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Pedro de Alvarado

Pedro de Alvarado fue uno de los conquistadores más famosos de la Nueva España. Nació en Badajoz hacia 1485, conoce más de él.
Chicos malos: Pedro Alvarado

Por Joaquín García Icazbalceta

Pedro de Alvarado fue uno de los conquistadores más famosos de la Nueva España. Nació en Badajoz hacia 1485 y, en 1510, pasó con sus hermanos a las islas de América. Cuéntase que se presentó en ellas ostentando un sayo viejo que le dio un tío suyo, caballero del hábito de Santiago, en el que aún se veía claramente el lugar que había ocupado la cruz de dicha orden, por lo cual dieron en llagarle por burla «el comendador»; mas después, andando el tiempo, alcanzó con sus hechos la verdadera condecoración.

Primeros pasos

En 1518, le hallamos encargado de un navío en la expedición de Grijalva, cuando éste vino a continuar el descubrimiento de las costas qua Francisco Hernández de Córdova había visto el año anterior.

Alvarado, durante esta expedición, dio su nombre al río que aún le conserva, y poco después fue enviado por su jefe Grijalva a Cuba con muestras de las riquezas obtenidas en el tráfico con los naturales. Excitado con la vista de ellas, armó poco después Velázquez la expedición que para desgracia suya confió a Hernán Cortés, y Alvarado tomó al punto parte en ella, mereciendo tan pronto la confianza de su nuevo capitán, que aun antes de salir de la isla le despachó con un destacamento a recoger más gente, cuyo encargo desempeñó á satisfacción.

Apenas había llegado la armada a la isla de Cozumel, cuando ya Alvarado daba muestras de su genio arrebatado e imprudente, y recibía una reprimenda de Cortés por haber saqueado unos templos y aterrorizado a los naturales de la isla. Inútil es decir que en las batallas de Tabasco mostró Alvarado su natural valor y lo mismo más adelante en las de Tlaxcala hasta entrar de paz en dicha población. En el repartimiento de señoras que en ella se hizo, tocó a Alvarado la hija del viejo Xicoténcatl, doña Luisa, de la que tuvo varios hijos, que después se enlazaron con las familias más nobles de España.

Jornada infame en el Templo Mayor

Llegado Cortés a la capital, y resuelto a efectuar la prisión de Moctezuma, fue Alvarado uno de los cinco caballeros que escogió para acompañarle en la ejecución de aquella temeraria medida, y pesar de eso supo ganar de tal manera la confianza del cautivo monarca, que éste se divertía en jugar con Alvarado, alegrándose cuando perdía, para tener ocasión de mostrar su generosidad.

Mal supo corresponder a ella Alvarado, pues habiéndole dejado Cortés con 140 hombres en guarda de la capital, mientras él iba al encuentro de su contrario Narváez, cometió uno de los hechos más atroces que manchan las páginas de la Conquista, y de cuyas resultas estuvo a riesgo de naufragar la ardua empresa conducida hasta entonces por Cortés con tanta prudencia.

Acostumbraban los mexicanos celebrar la fiesta del mes Toxcatl, que correspondía a mediados de mayo de 1520, con solemnidad extraordinaria, y al efecto pidieron licencia a Alvarado para solemnizarla en el atrio o patio del Templo Mayor de México: concedióles Alvarado su permiso, bajo la condición de que acudiesen sin armas. Así lo hicieron; y engalanados con las mejores joyas que tenían, se entregaron a sus danzas y regocijos acostumbrados: la reunión ascendía por lo menos a 600 personas, la flor de la nobleza mexicana.

Los españoles se mezclaron entre ella, y aunque iban armados, eso no causó ninguna sospecha, porque tal era su costumbre; pero repentinamente y a una señal dada, se arrojaron sobre los indefensos mexicanos y ejecutaron en ellos tan cruel matanza, que ni uno solo escapó con vida. Hecho tan atroz debiera tener un motivo muy grave para obtener siquiera una disculpa, pero no se le halla.

