Por Gonzalo Tassier
—In memoriam
Está escrito en el mismo restirador donde dibujo todos los días, lo cual ya crea sospechas.
Soy un dibujante de esos que llaman artista, diseñador, pintor, creativo, loco; y he coleccionado motes como «filósofo del diseño», «genio» y «gurú». Todo nacido de esa falta de clasificación para la especie Homo happyiens.
Amo y respeto a la revista Algarabía. La sigo de años… Desde que nació, digamos. Las tengo todas, las leo, me río, aprendo y he colaborado… como diseñador, claro; nunca escribiendo. Así que lea esto bajo su propio riesgo, y le suplicamos: no nos envíe su queja. Esto lo hago con inmenso gusto y cariño para sus fundadoras, quienes me pidieron amablemente que les mandara por escrito lo que pienso sobre qué es un logotipo. Así que ahí les va.
Golotipos
Hace tiempo me contó un amigo que su albañil se bajó del andamio y muy orondo, tras haber aplanado las letras de la compañía en la barda, le dijo: «Caramba, ingeniero, ¡qué bonito le quedó su golotipo!». Desde entonces me adueñé de esa palabra, que aumenta la confusión de la nomenclatura en comunicación y diseño. La sumo a las demás y es la que más me convence, porque para mí los logos, los símbolos, son una golosina; son la sazón, el ingrediente, el aroma secreto que te hace recordar esa íntima cita con las personas, las cosas y, ¿por qué no?, con las empresas que ostentan una imagen que las hace recordables y queridas.
Confieso que cada vez que me adentro en un libro serio sobre comunicación y diseño me quedo en los senderos del laberinto: más confundido que antes, en un callejón sin salida. Así caigo a vuelta y vuelta en las glorietas de la semántica y la semiótica, catalogadas ya dentro de las ciencias: «semántica, ciencia que estudia el significado de las palabras»; «semiótica, sistemas de signos dentro de una sociedad».
Los invito, por ejemplo, al placer masoquista —por puro gusto y susto— de internarse en los libros El juego del diseño, de Román Esqueda, o La imagen corporativa, de Norberto Chaves, o en uno más leve y cariñoso, La teoría de la imagen, de Jesús María Cortina; en éstos —y muchos otros más— hay palabras que ofenden mi dignidad como dibujante responsable de crear un simbolito que represente al golpe de vista la personalidad de mi cliente y que cumpla la misión de identificar una empresa en la mente de su público.
Así encuentro palabras como isotipo, interletraje, ícono, isologo, marca, letragrama, grafotipo, emblema, tipograma, imagotipo, signo y demás retóricas o sinécdoques para designar lo que yo llamo «un símbolo, una imagen propia que separe, defina y confiera originalidad a la persona, empresa o producto, para crear una imagen positiva en la mente del consumidor».
Dime qué haces y te haré tu logotipo
Los logotipos, como tratamiento gráfico de las formas o las letras para identificar algo o alguien, son tan antiguos como la humanidad. Es probable, no lo sé, que las tribus de neandertales distinguieran los trazos de carbón de la otra tribu como señal, signo o símbolo del amigo o enemigo.
Luego vendrían las firmas, los sellos de los reyes, los gremios y oficios: albañil, joyero, zapatero, cacharrero, caballerango, herrero, posadero, restaurantero, dulcero, boticario, impresor, etcétera. Yo, al pensar un nuevo símbolo, profundizo en el gremio, en la profesión, en el giro de la empresa, en lo que siempre, siempre, me lleva a un símbolo que lo distingue. Ahora me viene a la mente que cuando diseñé el símbolo —logotipo o golotipo— de Correos de México, recurrí al primer mensajero que recordé y a mí llegó la imagen de la paloma, no sé si la de la mítica Arca de Noé o la mensajera de la guerra, pero la asociación gremial sí se dio.
Hay logos que lo son sin querer y de nosotros depende que lo sean; ejemplo de ello, los cruzados: unos se pintaban de rojo y otros de azul, así los de rojo no les pegaban a los de rojo y los de azul no les pegaban a los azules.
De hecho, creo que lo mismo sigue pasando con eso de «ponte la verde».
Otros símbolos que me encantan por su nacimiento práctico son el de la Cruz Roja y la bandera de Cataluña, cuya historia me conmueve, porque resulta que El Piloso, guerrero noble y conquistador de las tierras catalanas, cae al suelo herido, su ejército se achicopala y él, casi sin fuerzas, moja sus dedos en la herida, se arranca la pañoleta amarilla del cuello y traza –—moribundo— cuatro rayas rojas de sangre sobre el paño amargo, a la vez que dice: «Sigan sin mí». Su ejército sigue sin él, el ánimo se levanta y ahí los tienen.
Para dejar huella
Siempre digo que los logos no hacen a las empresas, son las empresas las que dan respaldo a los logos. Así, hay magníficos logos que, al verlos, representan cosas horribles, como la esvástica —logotipo de la época del Tercer Reich—, el hongo de la bomba atómica o los tatuajes de la «mara salvatrucha».
Otros nos salvan la vida, como la calaverita del veneno, el aspa de la radioactividad o la cebra del peatón…
Me podría extender, pero no hay espacio, así que cierro diciendo que me gustan los logos, sobre todo los bien hechos; pero también amo esos logos populares sin pretensiones, como los cerditos de las taquerías y las frutas de los licuados.
Quédense, pues, con la idea de que un logo es la representación gráfica de una personalidad moral o individual para ser recordada, que representa en la mente del usuario una imagen justa de su propietario, y disfrute usted su golotipo, como yo hago con casi todos los de mi entorno —por cierto, yo nunca he podido diseñar un logo para mí, siempre lo he mandado a hacer con un colega… No lo divulguen.
Gonzalo Tassier dice: «Soy un diseñador accidental, no me lo propuse… me hice, me hicieron mis maestros, mis alumnos y mi propia observación. Nací con un don, y debo devolverlo. Aprendo diseño todos los días; todos los días dibujo; no sé hablar sin dibujar». Al parecer lo ha hecho muy bien, porque es considerado un gurú del diseño con múltiples premios en sus haberes.
Algarabía lamenta el fallecimiento del maestro Gonzalo Tassier (1941-2023), amigo entrañable quien nos brindó su apoyo en los primeros años de esta casa editorial. Su talento quedó en la portada de nuestra edición 7 de la revista, y en varios artículos como éste, que se publicó en nuestra edición 51.
—¡Gracias maestro!