En general, en la literatura encontramos la palabra sexo referida más bien a lo biológico, lo físico y lo propiamente sexual, mientras que la palabra género alude más bien a las características psicosociales, roles, motivaciones, conductas.
Un estereotipo de género, sexual o de roles, de acuerdo con Rosenkratz 1 Rosenkrantz, Vogel, Bee, Broverman, and Broverman, «Estereotipos en los roles sexuales y en los conceptos personales en estudiantes universitarios», en: Journal of Consulting and Clinical Psychology es «una creencia consensuada sobre las diferentes características de hombres y mujeres en la sociedad».
En este sentido, el de género no es
más que otro de los estereotipos sociales, que puede darse a escala de grupo étnico, clase social, nacionalidad, procedencia, etcétera. Se trata de imágenes simplificadas sobre personas sólo por el hecho de pertenecer a cierto grupo o por ser hombre o mujer, y también de los roles que éstos deben desempeñar.
Los estereotipos de género abarcan un conjunto de actitudes, creencias e ideas preconcebidas sobre
las pautas que hombres y mujeres deben seguir.
Por ejemplo, de los hombres se espera que sean trabajadores, fuertes, agresivos, valientes, que no lloren ni expresen sus miedos, que funcionen como proveedores y jefes de familia. Mientras tanto, de las mujeres esperamos que sean pacientes, tiernas, obedientes, delicadas, sensibles, dependientes, que se desempeñen como amas de casa y madres. La feminidad y la maternidad se consideran sinónimos y algo inherente a todas las mujeres, sin considerar que existe una gran diversidad entre nosotras, que no somos seres uniformes.
La inteligencia y la estupidez son asexuales
Es cierto que hay diferencias sustanciales en los cerebros del hombre y la mujer, dadas por la selección natural, pero muchas de ellas son más bien culturales, y en estudios recientes se ha comprobado que eso
de que los hombres son mejores que las mujeres en matemáticas es falso; lo mismo que para leer mapas o hacer trabajos manuales.
Hay hombres buenos pa’ desenredar cadenitas de oro o bordar y mujeres que todo el día piensan en sexo y son doctoras en matemáticas. «La inteligencia es asexual y la estupidez también», diría Ibargüengoitia. Ni los hombres son más competitivos, las mujeres más emocionales o los hombres más sexuales que nosotras.
En una ocasión iba en mi coche a la universidad a dar una clase de periodismo cuando vi en la esquina al voceador; le toqué el claxon con la intención de comprar alguna publicación que me fuera útil como material de análisis. Él, al oír el claxon que provenía de una camioneta con mujer al volante, espulgó entre sus publicaciones, sacó un tv Notas y corrió hacia mí. Porque, ¿qué más podría leer una mujer en camioneta?
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Incluso en espacios tan cotidianos como los restaurantes, escapar de los estereotipos parece imposible. Esta anécdota le sucedió a mi amiga Mariángeles, cuando tenía dos o tres años de casada. Su marido, cada equis tiempo, hacía y sigue haciendo dieta rigurosa tanto de comida como de bebida. Un día, en plena dieta, fueron a comer a un restaurante y pidieron de aperitivo un tequila para ella y una Coca de dieta para él… ¿adivinen a quién le sirvieron el refresco y a quién el tequila?
De generación en generación
Lo peor de los estereotipos es que van de mamá a hijo, de papá a hija, heredándose de generación en generación, suponiendo que hombres y mujeres
deben cumplir sus «roles históricos». Y en muchos casos, a veces sin reflexionar, las mismas mujeres los propagamos cuando rechazamos a otras porque trabajan o porque no trabajan, o criticamos a la que parece ser mala madre, o «pedimos permiso» a nuestra pareja para todo, etcétera.
El sexismo se hace patente en frases como «calladita te ves más bonita» o «soy demasiado guapa para hacer la tarea» o «no es buena pa’ la escuela pero igual se va a casar».
Porque aun después de la búsqueda de la igualdad entre sexos; de que las mujeres obtuviéramos el derecho al voto, nos integráramos al mundo laboral y tuviéramos los mismos privilegios y obligaciones que los hombres; de la creación de la píldora anticonceptiva y el derecho al aborto legal, en un santiamén los logros se van por el caño con cada diferencia sexista que se hace en el día a día.
Y por mucho feminismo, mucha reivindicación de librito y mucha igualdad, a la hora de la verdad hay quien prefiere que su asesor financiero sea un él y no una ella; y a muchos sigue generándoles desconfianza ver al volante de un taxi, un autobús o un vagón del metro a una mujer; y cuando ven en un partido oficial de futbol arbitrar a una mujer se les ponen los pelos de punta…
La «igualdad» en la realidad
Históricamente las mujeres han estado relegadas, marginadas y sometidas. El que hombres y mujeres tengamos las mismas oportunidades de acceder al iPhone 6 y elegir representantes no es igualdad real. Vivimos en una sociedad donde las percepciones, los pequeños guiños dizque inofensivos, las palabras
y las acciones de violencia contra la mujer tienen distintos tamaños y magnitudes que se manifiestan desde focos dispares y múltiples.
El simple hecho de que exista un Día de la mujer como conmemoración convierte a la supuesta igualdad en algo utópico.
La elección es la herramienta fundamental para terminar con los estereotipos. Implica libertad para cuestionar la asimilación ciega de prácticas sociales «femeninas» que van desde la elección de una profesión, un auto o una bebida, hasta la decisión de depilarse o no.
La realidad es que aún queda mucho por lograr y demostrar, y mucho trabajo de hombres y mujeres por conseguirlo. La verdadera igualdad de derechos y oportunidades representa la posibilidad de un mundo más libre, con mayor riqueza, menor violencia e incluso, más sexo para todos.
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