Cada color aparece de forma distinta en la naturaleza; sin embargo, el más complejo y, a su vez, el más básico es el azul. A pesar de la amplia carga simbólica que le hemos dotado, ¿por qué con tantas millones de especies animales, frutos y flores, es el color más difícil de encontrar? He aquí algunas respuestas.
Los colores son los responsables de que todo cuanto se encuentra en nuestro entorno cobre sentido. El infinito abanico de matices y profundidades de la combinación que inicia con sólo tres colores —magenta, cian y amarillo— define muchos de los significados de las cosas en nuestro planeta.
La evolución cromática se remonta a 542 millones de años atrás, cuando la observación de los colores no importaba para los habitantes de la Tierra, pues nadie tenía ojos que distinguieran las distintas tonalidades. Las especies de entonces, sin embargo, podían sentir la luz solar, que les indicaba la hora pertinente para dormir o para conseguir alimento pero carecían de los medios biológicos para percibir el color. Miles de años después, pasó algo inusitado: los depredadores comenzaron a diferenciar los colores y a notar cuáles alimentos eran más atractivos que otros dependiendo de la intensidad de sus tonos. Los animales pequeños, amarillos o rojos se convirtieron en los más apetitosos.
Pronto, los animales propensos a ser devorados tuvieron que buscar formas de adaptarse —o esconderse— para asegurar su supervivencia. Empezó a desarrollarse la coloración disruptiva —técnica de camuflaje en la que el animal se mezcla con el entorno—, donde una potencial víctima de color rojizo, por ejemplo, debía buscar algo del mismo tono en su ambiente para esconderse hasta que pasara el peligro. Por otro lado, los animales que no tenían esta capacidad evolucionaron de otro modo para tomar ventaja del color: hacerlo más llamativo y con ello advertir a sus enemigos que no era un buen alimento; a esto se le llama aposematismo, del griego apo, ‘lejos’ o ‘aparte’, y sema,‘señal’. Después de un largo tiempo, el color se convirtió en una herramienta muy útil para que los animales se mantuvieran saludables, fuertes y capaces de atraer al sexo opuesto.
Millones de años y unas cuantas extinciones masivas después, todas las criaturas desarrollaron formas para percibir cualquier color existente en la gama de Pantone y ese fue el momento cuando el color se volvió un asunto de vida o muerte.
La mayoría de las plantas y animales obtienen —o desarrollan— sus colores a partir de pigmentos y colorantes químicos. Los animales toman estos pigmentos de su alimentación —plantas o insectos—, los digieren y modifican para eventualmente mostrar una versión del pigmento en una capa exterior, pero no es tan fácil como parece, pues primero tuvieron que evolucionar los mecanismos adecuados.
Pero muchos pigmentos sirven para algo más que «dar color»: por ejemplo, los gránulos oscuros de melanina ayudan a mantener fuertes las plumas de los pájaros y a proteger la piel humana de los rayos solares. La clorofila permite a las plantas, además de dotarlas con su característico color verde, retener la luz para realizar la fotosíntesis. Otro pigmento fundamental para las plantas son los carotenoides que, entre otras funciones, vuelven anaranjadas a las zanahorias y cambian el color de las hojas en otoño. Las aves son cafés y grises en su mayoría, pero pueden volverse amarillas o rojas debido a los pigmentos que obtienen de su comida. Este tipo de cambios en el color a veces influye también en el color de la piel humana, no en vano la creencia popular dice que la zanahoria ayuda a tener un buen bronceado «gracias a la vitamina A», y en realidad se debe al pigmento de los carotenos.
Lo difícil de ser azul
A pesar de que la coloración de los animales está definida por su dieta alimenticia, tienen una gran limitante en la absorción de los colores, especialmente con el azul, ya que es muy difícil que su cuerpo lo asimile mediante pigmentos. Johann Wolfgang von Goethe, en su Teoría de los colores, pensaba que «la luz es homogénea, ya que sólo crea el color al ser perturbada por la oscuridad, mientras que las dos tonalidades extremas del amarillo y del azul interactúan mediante un proceso llamado aumento —steigerung».
El azul es muy inusual porque la gran mayoría de los animales no pueden retener sus pigmentos, es decir: almacenar células que puedan reflejar esa tonalidad de luz. De hecho, de todos los habitantes vertebrados de la Tierra, no se ha descubierto uno que haya adoptado el pigmento azul por vía alimenticia. Y en los casos en que aparece el azul en la naturaleza —la pluma de un pavo real, una burbuja de jabón o los ojos azules de una persona— no tienen ningún pigmento: se trata sólo de un efecto visual. Así que la gran interrogante es ¿por qué se ven azules? De acuerdo con Richard Prum, de la Universidad de Yale, este tipo de organismos han evolucionado para crear una ilusión óptica mejor conocida como color estructural.
Por ejemplo, el fruto de la planta Pollia condensata —un tipo de baya africana— recurre al color estructural, pues ha llamado la atención por su increíblemente brillante y luminoso color azul, a pesar de no contar con ningún pigmento de dicho color. Al medir la intensidad del reflejo, científicos de la Universidad de Cambridge confirmaron que este peculiar fruto tiene una capacidad asombrosa de reflejar la luz que absorbe —cerca del 30%—, al contrario de otras especies que reflejan una ínfima parte. Además, hay células en el fruto que sí reflejan otros colores, lo que le da un efecto «tornasolado». La intención de este color es atraer a los pájaros para que sus semillas sean esparcidas a pesar de que el fruto carece de valor nutrimental; esto reafirma la estrecha relación entre el color y la apariencia de sabor.
Otro ejemplo interesante son las mariposas morfo: sus alas miden 6 pulgadas —15.24 cm—, de un lado son marrones y del otro parecen de un brillante azul. Tienen pequeñas y transparentes estructuras en la superficie de sus alas que reflejan la luz con tal precisión que parecen azules. Pero su «color real» es el marrón.
Por otro lado, algunos animales recurren a diversas sustancias para conseguir el mismo efecto; por ejemplo, las alas de las mariposas están envainadas en escalas reflectantes a base de quitina —componente que cubre el cuerpo de otras especies—: la misma sustancia que hace duras y resistentes a las conchas de los cangrejos. Otras aves producen queratina —el mismo material de las uñas— en las puntas de sus plumas para dispersar la luz y así parecen azules para el ojo humano.
Las estructuras ópticas responsables de que los organismos puedan volverse azules resuelven otro problema de color en la naturaleza: el verde. A pesar de que es un color que está en la mayoría de las plantas, para los animales es casi imposible asimilarlo, pues se trata de una combinación de tonos. Muchas ranas y serpientes en realidad no son verdes: lograron desarrollar un pigmento amarillo que, combinado con el color estructural del azul, resulta verde.
Cuando las serpientes mueren se tornan azules porque los pigmentos amarillos desaparecen de su sangre y predominan los azules. Otra peculiaridad del color estructurales que es prácticamente «inmortal»: persiste en los organismos que lo desarrollan a pesar de su deceso. Tal como sucedió con el exoesqueleto de un escarabajo de 50 millones de años —encontrado en Alemania—, que después de estar tanto tiempo bajo tierra junto a otros cientos de fósiles grisáceos, conservó su brillante y metálico color azul.
Sara Regina Montes de Oca Molina ama el color azul del cielo, pero éste también es un efecto visual de las partículas que componen la atmósfera y descomponen la luz blanca del sol, así como el color del atardecer.