Amamos a los superhéroes, en especial a Batman. Llegaron surcando el cielo en los años 30 y cada década revolucionan la cultura de masas desde el territorio obsesivo y marginal de la subcultura geek. Ahora mismo vestimos camisetas con personajes nacidos en la época de nuestros abuelos, hacemos filas para ver sus películas. Pero los héroes, para no morir, deben moldearse a imagen y semejanza de los deseos y terrores de cada época.
Nadie quiere ya personajes puros e infalibles —nosotros no lo somos, el mundo tampoco—, vivimos tiempos oscuros, exigimos héroes oscuros. Para Joseph Campbell, cada mito heroico describe el viaje del hombre ordinario hacia el encuentro con su destino, encerrando una guía para la experiencia humana. Si hablamos de superhéroes, hablamos de mitología moderna a la par del Quijote o del Ahab de Moby Dick. Nuestro mejor ejemplo es una historia que inicia en el callejón donde un niño ve morir a sus padres y jura dedicar su vida a luchar contra el mal.
Un Batman, muchos Robins
Batman sale al mundo en 1939, un año después que Superman. Detective Comics, la editorial que llegaría a ser el gigante dc Comics, buscaba personajes similares al héroe azul para aprovechar la demanda. Bob Kane y Bill Finger crearon un héroe basado en justicieros pulp como The Shadow; si Superman era un extraterrestre que inspiraba confianza en el futuro, Batman sería un hombre sin más poder que su inteligencia, un cuerpo disciplinado y un pasado trágico que lo arrastraba a gastar su herencia combatiendo el crimen.
El Joker y Catwoman fueron sus primeros enemigos, establecieron la dinámica entre cazador y presa: mujeres altamente sexuales que llevan las persecuciones al juego erótico y hombres narcisistas que buscan corromper al Murciélago. La galería entera se compone de criminales traumatizados y delirantes, disfrazados —la mayoría— a un grado fetichista; todos han sido construidos en torno a una obsesión, funcionan como espejos rotos de lo que el héroe sería si su línea moral fuera el caos.
Robin, el Chico Maravilla, salió en el número 38 de Detective Comics —en abril de 1940— con la identidad secreta de Dick Grayson. Batman adoptó la faceta más humana y empática del mentor de héroes. Robin representaba una amenaza latente que los villanos utilizarían sin parar. Su cenit llegó en 1988 con A Death in the Family, de Starlin y Aparo: al final de la historia el público votaría si Jason Todd, Robin de aquel entonces, sobreviviría. El último número mostró a un Batman deshecho en lágrimas mientras cargaba el cuerpo del chico, muerto a golpes por el Joker. Aquel experimento narrativo reveló qué tipo de historias deseaba leer el público en realidad.
Robin es sólo un nombre y un ícono, un título nobiliario que cambia de rostro cuando los niños crecen y se convierten en adultos autónomos, haciendo de Batman un adulto y encapotado Peter Pan. En A Lonely Place of Dying (1989), de Wolfman y Perez, se estableció el peligro que representaría para Batman no tener a un compañero inocente equilibrando su deseo de venganza; tras la muerte de Jason, Batman comenzó a enloquecer hasta que un joven genio, Tim Drake, descubrió su identidad y decidió probarle que merecía ser su nuevo Robin.
De vigilante a leyenda
Los cómics adquirieron un carácter bélico durante la II Guerra Mundial. En su primer serial fílmico, Batman pasó de ser un vigilante a trabajar con el gobierno persiguiendo japoneses. Las ventas de los superhéroes bajaron y se popularizaron la historias de horror, romance, westerns y humor: la gente quería escapar de la guerra, no leer sobre ella. La gran bomba cayó y ya nadie se interesaba por encapotados salvando al mundo.
La posguerra trajo un aire paranoico y forzadamente optimista; el ensayo La seducción de los inocentes (1954), de Fredric Wertham, aseguraba que las historietas corrompen a los jóvenes y pronto llegó la censura, ejercida por la Comic Code Authority, una asociación que regulaba los contenidos. Se acusaba a Batman y Robin de vivir un amorío homosexual; la editorial respondió introduciendo a Batwoman y Batgirl, además de un aluvión de endulcoradas historias donde Batman viajaba al espacio, enfrentaba a un batiduende de la quinta dimensión e incluso tenía un batiperro enmascarado.
Batman lucía colores pastel y sonreía, así que fue fácil adaptarlo a la psicodelia de los años 60; la cultura hippie y la liberación sexual se encarnaron en la serie protagonizada por un jovial Adam West. La Batimanía que rivalizaba con los Beatles llegó a su fin con el horror de Vietnam; para entonces la industria del cómic estaba hundida en aventuras irrisorias y las ventas, dependientes de la televisión, bajaron al subsuelo, así que el editor Julius Schwartz decidió que era hora de buscar historias más inteligentes.
