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Infanticidio: el mito del imperativo procreador

El antropólogo Marvin Harris, describe y explica minuciosamente por qué ocurre el infanticidio.

Las comodidades de la sociedad tecnificada y globalizada a veces nos hacen olvidar un hecho innegable: los humanos seguimos siendo animales y, como tales, seguimos teniendo comportamientos instintivos que, a la luz de la moralidad artificial posmoderna, a algunos les podrían parecer aberrantes. En este sentido, resulta enriquecedora la visión sin concesiones del antropólogo Marvin Harris, quien, sin reparar en lo «políticamente correcto», describe y explica minuciosamente muchas de estas conductas. 
Entre los primates subhumanos, la estimulación sexual suele llevar al coito y éste garantiza virtualmente la concepción. Normalmente, una vez unidos óvulo y espermatozoide, el embarazo prosigue su marcha implacable hasta que llegan los dolores del parto y el alumbramiento. A partir de ahí, unas poderosas hormonas obligan a la madre a amamantar, transportar y proteger frente a posibles peligros a su criatura. 
En los seres humanos ya no existe este sistema de garantías sujetas al control genético para vincular el acto sexual con el nacimiento y la crianza de la prole: el sexo no garantiza la concepción, ésta no conduce inexorablemente al nacimiento, y éste no obliga a la madre a criar y proteger al neonato. Las culturas han desarrollado técnicas y prácticas —basadas en el aprendizaje— que permiten impedir que se materialicen cada una de las fases de este proceso. Para bien o para mal, hemos sido definitivamente liberados del imperativo reproductor que dicta su ley a todas las demás especies del reino animal. […] 
Lo que permitió este cambio trascendental fue el hecho de que la selección natural nunca dotó al moderno Homo sapiens de una pulsión o apetito reproductores. Ésta se limitó a dotarnos de una pulsión y un apetito sexuales fortísimos, así como de un escondite interno donde el feto pudiera desarrollarse. […] 
 

Las prácticas preindustriales

La desconexión entre el sexo y sus consecuencias reproductoras se adelantó a la era de las técnicas avanzadas en materia de aborto y anticoncepción. Las parejas preindustriales recurrían, en primer lugar, a los efectos anticonceptivos de una lactancia prolongada e intensiva con objeto de espaciar los nacimientos. Mediante prácticas sexuales no reproductoras tales como la masturbación, la homosexualidad y el coitus interruptus, evitaban un número incontable de nacimientos adicionales. Luego, si se producían embarazos no deseados, intentaban provocar el aborto por sistemas como hacer beber pociones tóxicas a la embarazada, atar apretadas vendas y sogas alrededor de su abdomen, saltar sobre una tabla colocada sobre su vientre hasta que chorrease sangre o introducir palos afilados en su útero. […] 
A mi entender, la elevada incidencia del sexo no coital, de las prácticas anticonceptivas y del aborto demuestra de manera concluyente que las mujeres carecen de una predisposición a quedar embarazadas o proteger al feto. Ahora bien, ¿qué pasa con la siguiente fase? Seguramente los humanos tienen una predisposición congénita a criar, proteger y educar a su progenie, ¿no? 

Los elementos de juicio contrarios a este concepto son tal vez menos conocidos, pero lamento tener que afirmar que son igual de convincentes. De hecho, debido a los peligros que afrontan las madres al practicar el aborto en las sociedades preindustriales, las mujeres prefieren muchas veces destruir al recién nacido, en vez de al feto. […] 
 

Otro tipo de «accidentes»

Hasta hace poco, los antropólogos no habían admitido la posibilidad de que una parte considerable de los fallecimientos de recién nacidos y niños, que antes se atribuían a los efectos inevitables del hambre y las enfermedades, representaran en realidad formas sutiles de infanticidio fáctico. Los casos de denegación indirecta, secreta e inconsciente de alimentos a recién nacidos y niños son sumamente comunes, especialmente en países del Tercer Mundo que combinan la condena del infanticidio y la de los métodos anticonceptivos y el aborto. […] 
El estudio realizado por Nancy Scheper-Hughes en el noreste brasileño, donde 200 de cada mil criaturas fallecen durante el primer año de vida, arroja luz sobre los complejos matices psicológicos que influyen en la decisión de criar o no a cada niño en concreto. Scheper-Hughes comprobó que las mujeres calificaban de «bendición» la muerte de algunos niños. Normalmente, juzgaban a cada niño de acuerdo con una escala rudimentaria de aptitud para la vida: los niños que las madres percibían como rápidos, listos, activos y físicamente bien desarrollados, recibían más asistencia médica que sus hermanos; los otros, los percibidos como aletargados, pasivos y de aspecto «fantasmal», recibían menos alimentos y asistencia médica y tenían, de hecho, muchas probabilidades de caer enfermos y perecer durante el primer año de vida. […] 

