Estamos en Atenas en el año 399 a. C.
A Sócrates lo han acusado de pervertir con sus ideas a los jóvenes atenienses y negar la existencia de los dioses. Diversas personas poderosas en la ciudad, entre ellos políticos y artesanos, cansados de la figura de Sócrates, son los encargados de denunciarlo. El jurado ateniense pone a votación la culpabilidad de Sócrates y lo sentencia: con 280 votos a favor, ha procedido la acusación, sólo 220 lo creyeron inocente. Declarado culpable, el acusado menciona que, más que castigado, él merecería ser alabado por los mismos que lo están condenando y hasta una retribución por los servicios que éste ha brindado a la polis.[1] Enojados los jueces por la respuesta del filósofo, se resuelve otra sentencia con resultado desfavorable para Sócrates: 360 votos lo hacen merecedor de la pena de muerte; sólo recibe 140 votos que intentaron absorberlo.
Sócrates está encarcelado. Pasará varios días en prisión debido a la salida de una theoría[2] hacia Delos. La ley impide efectuar ejecuciones en Atenas mientras la theoría se encuentra fuera del territorio, por lo que su muerte se prorroga.
Durante estos momentos de espera incierta sobre el día en que recibirá la muerte, Sócrates es visitado diariamente por sus discípulos más cercanos, quienes acuden desde temprano a su celda para verlo y conversar con él. El tiempo se agota para seguir escuchando sus enseñanzas, quieren tenerlo cerca; planean incluso un plan para que huya, pero Sócrates, coherente y firme a sus convicciones, quiere cumplir con lo que le dicta su destino, quiere ser justo con la decisión de un jurado que lo ha condenado a muerte. Para él, es más conveniente sufrir una injusticia que cometerla.

La theoría ha regresado a Atenas. Su carcelero anuncia a Sócrates que el día de su muerte ha llegado, y comenzará a preparar la cicuta,[3] misma que tendrá que beber al atardecer como dicta la ley. Sócrates recibe tranquilo la noticia, está inmutable como desde que ingresó a su celda, su actitud sorprende a sus alumnos: toda su vida se ha preparado para este momento, para afrontar la muerte con solemnidad, sin miedo. Está con Jantipa, su esposa, quien tiene a uno de sus hijos en brazos. Al ingresar sus discípulos a la visita de aquel día y darles la noticia, Sócrates pide que se lleven a Jantipa con el niño, para poder estar en paz y evitar escuchar sus lamentos. Quiere la mayor tranquilidad posible.
En el diálogo platónico del Fedón, los alumnos presentes en la celda de Sócrates lo cuestionan respecto a por qué no tiene miedo de morir y comienza a adentrarse en todo un diálogo con ellos en el que toca diversos temas, principalmente el que refiere a la inmortalidad del alma, tema central del Fedón. Conocemos a través de los diálogos de Platón, la actitud chusca de Sócrates, pues éste pregunta a su verdugo qué debe hacer para que sea más efectivo el veneno. El verdugo comenta que debería caminar un poco hasta sentir las piernas pesadas y rígidas, que inmediatamente después se recueste sobre el lecho, pues un frío comenzará a invadirlo por el cuerpo; recibirá la muerte cuando este frío llegue al corazón.
Finalmente, Sócrates recibe de su verdugo la copa con la cicuta preparada y antes de ingerirla, la ofrece a los dioses. En el diálogo platónico se van narrando los efectos del veneno en el cuerpo de Sócrates, que sucede tal como lo mencionó el verdugo. Al final, pide a Critón, «de quién Platón nos ofrece un Diálogo del mismo nombre» ofrecer un gallo a Asclepio[4] pues ha encontrado, a través de la muerte, el remedio para la vida. La historia sobre Sócrates es imprecisa y los testimonios tienden a ser contradictorios entre las diferentes versiones que se tienen sobre él. Sócrates nunca escribió nada, ya que no se consideraba un medio para transmitir la filosofía. Su método era práctico, la mayéutica, con el que, a través de diversas preguntas, intentaba «parir» la verdad junto a su interrogado.

Lo que sabemos acerca de Sócrates es principalmente por las fuentes de Jenofonte y Platón. El relato más popular sobre la muerte de Sócrates, sin ser tomado en cuenta como relato histórico, lo encontramos en el diálogo platónico del Fedón, que Platón redactará aproximadamente 8 años después de la muerte de Sócrates, gracias a los relatos de los discípulos que estuvieron con él el día de su ejecución.
Veo el cuadro de Jacques-Louis David[5] y pienso en la templanza del filósofo, en su mundo rodeado de dioses, característica imprescindible de la vida griega y que no abandona hasta el último suspiro. Pienso en la solemnidad de su voz al hablar con sus alumnos, en el frío de sus extremidades después de beber la Cicuta. Veo a Jantipa, en el fondo del cuadro, despidiéndose de su esposo, pensando en la inevitable orfandad de sus hijos. Veo el cuadro y escucho la intranquilidad de sus alumnos, acompañándolo hasta el final. Veo a Sócrates y me doy cuenta de que él fue al que menos le importó beber la cicuta.
[1] Sócrates hace servicio militar peleando en la Guerra del Peloponeso.
[2] Es el nombre griego de las procesiones religiosas que se dirigían hacia alguna ciudad de la Hélade, regularmente en ofrecimiento hacia alguna deidad que los ha librado de algún mal.
[3] La cicuta era una hierba machacada y mezclada con opio y vino, y usada como una forma de castigo al que pocos sentenciados tenían acceso, ya que era costosa. La de Sócrates fue pagada por sus alumnos, ya que para él era incosteable.
[4] Dios griego de la medicina.
[5] David. J. L. (1787) La Muerte de Sócrates [Óleo y lienzo]. Museo Metropolitano de Arte, Nueva York, Estados Unidos.