1527 fue el año en que Nicolás Maquiavelo murió en el olvido; el año en que los españoles iniciaron la conquista de los mayas de Yucatán; el año en que nacía Felipe II, rey de España y Portugal, y el mismo en que, en algún lugar de Milán, nació también Giuseppe Arcimboldo.
En ese contexto, el renacimiento italiano había visto morir —apenas ocho años atrás— a Leonardo da Vinci, y un año después, a Rafael; sólo quedaba Miguel Ángel Buonarroti. A partir de 1530, una oleada de artistas colaboradores y seguidores de estos genios conformó un nuevo grupo, con características propias, que comenzó en Italia el llamado Manierismo. 1
Esta corriente nació como un esfuerzo por imitar el arte precedente y, como resultado, trajo consigo imágenes artificiosas de difícil interpretación: colores fríos y violentos, una luz antinatural, y figuras desproporcionadas y deformes que carecían del equilibrio de sus antecesoras; al mismo tiempo, estas características fueron reflejo de una difícil época de crisis social y económica, donde la realidad se volvió extraña, también a los ojos de los manieristas.
Un festín para los ojos
Giuseppe Arcimboldo se inscribe, justamente, en esta corriente. Sin embargo, sus obras han destacado por ostentar con gracia un estilo auténtico y sin precedentes, que incluso influyó varios siglos después en la obra de pintores como Salvador Dalí y Pablo Picasso.
Su obra más destacada la produjo en 1590. Vista desde lejos, se trata de un rostro colorido, de formas redondas, un tanto grotescas y abultadas; pero en una observación más minuciosa, los párpados descubren un conjunto de vainas de chícharos, y la frente, una calabaza. Así, en una aproximación más cercana, la imagen parece un platón de verduras. Pero en realidad, se trata, ni más ni menos, que del retrato de un emperador: Rodolfo II, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, rey de Hungría y Bohemia, archiduque de Austria.
Aunque su debut como artista fue en 1549, Arcimboldo había descubierto a Da Vinci desde los 5 años, por medio de un pupilo de éste, Bernardino Luini, quien al morir le había heredado sus notas y libros; sin embargo, fue su tío Giovanni Arcimboldo, arzobispo de Milán, quien le presentó a los artistas, escritores e importantes humanistas que tendrían una influencia decisiva en su arte.
Se dice que Arcimboldo fue el heredero de la tradición leonardesca y, como él, era un visionario, culto, observador y diestro en diversas artes. Pasó 25 años en Viena, en la corte de los Habsburgo, y desde el principio consiguió el favor de los emperadores; pasaba gran parte de su tiempo en sus colecciones privadas —llenas de obras de arte y rarezas naturales—, organizaba fiestas, diseñaba disfraces para la realeza y hacía por encargo retratos que se entregaban a reinos vecinos o novias potenciales: su historia, al parecer, comenzó a narrarse desde entonces.
Un artista desconocido
Arcimboldo, Arcimboldi, Arcimboldus, Giuseppe, Josephus, Joseph, Josepho. A él le daba lo mismo firmar con cualquiera de estos nombres, pero por el boldo de su apellido, queda claro que era de origen sudgermánico. En realidad se conoce poco sobre la etapa temprana de su vida y obra. Arcimboldo es un caso excepcional de un artista que no es famoso en sí mismo; sin embargo, sus trabajos sí lo han sido, y en ellos pueden leerse perspectivas singulares de interpretación de la realidad, que algunos han catalogado como bromas de gran ingenio, y otros, como instrumentos de crítica velada. Sus primeros trabajos fueron diseños de vitrales y tapices que realizó junto con su padre en la catedral de Milán, además de cinco escudos para el duque Fernando de Bohemia —antes de ser Fernando i de Habsburgo—, los cuales bastaron para hacerlo popular en la corte.
Conoce la relación de Arcimboldo con el surrealismo y cómo sus trabajos se hicieron famosos en la sección de Arte de Algarabía 96.
1. El término manierismo proviene del italiano maniera moderna, en referencia a aquellas obras que se decían realizadas a la manera de Da Vinci, Rafael y Miguel Ángel.