 

Formas directas de infanticidio

Varias muestras de sociedades preindustriales indican que entre 53% y 76% practicaban formas directas de infanticidio. Sean cuales sean las cifras exactas, se sabe lo suficiente como para autorizar la afirmación de que los padres y madres humanos no están «programados de fábrica» para hacer todo cuanto puedan por aumentar las perspectivas de vida de su prole. 
La sangría de vidas infantiles causó escándalo en los primeros exploradores europeos que llegaron a la China […]. Los primeros censos, indicaban que, en algunas regiones, el número de muchachos era cuatro veces superior al de muchachas. Los mayores desequilibrios coincidían con regiones de pobreza rural y escasez de tierras tales como el valle bajo del Yangzte y Amoy, en la provincia de Fukien. En esas regiones, las parejas no tenían en ningún caso más de dos hijas. De 175 neonatos de sexo femenino alumbrados por cuarenta mujeres en Swatow, 28 murieron. Muestras combinadas de varias regiones indican que 62% de las niñas nacidas —en comparación con 40% de los niños— no lograba sobrevivir hasta los diez años. […] 
 

La paja en el ojo ajeno

Los europeos, que hicieron constar su horror al descubrir la enorme difusión del infanticidio en Asia, parecían estar ajenos al hecho de que éste era casi tan corriente en la propia Europa. A despecho del cristianismo, los padres europeos se deshacían de gran número de hijos no deseados. Para no infringir las leyes contra el homicidio, se preferían los métodos indirectos. Una forma de infanticidio indirecto peculiar a los europeos consistía en asfixiar a la criatura de la siguiente manera: las madres se llevaban a sus niños de pecho a la cama y los ahogaban echándose «accidentalmente» encima de ellos. Los europeos también recurrían frecuentemente a «nodrizas» para estos menesteres. Los padres contrataban los servicios de madres sustitutivas con fama de «carniceras» para amamantar a sus criaturas. La magra paga y la mala salud de estas nodrizas garantizaban una vida efímera a los indeseados. 

Los europeos también se deshacían de gran número de recién nacidos abandonándolos delante de hospicios públicos, cuya principal función consistía al parecer en impedir que los pequeños cadáveres se acumulasen en las calles y los ríos. Para facilitar la recogida de los niños no deseados, los franceses instalaron receptáculos nocturnos dotados de mecanismos giratorios a la entrada de sus hospicios. Las admisiones pasaron de 40 mil en 1784, […] a 336 297 durante el decenio 1824-1833. […] Entre 80% y 90% de los niños recogidos en estas instituciones fallecía durante el primer año de vida. 
 

Las «no» personas

Del mismo modo que los partidarios del aborto definen al feto como una «no persona», las sociedades que toleran o alientan el infanticidio suelen definir al neonato como una «no persona». Casi todas las sociedades poseen rituales que confieren al recién nacido y al niño la condición de miembros de la raza humana. Se les bautiza, se les da un nombre, se les viste con una prenda especial, se muestra su rostro al sol o la luna. En todas las culturas que practican el infanticidio, la criatura no deseada es muerta antes de que tengan lugar estas ceremonias.
[…] La investigadora Susan Hanley afirma que el infanticidio era tan corriente en el Japón premoderno que se hizo costumbre no felicitar a la familia por el nacimiento de un hijo hasta saber si iba o no a ser criado. Si la respuesta era negativa, nada se decía; si era afirmativa, se ofrecían las felicitaciones y regalos acostumbrados. 

[…] En otro tiempo se pensaba que la sistemática desvinculación entre sexo y reproducción observable en todo el mundo hubiera bastado para demostrar que el éxito reproductor no es el principio rector de las selecciones cultural y natural. Pero los sociobiólogos no consideran este hecho como prueba concluyente ni pertinente. Aducen que, al impedir una serie de concepciones y nacimientos y al aniquilar a cierto número de niños, los padres se limitan a posibilitar la supervivencia y posterior reproducción de un máximo de niños allí donde las condiciones no permiten la supervivencia y reproducción de todos. […] 
 
1 Texto extraído de: Marvin Harris, Nuestra especie, Madrid: Alianza Editorial, 2006. 
2 Fuente: Marcelino Cereijido, Hacia una teoría general sobre los hijos de puta, México: Tusquets Editores; pp. 288. 
3 Íbidem. 
4 Íbidem. 
 

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