Admirado y polémico, Carl Sagan fue sin duda el divulgador científico por antonomasia: un personaje que despertó a miles el interés por las ciencias en el siglo XX. Como escritor nos dejó historias maravillosas de un futuro prometedor y como investigador nos recordó que el Universo es un gigantesco océano por explorar.
Una inquieta juventud
Carl Sagan nació en Brooklyn, Nueva York, el 9 de noviembre de 1934. Era hijo de un inmigrante ucraniano y una chica neoyorquina. Como todos los niños, Carl tenía preguntas e inquietudes sobre todo lo que veía. Antes de que su madre lo llevara a una biblioteca para satisfacer su necesidad de saber qué eran las estrellas, tuvo una especie de intuición: las estrellas son soles que se encuentran muy lejos de la Tierra. ¡Y tenía razón!
A los 5 años sus padres lo llevaron a la Feria Mundial de Nueva York, en donde fue testigo del Mundo del mañana. Los ingenieros de ese tiempo imaginaban pantallas luminosas, trenes ultrarrápidos, lámparas que nunca se fundieran y aire acondicionado; ideas muy novedosas en una época previa a la II Guerra Mundial. Así, el niño Carl tuvo la oportunidad de seguir imaginando ese futuro y tratar de formar parte de él.
Sin duda, Carl llamó la atención de sus compañeros y maestros, al destacar en las publicaciones escolares y por tocar el piano con destreza; lo consideraban «un diccionario ambulante». Lo que él se empezó a imaginar que era el Universo lo llevó a estudiar física. El apoyo de sus padres fue indispensable, pues ellos mantuvieron su mente inquisitiva y no limitaron sus dudas; lo llevaron a museos y bibliotecas para desentrañar los grandes misterios del mundo, algunos de los cuales él nos invitaría a imaginar después.
Predicciones planetarias
Sagan estudió física en la Universidad de Chicago, donde tuvo a notables científicos como maestros y asesores. Quizá los personajes que mayor impacto tuvieron en él fueron los profesores de física George Gamow, reconocido por presentar teorías de la química del Big Bang, y Melvin Calvin, premio Nobel de Química 1961, por encontrar el proceso de las reacciones independientes de la luz en las células de las plantas. Su asesor, Gerard Kuiper — astrónomo reconocido cuyo nombre lleva un cinturón exterior de asteroides—, fue quien lo instó a investigar más acerca del Sistema solar.
Entre los varios proyectos espaciales en los que estuvo involucrado, Sagan trabajó directamente en el desarrollo y control de la misión Mariner, con la cual pudo confirmar su hipótesis de que Venus es un planeta caliente debido a la gran cantidad de gases de invernadero que se encuentran en su atmósfera. También contribuyó a las investigaciones de la atmósfera de Júpiter y a determinar las estaciones que ocurren en Marte, de forma muy similar a como suceden en la Tierra. Por fuera poco, teorizó que existían mares de metano en Titán, la luna más grande de Saturno, y que Europa, una de las lunas de Júpiter, tiene un océano congelado en su interior. Mucho después las sondas y las misiones espaciales confirmaron que estaba en lo correcto.
Cápsulas del tiempo espaciales
Sagan contaba que uno de los momentos más preciados de su infancia fue ver cómo sepultaban una Cápsula del Tiempo en la Feria Mundial de 1939, que será abierta hasta dentro de cinco mil años. Entonces pensó que, se pudiera enviar información sobre la Tierra y nosotros los humanos al espacio, podría ser una excelente forma de preservar y comunicar nuestra existencia a otras civilizaciones en el Universo. Sagan desarrolló cuatro fonogramas de oro que, es muy probable, permanecerán latentes en el espacio durante milenios y que, esperemos, algún día lleguen a una civilización que pueda saber de nosotros. Estos fonogramas se encuentran en las sondas espaciales Voyager I y II —lanzadas en 1977 para estudiar de cerca a los planetas exteriores— que se encuentran en camino de abandonar los bordes del Sistema solar y adentrarse por la Vía Láctea.
