Venir de otro estado y llegar a la ciudad nos brinda la posibilidad de encontrarnos con vastos misterios de la lengua. En ocasiones, vivir entre dos mundos —la urbe y el entorno rural— es como atravesar diferentes realidades, entre las que se encuentra el léxico de las personas.
Mi abuela es originaria de un pueblo en el Estado de México, a tan sólo hora y media de distancia de la Ciudad de México; aunque el trecho que separa a estos lugares es relativamente corto, la diferencia entre las palabras que uno y otro lugar usa es abismal; tanto así que todavía se puede escuchar a la gente decir: vide o vido. Así de botepronto, es probable que muy pocos millennials logren comprender qué significan dichas voces, pero cuando se usan en una frase, entonces todo cobra sentido: «Ya vide salir el sol por el horizonte» o «Jacinto vido al doctor cuando se enfermó».
Las expresiones vido y vide derivan de la palabra latina videre, ‘ver’, y corresponden a las conjugaciones actuales vió –vido– y vi –vide– de este mismo verbo debido al romanceamiento. Dichas formas antiguas fueron muy utilizadas desde la Edad Media hasta principios del siglo XIX; así se puede apreciar en algunos libros de aquella época, como Historia de Mindanao y Joló, de W.E. Renata, escrito en 1897, y del que publicamos un fragmento con la sintaxis y ortografía original:
[…]A este religioso fió su alma el Gouernador, con tanta satisfacion, por el conocimiento que tenia de su espíritu, y estimacion en que le vído a ojos de todos en Manila […].
En la ciudad, por ejemplo, se pueden escuchar formas diferentes de una lengua, porque el intercambio cultural es más intenso, pues el lenguaje está expuesto a diversas influencias, como las universidades o centros de investigación, y a las relaciones que se establecen con personas de otros países y culturas; los recursos en la comunicación, como el acceso a Internet, también son más habituales. En las zonas más alejadas de la urbe, por el contrario, es posible ser testigo de diálogos que parecieran sacados de documentos antiquísimos —pues los intercambios culturales suelen ser menos intensos—, lo que llega a generar episodios tan chuscos como el siguiente.
Esta historia la protagonizó una maestra rural y uno de sus alumnos, cuando éste le narraba los pormenores de un incidente sin importancia. En un momento de la historia, el niño pronunció:
—Entonces, yo lo vido irse por la vereda.
—Yo lo vi irse por la vereda— corrigió la maestra.
—Usted no vido nada, maestra, porque ni estaba ahí.
Así que ya lo sabe, si viaja a algún lugar recóndito del país y escucha alguno de estos dos términos, debe sentirse privilegiado por ser testigo de una forma arcaica de la lengua; pero no los vaya a confundir con Vido, el nombre de una isla en Grecia, o con bidé, que es un lavabo utilizado para la higiene íntima.