La vida como ahora la conocemos sólo se halla en nuestro planeta. A lo largo de millones de años se ha forjado un camino por el que han deambulado una amplia variedad de seres vivos1 Cualquier sistema capaz de reproducirse, mutar —cambiar—, reproducir sus mutaciones, aprovechar y transformar la energía de su entorno, y controlar su medio interno para conservar su identidad., algunos de los cuales lograron perdurar sin cambios hasta nuestros días y otros, la gran mayoría, se rezagaron y desaparecieron para nunca más volver a existir.
Miles de millones de especies han existido en el planeta y se calcula que 99% de ellas ha desaparecido.
La diversidad de la vida
Existe evidencia de, al menos, cinco extinciones masivas en el pasado. La más célebre es la que hace 65 millones de años llevó a la ruina a los famosos dinosaurios y en la que, además, 50% de todas las especies conocidas se desvanecieron.
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Las diversas formas de vida que apreciamos a nuestro alrededor son el resultado de su capacidad de adaptación —a partir de procesos evolutivos— a los distintos ambientes que el mundo les ofrece. Hasta el momento, los científicos han logrado determinar que compartimos esta parte del Universo con cerca de un 1’750,000 especies. La mayor fracción, 925 mil, corresponde a los insectos.
Debajo de las piedras
A pesar de cuán impresionante pueda parecernos, todavía lo es más que una fracción significativa de los organismos que pueblan los distintos ecosistemas terrestres aún se encuentre encubierta. Se estima que faltan por descubrir entre 30 y cien millones de especies y, lamentablemente, una parte importante de ellas quedará en el anonimato, no sólo por su extinción natural, sino también por la modificación y destrucción de sus hábitats, debidas a la acción del hombre, especialmente en las selvas tropicales.
Para darnos una idea del ritmo con el que los investigadores descubren especies en la actualidad, echemos un vistazo a la revista científica internacional Zootaxa, la cual publica trabajos —casi semanalmente— sobre el hallazgo de nuevos animales a lo largo y ancho de la faz de la Tierra.
Si consideramos sólo los datos que proporciona esta revista, hablamos de casi tres especies nuevas descritas por día, o una cada ocho horas.
Los científicos realizan descubrimientos de nuevas especies no sólo durante sus exploraciones por lo recóndito de valles y montañas, entre la exuberancia selvática de exóticos países tropicales o bajo el yugo del calor de los desiertos; también los concretan cuando escudriñan los anaqueles de viejas colecciones de museos.
Por ejemplo, en 2007, una expedición dirigida por investigadores del Fondo Mundial para la Naturaleza, que tenía como objetivo inventariar la biodiversidad de Vietnam, identificó once nuevas especies de plantas y animales, y en 1996, el científico W. P. MacKay descubrió una nueva especie de hormiga de Colima, que se encontraba erróneamente clasificada en una colección del Museo Americano de Historia Natural.
¿Para qué diablos sirve conocer la biodiversidad de la Tierra?
En primer lugar, al contar con una lista de especies podremos establecer cuáles nos son útiles como alimento, compañía, abrigo o fuente de algún medicamento para curarnos o protegernos de las enfermedades actuales y futuras.
En segundo lugar, si ignoramos a las especies o, peor aún, si las destruimos —en especial aquellas a las que no damos un valor comercial—, simplemente no sabremos cuáles serán las consecuencias de estas acciones sobre nuestra propia supervivencia como especie humana.
Finalmente, saber que compartimos el planeta con otros seres vivos nos convierte, no sólo en seres conscientes de la otredad, sino también en mejores personas, ya que sólo observar los bellos colores de las aves, escuchar el canto de las ballenas jorobadas o experimentar el cosquilleo de las patas de una mariposa cuando se posa en nuestras manos, es motivo suficiente para sentirnos felices.
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