Háse creído por unos que la causa fue el despojar a los mexicanos de sus joyas y preseas, como en efecto lo ejecutaron concluida la matanza; mas esto parece que sólo fue una idea del momento nacida de la ocasión y no el móvil principal; es más probable la opinión de los que juzgan que, exaltado el carácter inflamable y violento de Alvarado con algunos rumores infundados de sublevación y recordando tal vez lo hecho por Cortés en Cholula, quiso dar un golpe que infundiese terror en los ánimos, y asegurar por medio de él la falsa posición en que se hallaba con un puñado de hombres en medio de una tan populosa ciudad.

Si así lo pensó, el éxito no pudo serle más contrario: irritados los mexicanos hasta el extremo por aquella bárbara traición, tomaron las armas y se levantaron como un solo hombre contra aquellos aventureros.

Chicos malos: Pedro Alvarado

Noche triste, salto célebre

Vióse Alvarado en el peligro más extremo, y acaso habría perecido con todos los suyos, si no fuera porque, haciendo prodigios de valor, logró sostenerse hasta que la noticia tuvo tiempo de llegar a Cortés, y éste, vencedor ya de Narváez, entró en la capital a socorrerle. Aunque muy irritado Cortés por la imprudencia de su capitán, hubo de disimular por entonces su enojo, y unirse con él para sobreponerse a los ataques de los mexicanos: cansado al fin de pelear inútilmente y, temeroso de que al cabo le oprimiese el número, tomó la resolución de abandonar la ciudad, saliendo secretamente de ella la noche del primero de julio de 1520.

Dio a Alvarado y a Velázquez de León el mando de la retaguardia, y éste fue el puesto más peligroso en aquella terrible noche, conocida por la «Noche Triste»: Velázquez de León pereció en la refriega, y Alvarado, huerto su caballo y él mismo gravemente herido, sólo pudo escapar atravesando el foso por un madero que aún quedaba del puente destruido, y subiendo luego a la grupa del caballo de un soldado llamado Gamboa, quien le sacó a seguro.

En esta ocasión es cuando se supone que Alvarado dio el famoso salto que debió el nombre una de las calles de la ciudad, que aún le conserva;[1] pero el hallazgo del proceso original formado después a Alvarado, ha venido a probarnos que el famoso salto sólo es una de aquellas fábulas de origen desconocido y que cada día toman cuerpo con el ascenso general hasta convenirse en verdades innegables: bien que de la de este suceso ya dudaron algunos autores contemporáneos, como Oviedo y el mismo Bernal Díaz. De uno u otro modo, Alvarado salvó la vida en aquella tremenda noche, y continuó prestando a su capitán sus importantes servicios.

Distinguióse en la batalla de Otumba, siendo como en todas las ocasiones difíciles uno de los que siguieron a Cortés cuando rompió por entre la multitud para apoderarse del estandarte de los aztecas: acompañóle después en todos sus reconocimientos del Valle de México, encargándose, por último, del mando de las fuerzas que se situaron en la calzada de Tacuba, cuando quedó establecido el sitio de la capital: tuvo Alvarado en él una parte muy principal, distinguiéndose sobre todo en la toma e incendio del teocali de Tlaltelolco, poco tiempo antes de la rendición de la ciudad.

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Imagen tomada de @Cuauhtemoc_1521

Fuera de la sombra de Cortés

Verificada ésta, comienza la carrera independiente de Alvarado: envióle Cortés á sosegar la provincia de la Mixteca que se había atizado y lo consiguió muy en breve. Por aquel mismo tiempo llegaron a México embajadores del señor de Tehuantepec, que ya antes había reconocido al rey de España, pidiendo socorro contra su vecino, el señor de Tutepec, quien le hacía guerra por haberse declarado vasallo de los españoles.

