La trayectoria del cine en La Habana puede leerse como un vistazo a cuáles fueron las primeras películas y actores aceptados por un público distinto al europeo —para quienes se produjeron las primeras cintas—, entre 1912 y 1930, un público latinoamericano culto, pues en Cuba, desde el siglo XIX, había una fuerte tradición lectora. He aquí un fragmento de las memorias de este notable escritor cubano.
Ya por el año 1910, siendo yo muy pequeño, en el teatro que no era Nacional entonces —creo que todavía lo llamaban Tacón—, y en el teatro Martí —que se había llamado hasta hace poco tiempo el Irijoa, hasta fines del siglo o comienzos del siglo—, se proyectaban películas.
Y el gran héroe del día era Max Linder, quien de inmediato entró en el público y el público, que se las daba de culto, que se las daba de enterado, tenía la actitud siguiente: desprecio absoluto hacia eso que llamaban el cinematógrafo, con excepción de los documentales de viaje. Eso sí veían, documentales de viaje de los templos de la India, la iglesias góticas, el foro de Roma… los castillos de España, las cataratas del Niágara. Y lo cómico. Lo cómico lo admitían admirablemente bien.
Novelones Abominables
Max Linder fue la gran estrella para el público de La Habana. La gente iba a ver y a ver nuevamente una película titulada Max Linder cochero, que era muy divertida. Y cuando llegaron los primeros cortometrajes de Charlie Chaplin —«Canillitas», como lo llamaban—, enseguida hizo las delicias de los niños y de los mayores. Ocurría desde el comienzo con Chaplin ese fenómeno de penetración universal que ha tenido siempre, y dondequiera que se ha presentado. En cualquier momento, en cualquier época, las películas no envejecen y cualquier público, campesino, infantil, adulto, admite a Chaplin.
Pero aquella era la época del gran auge del cine italiano, las casas-cine de Roma y Ambrosio Milán nos inundaban de producciones que eran terriblemente folletinescas. Para atraerse a un cierto público filmaban los novelones más abominables del mundo, con las tramas más inverosímiles.
Recuerdo que había uno de esos novelones en que el héroe era un individuo que causaba la desesperación de las mujeres, era Gustavo Serena. Todas estaban enamoradas de Gustavo Serena en la película, y él era un hombre completamente distante, misterioso, que no hacía el menor caso a nadie. Un día se descubre el secreto: iba todas las noches a amar a una princesa al Tíbet. ¿Cómo iba de Roma hasta el Tíbet todas las noches, cuando no existían los aviones supersónicos? No lo sé. Pero la película era así.
La Primera partitura del cine
Las grandes estrellas del momento eran Francesca Bertini, la Menichelli, Italia Almirante. Pero con Francesca Bertini había un delirio absolutamente increíble en La Habana. Y llegó un día en que se le dio un beneficio a la Bertini en el cine Rialto. Pasaron una película de ella, el público se puso de pie, la aclamó, y entonces pasaron un corto en el que con un ramo de flores saludaba al público. Aquel día en taquilla hicieron millares de pesos.
Hasta que un día en el teatro Politeama —justo frente al Nacional—, se presentó una película titulada Cabiria. Un largometraje que venía de Italia, era de arte, y tenía entre otras características ser la primera película que se presentaba con una partitura escrita especialmente para ella, y no era una partitura mala; era de un maestro italiano de la época, de los compositores avanzados: Ildebrando Pizzetti, el director del Conservatorio de Parma, que había ideado la partitura con unos puntos de referencia para el director de orquesta —que tocaba sin luz y sin cesar durante la proyección, basado en unos letreros; es decir: había letras en la partitura que correspondían a los letreros—. Y si la orquesta se adelantaba o se atrasaba, había manera siempre de ponerse todo el mundo de acuerdo sobre un letrero y la partitura seguía muy bien el desarrollo de la película y los movimientos generales.
En aquel entonces, Italia encabezaba la industria cinematográfica, de ahí que se permitieran estas superproducciones colosales que después influyeron a cineastas como David W. Griffith.2
Cabiria produjo un efecto tal en las gentes…, seguida de inmediato por otras de arte como Quo Vadis?, con Belli, que duraba tres horas, Cleopatra, con Italia Almirante Manzini, etcétera.
Esas cintas causaron una impresión tan grande que la gente cambió completamente su actitud frente al cine. Y recuerdo que la gente de la generación del viejo Sanguily, de Enrique José Varona, de mi padre, de Montoro, Raimundo Cabrera, el Conde Kostia, los intelectuales tope de la época,2 decían: «Bueno, si esto es el cine, se va a acabar el teatro, porque esto es más importante y más interesante».
Y entonces empezó el gran auge del cine, la bajada vertical del cine italiano, la agonía —que duró muchos años— del cine francés, y la invasión maciza de Hollywood que llenó todos los cines. Y las salas de proyecciones empezaron a multiplicarse en La Habana, en una forma tal que solamente en Prado estaban el Margot, el Fausto, el Prado, el Montecarlo, el Niza y uno más cuyo nombre no recuerdo; en San Rafael estaban el Norma y el Inglaterra. En fin, por todos los barrios ya había cines, en todas partes: el cine entró en las costumbres y abrió el camino a una producción como la que estamos viendo ahora en el mundo y en Cuba en particular.
1 David Wark Griffith (1875-1948) fue un cineasta estadounidense, considerado «el padre del cine moderno» por ser el primero en usar técnicas como el flashback y tomas en primer plano. Dos de sus cintas más conocidas son El nacimiento de una nación (1915) e Intolerancia (1916).
2 Manuel Sanguily Garrite (1848-1925) fue un intelectual y político que participó en las guerras de independencia de Cuba; Enrique José Varona (1849-1933) fue filósofo, político y periodista, también combatiente por la independencia cubana; Georges Álvarez Carpentier, padre de Alejo, fue un arquitecto francés que encontró el bienestar en Cuba y le enseñó a su hijo a apreciar el arte y las letras; Rafael Montoro (1852-1933) fue abogado, periodista, diplomático y escritor cubano de origen español, quien destacó por sus dotes como orador; Raimundo Cabrera y Bosch (1852-1923) fue periodista, ensayista, poeta, narrador y fundador de la Academia de la Historia de Cuba; Conde Kostia es el seudónimo de Aniceto Valdivia (1857-1927), poeta, periodista y pensador liberal. Tomado de Alejo Carpentier, El cine, décima musa; México: Lectorum, 2013; pp. 385-388. Conferencia impartida en 1973.