Cosmos
En 1978 Sagan tuvo la oportunidad de escribir y producir un documental para la Public Broadcasting Service, que salió al aire a finales de 1980: Cosmos: A Personal Voyage.
Con sólo 13 capítulos de una hora, Sagan cambió para siempre la forma de divulgar ciencia en los medios electrónicos pues, aunque tomó como referente a grandes documentalistas como Kenneth Clark —Civilisation—, Jacob Bronowski — e Ascent of Man—, y David Attenborough — Life on Earth—, Cosmos mezcló lo más avanzado en animación y representación visual de su época —imágenes de la nasa y de observatorios de todo el mundo— con un lenguaje simple y con ejemplos cotidianos para mostrarnos un concepto hasta entonces inédito de comunicación.
Desde cómo surgió la vida en la Tierra, la historia de la observación de los cielos, el auge y caída de las civilizaciones, de qué está compuesta la materia hasta cuáles son las principales teorías físicas y cuánticas que nos rigen, Sagan hace un viaje por el cosmos del pensamiento, siempre planteando al final más preguntas que respuestas.
Contra lo que pudiera pensarse, a la comunidad científica de su tiempo no le agradó nada la idea de que alguien que no era «experto» en cada área del conocimiento se atreviera a explicar temas tan complicados «de una forma tan burda».
El programa fue adaptado a libro y, hasta la fecha, es uno de los materiales escolares fundamentales de divulgación científica.
Un punto azul pálido
Como divulgador, Sagan nos invitó en todo momento a aclarar nuestros pensamientos y tratar de comprender cuál es nuestro lugar en el vasto océano del infinito. Cuando en 1990, la sonda Voyager 1 se encontraba a 6 mil millones de kilómetros de la Tierra, Sagan pidió al equipo de la nasa que ordenara a la sonda voltear su cámara y tomar una imagen de nuestro planeta.
El resultado fue descrito por él como «un punto azul pálido en el Universo». Ese punto, como una mota de polvo en la oscura inmensidad, es el lugar donde toda nuestra historia ha sucedido y Carl, de forma humilde, sugería que a través de la amabilidad y la compasión es como podemos hacer de este mundo un lugar mejor: «Nuestras posturas, nuestra importancia imaginaria, la ilusión de que ocupamos una posición privilegiada en el Universo… Todo eso es desafiado por ese punto de luz pálida. Nuestro planeta es un sol ario grano en la gran y envolvente penumbra cósmica. En nuestra oscuridad —en toda esta vastedad—, no hay ni un indicio de que pueda llegar ayuda desde algún otro lugar para salvarnos de nosotros mismos».
¿Estamos solos en el Universo?
En 1969 Sagan organizó un congreso sobre vida extraterrestre, en donde «echó a pelear» a los que estaban a favor del fenómeno ovni y a los que estaban en contra. Desde joven se había interesado en el aspecto psicológico de quienes reportaban avistamientos. Como el escéptico que era buscaba en todo momento encontrar respuestas al Universo mismo y a la gran pregunta: «¿Estamos solos?»
Asimismo, fue parte del comité ejecutivo del Instituto de Búsqueda de Inteligencia Extra Terrestre. En sus textos manifestaba su deseo de encontrar vida alienígena y promovió la búsqueda de señales de «vida inteligente» con radiotelescopios que apuntaban hacia varias estrellas de la Vía Láctea.
En 1996, dos años después de someterse a tres trasplantes de médula ósea, Carl Sagan murió de neumonía a los 62 años de edad, sin enterarse de que poco después se descubriría el primer planeta fuera del Sistema solar. A la fecha se han registrado más de 5 mil exoplanetas, y varios de ellos podrían tener condiciones similares a las de la Tierra. De hecho, se cree que en nuestra galaxia podría haber 40 mil millones de planetas que podrían albergar vida.
Ante la evidencia de miles de millones de estrellas y galaxias en el Universo, Sagan mencionaba que, por simple probabilidad numérica, seguro había otras civilizaciones en el Universo además de la nuestra; pero no, en verdad fuéramos los únicos, reflexionaba: «En cualquiera de los dos casos la conclusión es asombrosa».