Marchó Alvarado a su socorro y, aunque halló alguna resistencia, pacificó, por último, aquellas provincias, y fundó una colonia en la de Tutepec, que poco después fue abandonada, y los indios negaron obediencia a los españoles. Volvió de nuevo contra ellos Alvarado; los sujetó, y desde entonces comenzó a preparar la conquista de Soconusco y Guatemala, provincias recién sujetas al imperio mexicano, y que habían reconocido voluntariamente la dominación española. Alvarado obtuvo de Cortés el título de gobernador y capitán general de ellas y, saliendo de México con «lucido ejército», entró en su conquista en el año de 1523.

Poco tiempo tardó en sujetarla, aunque no sin muchos combates, especialmente en Soconusco, donde un flechazo le dejó cojo para toda su vida. Pero, lograda la pacificación, fundó en 25 de julio de 1524 la ciudad de Santiago de los Caballeros, capital de la provincia, a la que proveyó de alcaldes, regidores y demás oficios municipales, asentándose él mismo por uno de sus vecinos. Dejóla, sin embargo, por agosto de 1526, para pasar a México, donde sus conquistas excitaron la admiración general: de allí resolvió pasar a España, con el fin de obtener del Emperador título directo a sus provincias de Guatemala, no contentándole el que tenía de Cortés.

Cosechando frutos

Dio a la vela por el mes de febrero de 1527 y, apenas hubo puesto el pie en España, recibió orden de presentarse al Emperador, para declarar en el proceso que se instruía contra Cortés; pero muy pronto se vio también él mismo acosado de cargos hechos por Gonzalo Mejía, no siendo el menos grave el de haber defraudado el quinto de Su Majestad en el oro y plata que había adquirido. Hubiéralo pasado sin duda muy mal, a no haber hallado gracia en el secretario Francisco de los Cobos, quien tomó por su cuenta aquel asunto y consiguió que fuese despachado del modo tan favorable, quedando Alvarado absuelto, honrado con el hábito de Santiago y el título de Gobernador y Capitán General de Guatemala y sus provincias, con un salario de unos 500 mil maravedís.

No contento con esto, el secretario Cobos hizo que se le confirmasen los repartimientos de indios que tenía y, por último, le casó con Doña Francisca de la Cueva, señora de gran mérito, según afirman los historiadores. Este enlace fue causa de que Cortés se enemistase para siempre con Alvarado, puesto que había prometido casarse con una prima de aquel, llamada Cecilia Vázquez, y no cumplió con su palabra. Doña Francisca murió poco después, antes que Alvarado saliese de España, y el secretario Cobos se empeñó en que contrajese nuevo matrimonio con una hermana de la difunta, llamada doña Beatriz de la Cueva, a cuyo efecto, valido de su privanza, solicitó y obtuvo la necesaria dispensa.

Verificado este enlace, se embarcó Alvarado con su esposa para la Nueva España, a donde aportó por el mes de octubre de 1528, y no pudo seguir su viaje a Guatemala, porque en México le renovaron los cargos de defraudación de los quintos del rey, siendo inútiles cuantos esfuerzos hizo para que le dejasen partir, hasta que la enemistad misma de los gobernadores de México contra Cortés le proporcionó la ocasión, porque, deseando éstos evitar que el Marqués del Valle, que ya había llegado a Veracruz, hallase en México a un tan grande amigo suyo como lo era Alvarado, le dejaron proseguir su viaje a Guatemala, en cuya capital entró a principios del mes de abril de 1530.

Chicos malos: Pedro Alvarado
Foto tomada de Pinterest

Nuevas aventuras

Luego que llegó a ella se dispuso a cumplir la palabra que había dado al Emperador, durante su residencia en España, de armar a su costa una expedición para hacer descubrimientos en el mar del Sur, y buscar las islas de la Especería, objeto favorito entonces de la corte de España.

