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Cámara de simetrías

Con el fin de escribir este artículo fui en búsqueda de mi fuente de inspiración: un caleidoscopio.

Los recuerdos de infancia me llevaron al mercado de la colonia, justo a esos estrafalarios locales en los que, increíblemente, uno encuentra de todo: juguetes, ropa, tópers, artículos de hojalata y demás curiosidades. Con desilusión, descubrí muy pronto que a mi alrededor no estaban esos enigmáticos tubitos de cartón recubiertos con papel de llamativos colores metálicos, guardianes de la magia de la simetría. La señora que atendía el puesto me contó que su demanda era tan baja, que dejaron de ponerlos a la venta. «Se me quedaban todos», dijo; pero entusiasmada prometió conseguirme uno —y otro para ella, reconoció.
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Un invento cautivador

Además de imagen bella y conjunto diverso y cambiante, designamos como caleidoscopio a ese sencillo tubito en cuyo interior se produce una serie de imágenes cautivadoras para quien se asome por la mirilla, ubicada en uno de sus extremos.
Ciertas leyendas cuentan que, desde la Antigüedad, los egipcios solían colocar varias losas de piedra caliza muy bien pulidas para admirar las figuras que se formaban cuando algunos bailarines danzaban frente a ellas.
Tuvo su origen en los laboratorios de investigación científica, no entre los magos y actos de divertimento, como se podría pensar.
Sin embargo, el caleidoscopio derivó particularmente de estudios aplicados a la óptica, que realizó, en el siglo xix, el científico escocés de la Universidad de Edimburgo, David Brewster, especialista en los fenómenos de la luz1 «Algunas cuestiones sobre la luz», en La ciencia platicadita, COLECCIÓN ALGARABÍA, tomo VII, México: Lectorum y Otras Inquisiciones, 2008; pp. 93-97, la visión binocular, las ilusiones ópticas y la manera en que el ojo y el cerebro perciben las imágenes.
–Mira cómo soy espejo y me reflejo
En una de sus investigaciones, se le ocurrió colocar dentro de un cilindro dos espejos inclinados en un ángulo de 30 grados; luego, agregó cristales de colores sueltos en un extremo del tubo; en el otro extremo, hizo un pequeño agujero, de tal manera que, al girar el cilindro, el reflejo de los cristales en los espejos generaba imágenes espectaculares que se renovaban una y otra vez. Como los espejos colocados dentro del cilindro se podían abrir y cerrar con bisagras, aparecían formas simétricas, siempre cambiantes de tamaño y color.

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La euforia entre la población de Londres y París no se hizo esperar, y se desató una verdadera fiebre por estos caleidoscopios o pequeñas fábricas portátiles de imágenes cautivadoras. Sin embargo, hubo un error en su registro y, sin perder tiempo, algunos empresarios se aprovecharon de la situación para reproducir su hallazgo y hacer fortuna.
La fascinación que el juguete provocó, lo llevó a solicitar una patente para su invento en 1817.
Las copias surgieron como hongos, ante lo cual, Brewster se quejó amargamente por no haber obtenido las ganancias que consideraba justas.
Tal vez esto lo motivó a crear otra versión de su propio aparato, que seguía funcionando con el mismo principio, aunque ahora el usuario podía ajustar el ángulo de los espejos. De este modo, logró que se formaran más o menos imágenes, por ejemplo, si se ponen los espejos en un ángulo de 90 grados, se obtienen cuatro imágenes; si se orientan en uno de 60, se crean seis, y si se colocan en uno de 45, se pueden ver ocho.
Así, Charles Bush, quien se encargó de popularizarlos en ee.uu., creó el «Parlor Kaleidoscope», que incluye un disco con diferentes tonos que, al girarlo, se puede cambiar el color del fondo sobre el cual se crean las figuras.

De juguete a objeto del deseo

A pesar de los años que han pasado desde su invención, los caleidoscopios siguen siendo bienes de entretenimiento disponibles en el mercado —aunque ya no sea tan fácil como antes encontrarlos—. Además, se han llegado a considerar objetos de arte dignos de coleccionarse, pues hay finos artesanos en ee.uu., e Inglaterra que los fabrican en cristal, vidrio soplado, madera o vidrio pintado a mano y algunos vienen equipados con su propia fuente de luz.
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Desde entonces se han añadido algunas variantes más a los caleidoscopios sin modificar por ello su mecanismo original, sino, más bien, sofisticándolo.
La mayor coleccionista de caleidoscopios es una americana, Cozy Baker, fundadora de la Brewster Society, quien ha escrito libros sobre el tema y abrió un museo con más de 800 piezas en su propia casa.
Incluso los caleidoscopios han inspirado algunas locuras, pues de ser juguetes de modesto cartón, se convirtieron en verdaderas joyas de plata u oro, incrustado de esmeraldas y rubíes; un caleidoscopio gigante adorna el techo del comedor de un corredor de bolsa de Nebraska y un coleccionista los utiliza para crear los diseños de las colchas que elabora y vende. Todo esto confirma la pervivencia de su extraño, aunque no efímero, encanto.
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