Los cardenales conforman una de las élites más reducidas del mundo: un club exclusivamente masculino nombrado directamente y por capricho del Papa en turno, cuyo objetivo principal es elegir colegiadamente a un sucesor del apóstol Pedro como Obispo de Roma y, por ende, cabeza de la Iglesia católica. Los cardenales, según estipula el Código de Derecho Canónico, «asisten al Romano Pontífice tanto colegialmente, cuando son convocados para tratar juntos cuestiones de más importancia, como personalmente, mediante los distintos oficios que desempeñan, ayudando al Papa sobre todo en su gobierno cotidiano de la Iglesia universal» (can. 349).
Los orígenes del colegio cardenalicio son inciertos: hacia el siglo VI se les llamaba «cardenales» a los clérigos que ayudaban al obispo de Roma en las ceremonias litúrgicas. Como tenían comunicación directa con él, su labor pasó de lo litúrgico a lo disciplinario, convirtiéndose ya para el siglo VIII en el principal órgano consultor de la Santa Sede —de ahí que el doctor de la Iglesia, San Jerónimo de Estridón (374-420), se represente retroactivamente con vestimentas cardenalicias.
Senado espiritual
Ocupados en cuestiones jurisdiccionales y diplomáticas, San Pedro Damián (1007-1072) los describió como «el senado espiritual de la Iglesia» y, en 1179, el III Concilio de Letrán decretó que en ellos recayera la responsabilidad de elegir al Papa, para lo cual habrían de reunirse en un cónclave —literalmente, en una reunión cum clave, ‘bajo llave’—. Gregorio X, en una bula de 1274, estipuló que la elección de un Papa debía respaldarse con una mayoría de dos tercios de los cardenales electores, disposición que aún sigue vigente. Hoy, sin embargo, el número de electores está limitado —aunque no estrictamente— a 120, pues, una vez cumplidos los 80 años, los cardenales pierden el derecho de votar, aunque no el de ser votados. Fue en 1245 cuando Inocencio IV, que había vivido años en Lyón, dispuso que el color rojo de los canónigos de aquella arquidiócesis fuera usado en los capelos cardenalicios, el cual se fue extendiendo al resto de sus vestiduras con el tiempo.
A diferencia del diaconado, el presbiterado y el episcopado, que conforman los tres grados del sacramento del Orden, el cardenalato sólo es un título honorífico, nobiliario de hecho —perfectamente extensible a mujeres, si se quisiera—. Si bien desde 1917, con la codificación del Derecho canónico por San Pío X, sólo se le confiere a presbíteros y obispos y, desde 1962, cuando San Juan XXIII cambió la costumbre, nada más a obispos —salvo dispensas individuales—; había sido relativamente normal que hubiera cardenales con tan sólo las órdenes menores —o sea, tonsurados o designados para ser ordenados en el futuro, pero laicos al fin y al cabo—. Tal es el caso del cardenal-infante Fernando de Austria, hijo de Felipe III de España y gobernador de los Países Bajos, o del célebre primer ministro francés Jules Mazarin. El último cardenal «laico» fue Teodolfo Mertel, un abogado italiano creado cardenal por el Beato Pío IX, dos meses antes de ser ordenado diácono.
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Los cardenales, pues, no son «ordenados», sino «creados», en una ceremonia pública encabezada por el Papa llamada «consistorio». En él, a cada cardenal se le asigna o bien el título de una diócesis suburbicaria de Roma —en el caso de los cardenales obispos—, el título de una iglesia —en el caso de cardenales presbíteros— o el de una diaconía romana —en el caso de cardenales diáconos—, en memoria del antiguo encargo de ayudar al Papa en las gestiones de la diócesis de Roma, por más que la mayoría de los cardenales actuales no viva ni trabaje en Roma, sino como pastores titulares en todo el mundo, y no sean estrictamente diáconos ni presbíteros.
Semiótica cardenalicia
Como corresponde a cualquier institución milenaria, en torno al colegio cardenalicio hay todo un aparato semiótico que opera tanto de restricción sectaria como de garantía de continuidad. Toda la parafernalia cardenalicia está marcada por el doble simbolismo del color rojo purpúreo, tintura reservada para los emperadores romanos y las clases pudientes de la Alta Edad Media, digna de un «príncipe de la Iglesia»; pero también, para matizar la historia, se dice que simboliza la sangre que los cardenales están dispuestos a derramar por servir al Papa y a la Iglesia. El paso de los siglos les ha añadido una serie de atributos que los distinguen del resto del clero:
- Capelo: llamado también «galero», es un sombrero rojo de ala ancha con 15 borlas a cada lado. Está en desuso desde 1969, cuando San Pablo VI lo abolió, alegando que su fastuosidad contradecía el espíritu de humildad evangélica. Hoy día sólo aparece como parte de la heráldica cardenalicia con una salvedad: si el cardenal es obispo, el báculo de en medio tiene una cruz; si es arzobispo, lleva dos. A la muerte de un cardenal, se colgaba su capelo sobre el lugar en que reposaban sus restos, simbolizando así, con su lenta desintegración, el destino de los bienes terrenales; pero también servía como aviso de ultratumba: según la tradición, el capelo se desprendía del gancho que lo colgaba en el mismo instante en que el alma del cardenal salía del Purgatorio para entrar al Cielo. La tradición dejó de ser atractiva: casi todos los capelos siguen colgados.
