Al entrar en cierta casa de un pequeño poblado portugués y recorrerla con la vista, mis ojos se detuvieron atraídos por un cuadro de estilo inconfundible que pendía sobre la chimenea: ¡un Modigliani! Quedé hechizada. Admiré por horas la figura de una mujer desnuda, sentada y de piernas cruzadas, que cubría sus pechos con el antebrazo izquierdo, dejando al descubierto, como el sol cuando despunta el día, la parte superior de la aureola de su pezón, donde todo el erotismo de la obra reposaba. Por tres días, ese Modigliani fue mío y de nadie más.
En el lugar correcto en el momento correcto
Y es que eso pasa con la obra de Amedeo Clemente Modigliani Garsin, nacido el 12 de julio de 1884, en Livorno, Italia; fascina porque es original, hermosa, poética, sutil, erótica, elegante, de una sencillez conmovedora y, a la vez, de una profundidad abismal, absolutamente inconfundible, pues él perteneció a una generación artística en la que la libertad y la expresión propias, la visión personal y la vida bohemia eran lo más buscado.
Cuando Modi —como era llamado entre sus colegas y amigos— llega a la ciudad Luz hacia 1906 —año en que muere Cézanne—, el fauvismo, comandado por Henri Matisse, André Derain y Maurice Vlaminck, y su explosión de color eran la nueva tendencia.
Educación artística, educación bohemia
Dueño desde niño de una salud deplorable, Modigliani, a los 16 años, ya había padecido tuberculosis, fiebre tifoidea y dos veces pleuresía. Recibió educación artística desde los 14, tanto en su ciudad natal, bajo los cuidados de su madre, que era una mujer culta y preparada, como en Venecia y Florencia, pero su anhelo fue siempre estar en el ojo del huracán, es decir, en París, donde casi de inmediato fue incluido con dos piezas en una exposición colectiva.
Pintando con cinceles y martillos
Una etapa poco conocida de Modigliani fue su incursión en la escultura y, sin embargo, fundamental para definir su estilo pictórico. Producto del descubrimiento del arte egipcio en el Louvre, de su amistad con Constantin Brancusi y de su interés en el arte africano, llegaron a nuestro artista tanto la vocación por la tercera dimensión como los elementos visuales que caracterizan su estética. La escultura fue su actividad primaria y en la que trabajó seriamente para obtener obras originales y significativas entre los años 1909 y 1914.
Guapo, sin un clavo, medio nómada y bajo la protección de Léopold Zborowski, que, a la antigua usanza, se convierte en un verdadero mecenas que le ofrece alimento, hospedaje, modelos y un estipendio que Modigliani gastaba en hachís y ajenjo, a cambio de incontables retratos. Es entonces cuando comienza la etapa de los desnudos con los que, en 1917, logró armar una exposición individual en la galería de Berthe Weill. Lo que hoy nos parece el más fino erotismo, el misterioso encanto de un cuerpo pasivo cuyo realismo no depende de la retratística sino de la presencia natural del vello púbico.
El amor llegó en abril…
En ese mismo año, Amedeo conoce a Jeanne Hébuterne, una jovencita y talentosa alumna de la academia de Colarossi. Cualquier posibilidad de ser pareja parecía imposible: ella, hija de una familia católica y burguesa; él, sobreviviendo en el arrabal de origen judío. Pero, como suele suceder, a mayor resistencia de los padres, mayor insistencia de Jeanne. Para entonces la suerte estaba echada, y el pintor había consumido hasta el límite su salud y llevado a la mayor presión psicológica a su amada. En el invierno de 1919-1920, Jeanne estaba embarazada por segunda vez y Modigliani, cuyo cuerpo estaba de por sí mermado por la tuberculosis, enfermó gravemente y murió, el 24 de enero de 1920. La dulce y desamparada esposa, ya en su noveno mes de embarazo, sabía que la vida se le había detenido; todo era vacío. Al amanecer del día 26 de enero, Jeanne Hébuterne se tiró por la ventana.
Como toda historia trágica que se precie de serlo, tras la trágica muerte de los amantes, Modigliani, poco a poco, se convirtió en leyenda; Zborowski fue colocando, una a una, sus obras entre los más destacados coleccionistas, con lo que, a la fecha, no hay museo de arte que no exhiba a este extraordinario y sensible creador, que dejó huella en sus contemporáneos y el arte italiano venidero, dejó belleza para la posteridad y el mundo entero.
No te pierdas la exposición “El País de Modigliani y sus contemporáneos” en el Palacio de Bellas Artes.