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Charcot, Freud y la histeria

por Alexis Schreck Schuler ilustrado por Dante Escalante
histeria

La histeria es una neurosis cuyo cuadro clínico suele estallar en síntomas, por lo general ante ciertos acontecimientos críticos en la vida del paciente, como la adolescencia, el inicio de la vida sexual, el matrimonio, un duelo, etcétera. Se caracteriza, principalmente, por la dramatización corporal, pues el conflicto inconsciente se simboliza a través del cuerpo. Así, se pueden presentar perturbaciones en la motricidad, como contracturas musculares, parálisis de las extremidades o faciales, dificultades para caminar o trastornos de la sensibilidad, como dolores locales, jaquecas y anestesias de alguna región del cuerpo.

También se pueden presentar trastornos sensoriales como ceguera, sordera o afonía. Los insomnios, desmayos y alteraciones de la conciencia, de la memoria o de la inteligencia, así como los ataques o convulsiones de aspecto epiléptico pueden, también, ser afecciones histéricas.

Del útero y las brujas, la histeria

El nombre de tan llamativo trastorno proviene de la palabra griega υστερα/hystéra/, que significa «matriz» o «útero», ya que para los antiguos griegos, sobre todo para Hipócrates, la histeria era una enfermedad orgánica de origen uterino y, por lo tanto, específicamente femenina. Platón retoma esta idea en su Timeo y subraya que las mujeres llevan en su seno «un animal sin alma». Dicha «animalidad» marca su destino hasta la Edad Media, cuando su estudio se aparta del enfoque médico y adquiere un tamiz moral y religioso con las doctrinas agustinianas. Esta animalidad femenina era la expresión de la convulsión uterina y del goce sexual y, por lo tanto, del pecado, intervención directa del demonio que poseía al cuerpo de la mujer.

Con el paso del tiempo, la histérica se convirtió en bruja y su cuerpo enajenado se lo disputaron los teólogos y los médicos. A partir de la publicación, en 1487, del tratado Malleus maleficarum —El martillo de las brujas—, de los monjes dominicos Heinrich Kraner y Jacob Sprenger, muchas histéricas fueron condenadas a la hoguera como brujas o poseídas, hasta que, en el siglo XVI, el investigador Jean Wier restauró la primacía de la medicina al considerar como enfermas mentales a las mujeres que sufrían convulsiones de todo tipo.

Sin embargo, fue dos siglos después cuando Franz Anton Mesmer logró dar el paso definitivo de una concepción demoniaca de la histeria a una concepción científica. Cierto que Mesmer defendía la falsa teoría del «fluido universal» que debía ser equilibrado en el cuerpo de la mujer mediante un proceso de «magnetizaciones» o, como lo consideraríamos hoy en día, sugestiones hipnóticas; pero la histeria se sustrajo cabalmente de la religión cuando, en 1775, este médico le ganó la partida al exorcista Joseph Gassner, al demostrar que el exorcismo no era más que un tipo de magnetismo.

Al poco tiempo, el mesmerismo caería, a su vez, en total desprestigio, y no sería hasta un siglo después, en el XIX, cuando sobre sus ruinas se desarrollaría la hipnosis.1 El gran Charcot rescataría dicha técnica de sugestión y la vincularía con la investigación de la histeria. Con ello se comienza a pensar en esta neurosis como un trastorno funcional del sistema nervioso que no podía localizarse anatómicamente —su origen no era traumático— y que también se presentaba en hombres.

El Espectáculo

Pero ese viernes frío de octubre, Charcot no escatimó. Presentó a la histérica estelar, su prima donna Blanche Wittmann, «La Reine des Hystériques», quien era el prototipo de la histérica y ejemplificaba a la perfección las cuatro fases que caracterizaban el ataque:

  • aura —fugaz estadio de sensaciones olfativas y obstrucciones en la garganta—
  • ataque —gritos, pérdida de la conciencia y rigidez muscular—
  • fase clónica —grandes movimientos, contorsiones y gestos teatrales y pasionales—
  • resolución —sollozos, lágrimas y risas—

Cuando la paciente caía en «la grande hystérie», Charcot podía generarle un trance hipnótico y, cual si fuera un ilusionista, lograba que los síntomas aparecieran y desaparecieran. Así, una parálisis en el brazo derecho podía cambiarse al brazo izquierdo, ejemplificando histriónicamente los efectos de la hipnosis en la condición histérica.

