En Vida y milagros de… encontrarás semblanzas de las colonias tradicionales de la ciudad de México y el sabroso bosquejo de la misma metrópoli que, como París o Nueva York, ¡nunca duerme!
También nos adentraremos en la vida de mujeres memorables, para enterarnos hasta de lo que soñaba nuestra querida Sor Juana y de cómo la hábil Madame de Pompadour le puso «sabor al caldo» a la corte de Luis xv, entre muchas otras hazañas femeninas.
Vidas graciosas, trágicas, inspiradoras; proezas, objetos, palabras mágicas y festividades se entrelazan en este volumen que, aunque no pretende santificar a nadie, demuestra que no hace falta ser un santo para realizar milagros.
Para que te des una idea de qué viene en este libro, a continuación te compartimos uno de sus textos:
La colonia Roma
Estoy convencida de que aun con todas las modificaciones y deterioros que ha sufrido —debido a fenómenos deplorables como las rentas congeladas, el terremoto de 1985 y la construcción de los ejes viales, entre otros—, la Roma tiene todavía edificios y calles únicas, y sigue siendo una de las colonias de mayor tradición, renombre y belleza en ésta, que alguna vez fue nombrada, la Ciudad de los Palacios.
Los orígenes
La colonia Roma se construyó en los Potreros de Romita, que eran los terrenos circundantes de un viejo pueblito, que servían para que pastara el ganado. Don Edward Walter Orrin —empresario inglés dueño de un famoso circo y gerente de la compañía Terrenos de la Calzada de Chapultepec, S. A.— los compró en 1902 con la intención de edificar una colonia con todos los servicios y comodidades. Después de algunas negociaciones con el ayuntamiento, comenzó a vender los lotes: así nació el primer fraccionamiento en forma de la ciudad de México.
Dice Guillermo Tovar y de Teresa, cronista de la capital:1 Éste y varios de los datos fueron tomados del libro de Edgar Tavares López, Colonia Roma, México: Clío, 1996. «La colonia Roma fue el espacio de la ilusión.
El reducto urbanístico de una edad que inició cuando cambió el siglo, cuando se iniciaron las guerras y vino la Revolución». Sin duda, es un símbolo del Porfiriato, época en la que se pretendió embellecer la capital para colocarla al nivel de cualquier otra del mundo. Su innovador diseño incluía casas, edificios y construcciones afrancesadas; calles amplias, de 20 metros de ancho o más, bordeadas por grandes árboles —imitando el estilo de los bulevares parisinos—, como las avenidas Orizaba, Veracruz y Álvaro Obregón, que en ese entonces se llamaba Jalisco, medía nada menos que 45 metros de ancho y era la avenida principal de la colonia.
Salvador Novo apunta que en contraste con la colonia Juárez, cuyas calles presumían de los viajes a las «Europas» de sus habitantes, las cuadras de la Roma, «en un arranque de nacionalismo», tomaron el nombre de ciudades y estados de toda la República; se dice que Orrin los eligió como remembranza de las giras que hizo con su circo por todo el país.
Los límites de la colonia han variado con el tiempo; pero, en resumen, podría decirse que son: al norte, la avenida Chapultepec; al oriente, la avenida Cuauhtémoc; al sur, la calle de Coahuila y parte de las avenidas Álvaro Obregón y Yucatán; al poniente, la avenida Veracruz. La colonia cuenta con un total de 178 manzanas, lo que la hace muy grande, en comparación con otras.
Entre ricos y pobres
La parte elegante de la ciudad estaba iluminada con faroles importados de Berlín y en sus calles comenzaban a circular los primeros automóviles. Las familias acomodadas asistían al Teatro Nacional a ver a Virginia Fábregas o a Luisa Tetrazzini, y formaban parte del Jockey Club o del Club Americano.
En tanto, los pobres, hacinados en cuartos de viejas vecindades situadas en los barrios cercanos al Centro, como Tepito, La Candelaria o Peralvillo, tenían que conformarse con visitar Las Glorias de la Tetrazzini y El Triunfo de la Pelona, dos de las tantas pulquerías que albergaban tanto los sueños de Baco como los de sus marginados parroquianos.
Aun así, la Roma no fue la colonia de los más ricos —ellos vivían en Paseo de la Reforma—, sino de los «pseudoaristócratas», una clase social que, una vez que estalló la Revolución, no pudo salir del país y «se quedó con el sueño de seguir viviendo como en tiempos de don Porfirio», como nos dice Tovar y de Teresa. Uno de los pioneros que habitó la colonia Roma fue Cassius Clay Lamm —constructor de algunas de las primeras residencias, entre ellas la que hoy conocemos como Casa Lamm—; otros personajes históricos que poblaron sus calles son el general Álvaro Obregón, quien vivió en el número 185 de la avenida que hoy lleva su nombre, y el poeta Ramón López Velarde, en el número 73, que actualmente es el Museo-Casa del Poeta.
