Chicos, estoy maravillada, impactada, deslumbrada porque en días pasados, la reina de Francia, Catalina de Médicis, ofreció uno de sus famosos banquetes en el Palacio Real de Fontainbleu.
París, Francia, 1564
No se imaginan ustedes qué lujo, qué modernidad, cuánta cortesía… la mesa estaba adornada con flores, cosa nunca vista en comilona alguna antes de que la culta Catalina llegara a París. Las damas, muy perfumadas, se veían hermosísimas con sus cinturitas de avispa formadas a base de corsés, moda instituida también por la Médicis. El colmo del sibaritismo lo dio una pieza que Catalina trajo de su natal Florencia: ¡el tenedor! Se ve que la reina no soporta ensuciarse las manos. Y es que los platillos que ofreció merecían ser trinchados con estos novedosos cubiertos: exquisitas pastas sazonadas con aceite de oliva, que la reina importó de la Toscana, y jugosas alcachofas y sabrosas espinacas traídas también de Italia. Uno de los platos fuertes fue el pato a la naranja, otra aportación de Catalina; y los postres, maravillas hechas con hojaldre, muy apreciados por la reina y su corte, fueron todo un éxito.
¡Quién iba a pensar que Francia le debiera a una extranjera su famoso refinamiento y su gastronomía, una de las mejores del mundo! Catalina es toda una dama y, aunque no es muy hermosa y posee los famosos ojos saltones que caracterizan a los Médicis, su porte es extraordinario. Como política es fría, cruel y calculadora, pero como anfitriona es espléndida y su vasta cultura se nota, vaya que sí, pues Catita es aficionada a las artes en general, especialmente a la arquitectura.
Pero ya saben, queridos, que en esta vida nadie es perfecto. Se dice de esta reina que muchas decisiones las toma después y sólo después de consultar con los astrólogos de su confianza, como Cosimo Ruggieri o Michel de Nostradamus, que es su protegido. Pero el chisme mayor es que la Médicis, para protegerse de cualquier atentado contra su graciosa majestad, carga consigo un talismán ¡hecho de la piel de un niño degollado! Ay, mejor me voy, porque del susto ya me acaloré.
Au revoir!