El Método

Las críticas llovían desde la escuela de Nancy y otros centros de investigación en Francia. Se cuenta, por ejemplo, que Jules Janet investigó a Blanche Wittmann cuando ésta dejó La Salpêtrière y le encontró una «segunda personalidad», bien integrada y consciente de su actuación como la protagonista de las cuatro fases de la histeria de Charcot, que había aprendido a representar perfectamente.

Sin embargo, ese 20 de octubre nada importaba, pues entre los espectadores se encontraba un joven neurólogo vienés, de 26 años, que recién había llegado a realizar sus prácticas en París: el doctor Sigmund Freud,2 que tomaba notas asombrado. Lentamente, su deseo de profesionalizarse como neurólogo se desvanecía y una nueva pasión surgía en él. Pensaba entonces que, cuando terminara su internado en La Salpêtrière —faltaban cuatro meses—, regresaría a Viena llevando bajo el brazo las inquietudes que las dramáticas demostraciones del doctor Charcot habían sembrado en él.

A Marta Bernays, su prometida, le escribió lo siguiente con relación a su maestro: «Mi cerebro está lleno, como después de una función teatral. Ignoro si la semilla fructificará, pero sé, en cambio, que ningún otro ser humano me ha afectado del mismo modo».

El Análisis

Freud regresó a Viena decidido a concentrarse en los problemas de la mente, en general, y de la histeria, en particular. Entre 1888 y 1893 forjó un nuevo concepto de la histeria, tomando la idea charcotiana del origen traumático y ligándola a su teoría de la seducción. Según estas concepciones freudianas iniciales, la histérica en la infancia había sido víctima pasiva de la seducción de un adulto, cuyo recuerdo traumático permanecía como un cuerpo extraño, un quiste cuyo filo generaría siempre dolor y discordia que serían tramitados simbólicamente a través del cuerpo. Las parálisis, anestesias, ascos, desmayos serían —en palabras de Michel Foucault— una protesta ante la condición femenina.

La magistral obra Estudios sobre la histeria de Freud surgió a partir de su colaboración con Joseph Breuer, y presenta el caso de Anna O.3 —estudiado y tratado por Breuer unos años atrás—, así como otros cuatro célebres casos suyos: Cäcilie M., Emmy von N., Katharina y Elisabeth von R.

El propio Freud se refería a estas mujeres como sus «maestras» y «creadoras» del psicoanálisis, ya que sus aportaciones fueron invaluables y permitieron no sólo el giro de la hipnosis a la asociación libre en la técnica psicoanalítica, sino la modificación de la teoría freudiana: a partir de estos casos, Freud descreería del trauma real y colocaría lo traumático en el mundo sexual fantaseado del paciente, que se origina en los avatares de su deseo.

Actualmente, las manifestaciones histéricas se reconocen como neurosis, esquizofrenia, trastorno de conversión o ataques de ansiedad.

La Histeria hoy

Pero, ¿cómo es la histeria moderna? ¿Cómo se representa hoy en día? La histérica sigue presentándose como una figura seductora cuyo cuerpo sexuado, paradójicamente, sufre por encontrarse genitalmente anestesiado. Aquejada por inmensas inhibiciones sexuales, la histérica o el histérico seducen y erotizan para defenderse de su sexualidad, para permanecer en la insatisfacción y en la tristeza. Así, pueden presentar eyaculación precoz, impotencia, frigidez y dispareunia.4 Todos, síntomas de un cuerpo que no puede sentir placer sexual, sino sólo actuarlo, demorando por siempre la entrega.

La anorexia, la fatiga crónica, algunos casos de infertilidad y los nuevos trastornos en que el dolor se generaliza a todo el cuerpo, a las articulaciones, a la piel, pueden ser las caras nuevas de la histeria, que, en una suerte de identificación, absorben lo imaginario y se rebelan contra la posición femenina en el mundo.


1 James Braid fue uno de los creadores del hipnotismo, alrededor de 1843.
2 v. Algarabía 17, enero-febrero 2005, SEMBLANZAS: «La última noche de Freud en Viena»; pp. 54-58.
3 v. Algarabía 12, marzo-abril 2004, IDEAS: «El nacimiento del psicoanálisis»; pp. 64-69.
4 Actos sexuales dolorosos. [N. del E.]

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