- Anillo cardenalicio: símbolo por excelencia de fidelidad al Papa y a la Iglesia, tanto por su forma —el círculo alude a la eternidad— como por el oro que lo recubre; solía llevar un zafiro incrustado. Cada anillo tiene grabado el escudo del Papa que lo entrega en obsequio, ya sea durante el consistorio —costumbre impuesta por Benedicto XVI— o durante la misa al día siguiente del consistorio —como ha sido la usanza desde hace siglos—.
- Solideo: confeccionado con seda muaré, es una prenda en forma de casquete parecida a la kipá judía; de color negro para diáconos y presbíteros, violeta para obispos, rojo para cardenales y blanco para el Papa. Su nombre proviene del latín soli Deo, ‘sólo para Dios’, puesto que sólo se quita ante la presencia de la Hostia consagrada. La tradición, cada vez más en desuso, estipula que el clero se retire el solideo para saludar al Papa. Hasta mediados del siglo XV, sólo los cardenales que pertenecían al clero secular —o diocesano— usaban solideo rojo; fue hasta finales del siglo XVI que su uso se amplió a aquellos que provenían del clero regular —o religioso, miembro de alguna orden o congregación—.
- Faja: es la prenda con la que el clero ciñe la sotana por la cintura y que cae por el lado izquierdo en dos bordes que terminan en flecos; al igual que el solideo, la faja de los cardenales es de seda muaré roja.
- Cruz pectoral: no sólo es propia de los cardenales, sino también de los obispos, abades —y abadesas—; las hay de dos tipos: sencilla —sujeta de una cadena dorada o plateada— y pontifical —sujeta de un cordón dorado en el caso del Papa y los cardenales—. Antiguamente, las cruces pectorales de los cardenales contenían un fragmento del lignum crucis, una minúscula reliquia —como todas las de ese tipo, falsa— del madero de la Santa Cruz.
- Ferraiolo: es una capa roja de seda muaré, en el caso de los cardenales, atada alrededor del cuello por dos tiras de tela. Su uso es poco frecuente y está restringido a ocasiones formales fuera de la liturgia.
- Birreta cardenalicia: es un gorro de seda roja, lisa o estilo muaré, sin borla, con tres crestas —excepto la izquierda— que coloca el Papa sobre la cabeza de los cardenales durante el consistorio, como sustituto del capelo. Similar al bonete, tiene en el caso de los cardenales una pequeña diferencia además de la omisión de la borla: el bonete puede ser de dos estilos, el español —un gorro de cuatro picos y borla en medio— y el romano —con las tres crestas—. Como los cardenales pertenecen al clero de Roma, la birreta que usan sigue el estilo romano. Los cardenales que forman parte de las Iglesias orientales se cubren la cabeza con tocados distintos de la birreta, pero siempre en color rojo: el mudi thoppi, que usa el catolicós de la Iglesia católica siro-malankara, el qob del patriarca de la Iglesia católica etíope o el tabieh del patriarca maronita.
- Roquete: prenda similar a un camisón blanco de lino, con encajes, se coloca sobre la sotana y bajo la muceta.
- Muceta: es una prenda similar a una capa corta pero cerrada hasta la altura del codo; se suele colocar encima del roquete en las ceremonias litúrgicas que no presiden los cardenales. Su origen histórico se remonta a los peregrinos y campesinos, que usaban una capa corta para protegerse de las inclemencias del tiempo. Hay quienes ven, por ello, en la muceta de los cardenales, un recordatorio de su peregrinar en este mundo mientras están al servicio de la Iglesia; aunque la realidad es menos poética: quien más prendas usa es quien más resalta. Punto.
- Capa magna: junto con el capelo, la más extravagante de las prendas cardenalicias: una larga capa de 7 m que usaban los cardenales hasta 1969, con su respectivo paje, el «caudatario» —del latín cauda, –ae, ‘cola’—. Uno o dos cardenales nostálgicos la usan actualmente y en contextos tradicionalistas.
- Esclavina: similar a la muceta, pero abierta a la altura del pecho. Es parte de la sotana negra de los cardenales, aunque se distingue por su forro interior y sus bordes color rojo.
- Mantelete: en desuso desde hace años, es una prenda abierta desde el pecho que cae poco antes de las rodillas, sin mangas, y que cambiaba de color aun para cardenales: púrpura cuando se está de luto y roja para las demás ocasiones.
Oswaldo Gallo-Serratos es filósofo y jardinero. Anticlerical bisnieto de cristeros, le chocan los cardenales; prefiere los cenzontles y los colibríes. Su Twitter es: @osvaldvs.
HLs:
El término cardenal proviene del latín cardo, –inis, ‘bisagra, gozne’, que alude al papel de apoyo que desempeñan en el gobierno de la Iglesia católica romana
Los pajarillos americanos —o, más exactamente, los machos— de la familia de los cardinálidos, sobre todo la especie Cardinalis cardinalis, fueron bautizados por los clérigos de rojo, dado su distintivo y vivo color
Cuentan las malas lenguas que San Juan Pablo II, al tanto de las tendencias «liberales» —«comunistas», en opinión de algunos— del eminente teólogo suizo Hans-Urs von Balthasar —en realidad, un «conservador» de cepa—, aceptó crearlo cardenal «porque le venía bien lo rojo»
Los cardenales in pectore son nombrados secretamente por el Papa para evitar que sufran algún tipo de persecución. En ocasiones, el pontífice muere llevándose el nombramiento a la tumba, como parece que sucedió con al menos uno, en 2005
Philippe de Champaigne, Triple retrato del cardenal de Richelieu, c. 1642.