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Las orgías

Los historiadores aseguran que los griegos vivieron su sexualidad sin complejos ni culpas.

En 1958 se publicó en Inglaterra un libro que se vendió como pan caliente y salvó a su editor de la ruina. El autor era un joven historiador de 23 años, recién egresado de una universidad en Oxford, e hijo de intelectuales. Se llamaba Burgo Partridge y el provocativo tema de su libro fue el estudio de las orgias sexuales en el devenir de la humanidad. A partir de este texto, démosle un vistazo a la historia de esta multitudinaria práctica.

El DRAE, muy pudoroso, define una orgía como «un festín en que se come y bebe inmoderadamente y se cometen excesos». Si bien los alimentos suelen estar presentes en una orgía respetable, no son éstos el objeto de nuestro interés, sino los otros «excesos» no especificados por la rae y que son, fundamentalmente, de tipo sexual.

Yo creo que el hombre se complementa al hombre, mujer con mujer, hombre con hombre, y también mujer a hombre del mismo modo en el sentido contrario. Miss Antioquia 2008.

Las orgías sexuales se pueden clasificar en dos tipos: las que se practican bajo las normas de la comunidad y las individuales. Según Partridge, las orgías en una sociedad más o menos organizada no sólo son inevitables, sino necesarias, ya que cumplen una doble función: liberar tensiones acumuladas y anhelar la rutina de la vida diaria.

Pero nunca faltan aquellos que desean disfrutar los placeres sexuales cuando se les antoje, sin restricciones de temporadas o adorando a una divinidad; estos individuos pertenecen al tipo de orgiastas rebeldes, esos que le agregan sal y pimienta a la vida común y son tan dignos de estudiarse como aquellos que hacen cita con la liberación de los instintos.

Griegos y romanos: de la devoción a la barbarie

Hablemos primero de las orgías comunitarias. Los historiadores aseguran que los griegos vivieron su sexualidad sin complejos ni culpas, con la inocente sabiduría de las viejas culturas. Para ellos la desnudez era algo natural y la homosexualidad no era escandalosa. Era deseable que los hombres mayores tomaran como amante a un mancebo a fin de transmitirle su experiencia de vida.

Foto: mensheatlh.com

Los helenos tenían festividades dedicadas a diversos dioses, de las cuales las orgías eran el principal componente: los cultos a Dionisio, a Apolo y sobre todo a Afrodita en todas sus manifestaciones —diosa del amor, de la primavera, de las flores y la Bien Nalgada de Siracusa— llevaban a hombres y mujeres a celebrar danzas eróticas, baños rituales y a abstenerse de tener relaciones sexuales los días anteriores a la celebración, para vivir la orgía con mayor intensidad. Otras actividades impregnadas de erotismo en la cultura griega fueron los juegos olímpicos y el teatro. Como se puede observar, los griegos realizaron sus orgías tanto por higiene mental, como para alcanzar un estado de teolepsia; es decir, de comunión con la divinidad.

Por su parte, el pueblo romano, que adoptó el Panteón Griego, heredó también celebraciones como las Bacanales y las Saturnalias, con su espíritu orgiástico. Los soldados latinos arrasaron regiones, asesinaron, violaron y convirtieron en esclavos a los vencidos. Cuando acabaron las guerras y se instalaron en sus pacíficos hogares, ya habían desarrollado una atracción por la violencia y una desmedida afición a la crueldad. Así se explica el gusto de los latinos por ver cómo corría la sangre en el Circo Máximo, por mostrar su supremacía torturando a sus esclavos, por el sadomasoquismo en sus prácticas sexuales y por rendir a sus dioses un culto impregnado de salvajismo.

Los mejores exponentes de estas conductas fueron sus gobernantes: los césares, algunos de quienes disfrutaban de las violaciones y el incesto, eran bisexuales, se vestían de prostitutas y, desde luego, eran entusiastas participantes en orgías —véase la vida de Heliogábalo (203-222)—. La vida licenciosa fue uno de los aspectos que marcó la decadencia del Imperio Romano, y el elemento de culpa inherente a sus sádicas prácticas sexuales sería uno de los principales aportes al pensamiento medieval.

El medievo y el Carnaval

Con el cristianismo llega la noción de pecado. La Iglesia católica, en su obsesión por eliminar las prácticas paganas, aplicó castigos cada vez más estrictos a los renegados que no querían dejar de pecar. Paradójicamente, algunos de los hombres más licenciosos de la Edad Media fueron precisamente los miembros de la Iglesia. Por ejemplo, Baldassare Cossa, conocido como el antipapa Juan xxiii, fue uno de los más depravados: 200 vírgenes, viudas, casadas y monjas fueron víctimas de su lujuria.

Durante el Renacimiento se popularizó en Italia un festejo que provenía de los cultos romanos pero que era católico: el festival de la carne, o sea, el Carnaval, unas semanas antes del miércoles de ceniza, que comienza con la cuaresma, y que incluía el sacrificio de toros y mucha promiscuidad. Ricos y pobres desfilaban enmascarados o con antifaz por las calles y danzaban en forma lasciva. El anonimato permitía que se cometieran crímenes y excesos impunemente. Al igual que la Fiesta de los Locos —una festividad del Medioevo donde se parodiaban los ritos católicos—, la Iglesia lo prohibió una y otra vez, pero, evidentemente, no lo consiguió y en la actualidad se sigue celebrando.

Las orgías como transgresión

En sentido opuesto, en los siglos recientes han existido varios ejemplos de grupos e individuos rebeldes que desafiaron escandalosamente las reglas de sus respectivas sociedades.

En la Inglaterra del siglo xvii, los puritanos ejercieron un control demasiado rígido sobre los comportamientos sociales. En respuesta, surgieron grupos como la «Familia del Amor», que se reunía en secreto para rendir culto a los dioses del amor y la fertilidad de forma por demás orgiástica. Asimismo, varios miembros de la nobleza fueron consumados libertinos y exhibicionistas. En el siglo xviii surgieron los clubes: los caballeros se reunían en algún recinto para beber y hablar de mujeres, y después se dirigían a los burdeles para regalarse con los placeres carnales.

Por otro lado, tenemos al veneciano Giacomo Casanova , que vivió en el siglo xviii y que nos deja para la posteridad sus memorias, en las que relata sus aventuras amorosas con más de cien mujeres. El rasgo más acentuado de este conquistador es su exhibicionismo, pues a menudo relata su excitación por ser observado durante los actos de sexo en grupo.

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