Muchas personalidades han radicado en la colonia, entre otros, el arquitecto Adamo Boari, Jorge Ibargüengoitia, Juan José Arreola, Leonora Carrington, David Alfaro Siqueiros y José Emilio Pacheco.
Arquitectura exquisita
La colonia Roma se distinguió por sus magníficas residencias y espléndidos edificios de departamentos, por sus avenidas y por la calidad de sus servicios públicos —alumbrado, pavimento, jardines—, «que dieron a la ciudad la sensación de ser moderna».
Todo esto, aunado a los estilos arquitectónicos preponderantes: el Art Nouveau, el estilo ecléctico, el Art Déco y el racionalismo europeo, le dieron a la zona su sabor cosmopolita y su aire internacional.
Para comprender a fondo cómo estas tendencias contribuyeron a crear el ambiente único de la colonia, ofrecemos un repaso de las particularidades más importantes de cada una.
Lugares famosos
Uno de los sitios que sobresalió por méritos propios fue el famoso Toreo de la Condesa, que estaba localizado en las calles de Durango y Salamanca, donde actualmente se ubica el Palacio de Hierro. El contratista, hacendado e importador Óscar Braniff fue el encargado del proyecto y mandó traer, desde Bélgica, las piezas que sirvieron para construirlo.
Fue inaugurado en 1907 y allí tuvieron lugar grandes corridas con toreros de la talla de Rodolfo Gaona, «El Califa de León»; «Manolete», Ignacio Sánchez Mejías, Vicente Segura y David Silveti. Finalmente, en 1946, el Toreo fue trasladado, piedra por piedra, a Cuatro Caminos.
Las plazas son lugares importantes en esta colonia donde aún se puede caminar y recorrer a pie la distancia hasta el café, la tiendita y la papelería. Entre las más representativas hallamos las de Río de Janeiro, Miravalle —hoy Cibeles—, Romita, Ajusco y Tabasco —hoy Pushkin—.
En muchas de ellas se han filmado películas, como la adaptación de la novela Las batallas en el desierto, de José Emilio Pacheco, titulada Mariana, Mariana (1987); así como otras cintas de la edad de oro del cine mexicano, como El gran calavera (1949) o Los olvidados (1950), de Luis Buñuel, y Una familia de tantas (1948), de Alejandro Galindo.
Pero la colonia Roma no sólo ha sido locación cinematográfica, también albergó el Estadio Nacional, donde se realizaron los primeros Juegos Centroamericanos en 1926. Fue un lugar de cines memorables como el Balmori, el Roma y el Royal —donde se dice que gritaron por primera vez el famoso «¡Cácaro!»—; un lugar de encuentro de diferentes culturas —alguna vez estuvieron allí las embajadas de Bolivia y de República Dominicana— y hoy podemos visitar distintas galerías y museos, como la galería omr, el Salón de la Plástica Mexicana, el Museo Universitario de Ciencias y Arte —muca—, la Galería Metropolitana, y muchos más. También fue sede de célebres bares y centros nocturnos, como el Río Rosa, el Swing Club o el Quid, y de cafés y heladerías tradicionales como El Globo y La Bella Italia, que todavía está en servicio.
La Roma actual
Como sabemos, en el terremoto de 1985 se cayeron muchos edificios, lo que cambió de modo irremediable la faz de la colonia. Irónicamente, la mayoría de ellos eran construcciones modernas, erigidas entre 1940 y 1985, como la tienda Suburbia, en la esquina de Puebla y avenida Cuauhtémoc, y el multifamiliar Juárez. Es realmente una pena ver que muchas zonas se han convertido en lugares inhóspitos, aunque da una ilusión enorme ver que a últimas fechas se ha empezado a recuperar el viejo sabor de uno de los pocos reductos de esta gran metrópoli. Hoy, la Roma sigue siendo un espacio de recuerdos y lugares añejos, donde confluyen el pasado y el presente y en el que las personas pasan un rato a gusto leyendo, caminando por el parque, visitando los bazares de antigüedades de Álvaro Obregón o simplemente contemplando un atardecer.
Texto de Pilar Montes de Oca, publicado en el libro Vida y milagros de…, colección Algarabía.