entenderse por sí mismas y que necesitan un libro de instrucciones pretencioso para justificar su existencia nunca más encontrarán su camino hacia el pueblo alemán», pronunció el Führer en algún discurso.

1937

Inicialmente, la muestra Arte degenerado estuvo abierta al público de Berlín durante cuatro meses y fue visitada por cerca de dos millones de personas. Hay registros de que el 2 de agosto la afluencia superó los 32 mil visitantes. En paralelo, en el museo Casa del arte alemán, construido ex profeso, se realizó una exhibición del llamado Arte heroico, es decir, el aprobado por el propio Hitler. En ella se exalta a la familia, se muestra a la mujer de piel rosada, desnuda como un objeto de culto o como madre, se celebraba la raza aria con portentosos desnudos del hombre ideal a veces portando espadas o cascos que dejan de manifiesto el espíritu bélico nazi. Esta exposición recibió cinco veces menos visitantes.

Lee el artículo completo en Algarabía 180.

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