Para cumplir lo ofrecido hizo construir una escuadrilla de ocho velas en un puerto poco distante de la capital, Santiago, pero antes de concluirse el armamento llegaron a sus oídos las nuevas de las conquistas de Pizarro en el Perú, y, arrebatado de su desmesurada ambición, mudó de intento y resolvió dirigir sus armas a aquel país, dando por pretexto que las fuerzas de Pizarro eran insuficientes para conquistarlo, y él iba a ayudarle con las suyas.

En vano los vecinos de Guatemala le representaron los daños que se seguirían de sacar de aquellas provincias tanta gente y armas y en vano la audiencia de México le prohibió salir a aquella empresa, entrometiéndose en la jurisdicción de Pizarro: a los unos contestaba Alvarado que se llevaría consigo los principales señores de los indios, para no dejarles motivo de temor, y que iba a buscar nuevas tierras por no serle bastante lo que tenía; y a la audiencia representaba que su objeto no era ocupar nada de lo perteneciente a Pizarro, sino el antiguo reino de Quito, al que no habían llegado españoles, auxiliando de este modo a Pizarro en vez de ofenderle.

Venciendo mil obstáculos, salió al fin la anunciada expedición, la más numerosa que habían visto aquellos mares y, en marzo de 1534, tomó tierra en la bahía de Caraques: componíase de unos 500 hombres, casi la mitad de ellos de a caballo. Emprendió luego Alvarado su marcha, conducido por un guía que desapareció muy a los principios de la jornada, y él se internó con su gente en los terribles pasos de las sierras, donde pronto se vio rodeado de las mayores dificultades y peligros.

El frío era tan intenso, que hombres y caballos perecían ateridos o enterrados entre la nieve; para colmo de desgracias, uno de los volcanes vecinos comenzó a dejar caer sobre ellos una lluvia de ceniza que les cegaba e infundía nuevo terror. Pasada la terrible noche de los «Puertos nevados», la luz del día vino a alumbrar el estrago y a hacerlo más sensible, descubriendo que casi la mitad de los hombres y caballos habían perecido.

Demasiado tarde

Una vez salido Alvarado a las altas llanuras de Riobamba, donde creía hallar el fin de sus padecimientos, descubrió, con no poco asombro suyo, huellas recientes de caballos en la arena: no había, pues, duda de que otros españoles se le habían anticipado, y perdía su derecho de primer ocupante. Efectivamente, Sebastián de Belalcázar, capitán de Pizarro, había llegado poco antes a Quito, atraído por la fama de sus riquezas, y luego que supo la invasión de Alvarado, se preparó a recibirle hostilmente: iguales intenciones traía Diego de Almagro, y hubiera ocurrido algún lance desagradable, si Alvarado, abatido por el mal éxito de sus primeros pasos, no hubiese consentido en escuchar proposiciones de paz.

Después de algunas dificultades se logró por fin el arreglo, cuya base fue el pago de 100 mil pesos de oro a Alvarado, quien cedía a Pizarro y Almagro sus buques, sus soldados y todos sus pertrechos, de tal suerte que el que había salido de Guatemala lleno de orgullo y al frente de tan lucido ejército, tuvo a gran dicha el volver solo a su gobernación, y no a resultas de una derrota en que pudiera ser vencido pero no humillado, sino por un concierto en que procedió más como mercader que como buen capitán.

Imagen tomada de Wikimedia

¡Es un no parar!

En 1538 hizo segundo viaje a España, tanto por huir el cuerpo a un oidor de la Audiencia de México que marchaba d Guatemala con orden de tomarle residencia y enviarle preso a la corte, como para negociar el arreglo de las diferencias que tenía con Francisco de Montejo, adelantado de Yucatán, sobre las provincias de Honduras y Chiapas, que cada uno pretendía para su gobernación: logró Alvarado un arreglo satisfactorio y, en 1539, estaba ya de vuelta en Guatemala, donde su regreso, dice el cronista, causó una consternación general, temiéndose que, para la segunda expedición del mar del Sur que preparaba y había ofrecido de nuevo al Emperador, causase a los vecinos, así indios como españoles, los mismos daños y extorsiones que para la primera.