Neal Adams y Denis O’Neil se encargaron de resucitar a Batman: acordaron que el Murciélago debía luchar desde las sombras, ser una leyenda urbana. La primera reestructuración de dc Comics llegó en 1985 con Crisis en las tierras infinitas, un trabajo exhaustivo que dio una continuidad sólida a la historia de todos los superhéroes de la compañía.
En libros y pantallas
En los años 80 los cómics ingresaron formalmente a la literatura: en 1986, al tiempo que Alan Moore y Dave Gibbons presentan Watchmen, Frank Miller crea The Dark Knight Returns, una historia de violencia punk en un mundo sin héroes que depende de un Bruce Wayne viejo y acabado que debe levantarse para una última batalla. En 1987 Miller y David Mazzucchelli publican Year One, narrando en un tono de hardboiled1 el primer año de actividad de Batman y un joven Jim Gordon —entonces policía y luego alcalde de Ciudad Gótica—, que intentan limpiar una ciudad corrupta. Para 1988 llega Killing Joke, de Alan Moore y Brian Bolland, donde el Joker intenta probar a Batman que sólo se necesita un mal día para pervertir al mejor de los hombres.
El renacimiento del cómic pasó inadvertido para el resto del mundo, pero en 1989 volvió la fiebre con el Batman de Tim Burton. La película cimentó al superhéroe con su estética entre el estilo gótico y el noir, buscaban un Batman más agresivo. Batman Returns llegó en 1992 con una taquilla tibia y los productores optaron por un tono menos duro con Joel Schumacher quien, en 1995 experimentó con un par de películas, las cuales procuraban ser fársicas: villanos disparatados, una imagen glam y abiertamente gay, pero resultaron un desastre.
Mientras tanto, dc intentaba alargar su buena racha matando a Superman y dejando paralítico a Batman; las ventas se dispararon y la industria aprendió una importante lección: si no tienes nada que contar, grita más alto. Los autores de la década buscaron balancear la exploración psicológica y una crudeza realista, con mayor o menor éxito; dieron series independientes a los personajes más populares, infectaron Ciudad Gótica con ébola, ocasionaron un terremoto que dejó la ciudad en manos del crimen, corrompieron a la policía y crearon un buen número de vigilantes sombríos y modernos. En esos años difíciles, Batman encontró notables argumentos en Batman: The Animated Series, creada por Bruce Timm y Paul Dini.
El héroe imperfecto
El Batman cinematográfico resucitó en 2005 con Batman Begins, de Christopher Nolan. Muchos consideran esta trilogía la mejor adaptación del personaje, aunque el mérito lo tienen sus excelentes villanos y no su aburrido —e inexpresivo— héroe. Batman se considera el epítome del antihéroe: utiliza métodos cuestionables en búsqueda de un bien mayor y su tono ambiguo y lóbrego le permite conservarse popular entre el cinismo social pero, ante todo, es un hombre inteligente, astuto, con un torcido sentido del humor. Ése fue el Batman que los autores del nuevo siglo reinventaron.
En su evolución a través de cómics, series y películas, Batman ha sido un detective, un espía, una leyenda urbana, un superhéroe gótico y hasta un viejo acabado que lucha su última batalla. En las historias más recientes, es el epítome del antihéroe.
En el 2000 una historia corta llamada «Torre de Babel» reveló que el Murciélago había creado planes para matar a cada uno de sus aliados en caso de emergencia. Batman no era sólo el mejor detective del mundo, también era el humano más peligroso. Autores como Mark Waid, Kurt Busiek y Grant Morrison contaron las historias del hombre mortal que juega y gana en terreno de dioses, con todas las cartas en contra. ¿No es por eso que amamos a Batman?
En la película animada Crisis on Two Earths, Batman pelea contra Owlman, su doble maligno. En el momento cumbre, Batman dice: «Hay una diferencia entre tú y yo. Ambos miramos al abismo, pero cuando el abismo nos miró, tú parpadeaste». La frase refiere una cita de Nietzsche: «Quien con monstruos lucha cuide de no convertirse en uno. Cuando se mira largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti».
Batman lucha contra los monstruos para no convertirse en uno, pero cada noche que se disfraza de pesadilla está un paso más cerca de parpadear y caer. No tiene ningún superpoder, sólo su mortal y falible humanidad: nos muestra nuestra propia fortaleza para resistir la tentación y sobreponernos a las desgracias; por eso sus mejores historias no hablan del superhéroe, la leyenda, el vigilante o el detective, hablan sobre un hombre complejo de convicciones profundas, errores, decisiones y consecuencias: el héroe imperfecto que todos podemos llegar a ser y que nos acecha desde nuestra propia sombra.
1 Subgénero literario que mezcla la novela policiaca con elementos de violencia, crimen y sexo.