Por este mismo tiempo las maravillosas relaciones de fray Marcos de Niza despertaban la codicia y atraían todas las miradas hacia las costas del Pacífico: el Marqués del Valle y don Antonio de Mendoza olvidaron su antigua amistad, pretendiendo cada uno para sí el derecho de descubrir y conquistar aquellas misteriosas regiones, y don Pedro de Alvarado pedía lo mismo por su parte, en virtud de la última capitulación que había celebrado con el rey. Cortés se limitó a despachar unos navíos a cargo de Ulloa, cuyo paradero nunca se supo, y en seguida partió para España a reivindicar sus derechos.

Libre ya de aquel competidor, creyó prudente Mendoza ponerse de acuerdo con Alvarado, capitán respetable por su renombre y por las fuerzas de que podía disponer: suplicóle, pues, que pasase a México, y así lo verificó Alvarado, tomando el camino de tierra, y ordenando a su armada, compuesta ya de doce naves de porte, que fuese a esperarle en alguno de los puertos de la cesta de la Nueva Galicia. Concluida su entrevista con el virrey, volvió Alvarado a la costa para disponer la salida de la expedición.

En tierras Neogallegas

Encontrábase allí cuando le llegaron las nuevas del levantamiento de los indios de la Nueva Galicia, que, después de haber derrotado a los españoles en el Mixtón, tenían en grande aprieto la ciudad de Guadalajara. El gobernador de la Nueva Galicia, Cristóbal de Oñate, sabiendo que Alvarado se hallaba en aquellas costas con un lúcido escuadrón, le escribió representándole la extremidad a que se veía reducido, y pidiéndole ayuda para sujetar a los indios sublevados. Teniendo Alvarado a buena suerte el haber hallado aquella ocasión de acreditar más su nombre, accedió gustoso a los deseos de Oñate y, tomando una parte de sus tropas fue a verse con él en Tonalán.

Quería Alvarado acometer desde luego a los indios, teniendo por segura la victoria; pero Oñate, más práctico en la tierra, le aconsejaba la prudencia, haciéndole ver el peligro a que se exponía. Prevaleció al fin el parecer de Alvarado, quien quiso salir a campaña con sólo su gente, sin que le acompañase ninguno de los de la ciudad; mas Oñate, conociendo el peligro a que iba expuesto, aprestó algunos soldados diciéndoles: «dispongámonos al socorro que discurro necesario para los que nos lo han venido a dar».

Caballero a pie

No tardó en verificarse su pronóstico; los indios se habían fortificado en el peñón de Nochistlán, guarecidos con varias cercas de piedra, y Alvarado se empeñó en desalojarlos: viendo que los caballos eran inútiles en aquellas asperezas, echó pie a tierra con los suyos y emprendieron la subida al peñón, pero fueron tantas las piedras que los indios arrojaron, que Alvarado no pudo menos de emprender la retirada.

Apenas notaron los indios que los españoles retrocedían, salieron por dos partes de sus atrincheramientos con ánimo de cortarles el paso y envolverles.

Conociéronlo así los españoles y trataron de apresurar su retirada, cosa imposible, porque, siendo el tiempo de las aguas, estaba el suelo cubierto de tales pantanos y atascaderos, que los españoles se quedaban atollados. Alvarado, como buen capitán, protegía la retirada de los suyos, puesto a retaguardia donde era mayor el riesgo, y con grande esfuerzo contenía el empuje de los indios. Logró al cabo salir a terreno más firme, y los indios aflojaron en la persecución.

A pesar de eso, algunos españoles continuaban huyendo por unas cuestas ásperas, en especial un soldado llamado Baltasar Montoya, escribano del ejército. Iba en un caballo cansado, aguijándole para que trepase por aquellas asperezas, y Alvarado marchaba a pie tras él y le decía: «Sosegaos, Montoya, que parece que los indios nos han dejado»; pero el escribano, que no debía ser muy animoso, no dejaba de espolear, hasta que, perdiendo el caballo los pies, bajó rodando y cayó sobre Alvarado, a quien el golpe dejó por un momento sin sentido. Acudieron sus soldados a socorrerle, y apenas volvió en sí, tuvo bastante serenidad para despojarse de las principales piezas de sus armas y darlas a uno de los circunstantes, a fin de que, presentándose con ellas en la pelea, que aún duraba, evitase en lo posible que los indios advirtiesen aquella desgracia y cargasen con más tuerza sobre los españoles, prevalidos de la falta de su jefe, como ya daban señales de quererlo hacer.

Preguntóle entonces uno de sus capitanes qué le dolía, y le contestó Alvarado: «El alma: llévenme donde la cure con la resina de la penitencia». Esto pasaba el 24 de junio de 1541. Transportárosle al pueblo inmediato de Atenguillo, adonde avino á verle Oñate lleno de sentimiento, y Alvarado tuvo la franqueza de confesarle que aquella desgracia provenía de no haber querido seguir sus consejos. Siguió el herido su marcha para Guadalajara, y ya cerca de ella encontró al bachiller Bartolomé de Estrada: no quiso aguardar más, sino que mandó hacer alto debajo de unos árboles y allí se confesó: llegado a la ciudad otorgó su testamento ante los escribanos Diego Hurtado de Mendoza y el mismo Montoya, causa de su muerte, quien no sabemos cómo escapó de la caída de su caballo, y sólo consta que murió en Guadalajara mucho tiempo después, a la avanzada edad de 105 años.

Imagen tomada de Wikimedia

Genio y figura…

Nombró Alvarado por sus albaceas al señor Marroquín, obispo de Guatemala, y a su pariente Juan de Alvarado, vecino de México, ordenando entre otras cosas, que sus capitanes volviesen la armada a Guatemala, pero que aquellos que se hallaban defendiendo algunos puntos de la Nueva Galicia no los desamparasen hasta que lo mandara el virrey don Antonio de Mendoza. Hechas estas disposiciones, dijo a Oñate «que tenía ya cumplida su palabra de no abandonarle hasta que le faltase la vida»; y poco después murió cristianamente, a 4 de Julio de 1541. Su cadáver fue depositado en el convento de agustinos de Tiripitío, de donde se trasladó después a Guatemala.

La nueva de la desgraciada muerte de Alvarado, causó a su esposa doña Beatriz el más profundo dolor, del que hizo demostraciones extraordinarias, pero duróle muy poco, porque en la noche del 11 de septiembre de aquel mismo año pereció con casi todas las personas de su casa, en el horrible terremoto que sufrió la ciudad de Santiago. El obispo procedió a cumplir las disposiciones de Alvarado, y reconocido el estado de sus bienes, se encontró que no alcanzaban para cubrir sus deudas.

El nombre de don Pedro de Alvarado es famoso en la historia por su valor y su imprudencia: acaso nadie le pintó mejor que Remesal en estas breves palabras: «El adelantado don Pedro de Alvarado, más quiso ser temido que amado de todos cuantos le estuvieron sujetos, así indios como españoles».


Joaquín García Icazbalceta (Ciudad de México, 1825-íd., 1894) fue historiador, escritor, filólogo, bibliógrafo y editor, además de miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. Este texto fue tomado del volumen IV de sus Obras Completas (Ciudad de México, V. Agüeros, Editor, 1899), pp. 297-315.


[1] Continuación de Tacuba, entre Guerrero e Insurgentes, pero ya no; hoy es Avenida Hidalgo.

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