Cuando era niña destrocé una enciclopedia. Por alguna razón misteriosa, nací con una propensión natural hacia las palabras, el lenguaje, los libros, la literatura. Siempre me ha parecido extraña la vocación con la que nace cada persona y la forma en la que vamos buscando nuestro grupo, nuestro clan, hasta sentirnos en casa, con nuestros iguales.
Teníamos una Enciclopedia Larousse, en tres tomos, de pastas duras. Recuerdo que me causaba mucha curiosidad saber el significado de las palabras. Me pasaba mucho tiempo con el dedito sobre las hojas. ¿Qué significa «almíbar»? ¿Qué quiere decir «adular»? ¿Qué significa «lobotomía»?
Si la memoria no me falla, esa enciclopedia llegó a casa caminando. En Monterrey se han perdido muchas costumbres. Una de ellas, la visita de las húngaras que leen la mano y, otra, la venta de libros casa por casa. Pasaban los vendedores de libros y ofrecían materiales de lectura en la comodidad del hogar.
Mis padres compraron la Larousse y fueron pagándola semanalmente. En este momento, agradezco infinitamente al vendedor que llevó la enciclopedia a casa. Hizo que mi vida tuviera mucho sentido.
Una tarde, mi abuelo llamó a casa. Empezó a decirme cosas lindas y yo, con la soberbia de niña de ocho años, le dije: «Abuelo, muchas gracias, pero no me gustan las adulaciones ni las zalamerías». Soltó una risa tierna y luego me dijo que era yo muy simpática. A decir verdad, me gustaría tener una nieta que me mandara un mensaje al celular usando las palabras «mapamundi», «grosella» o «diabólico».
A mí me gusta rayar los libros, poner caras felices, emoticones, anuncios, corazones, citas, flechas, nombres de otros libros y de otros autores, ideas sueltas. La enciclopedia de pastas rojas terminó destrozada. A veces regreso y observo las marcas en mi vieja Larousse. Me gusta observar la manera en la que me he ido apropiando del lenguaje.
Cuando hablo de lenguaje no solamente me refiero al lenguaje que está encerrado en los libros, sino al lenguaje vivo que anda pululando en el aire. Recordé un texto de Nicolás Buenaventura, un cuentacuentos colombiano, acerca de la importancia de la oralidad.
En África existen casi mil lenguas. La gente se reúne a charlar y contar historias. En las aldeas, contar anécdotas tiene la misma importancia que hacer pan y hacer casas. «Quizá en África la gran mayoría no sabe leer ni escribir, pero cada vez que un viejo se muere es una biblioteca que se incendia. Allí donde lo escrito no existe, el hombre es su palabra», nos dice el cuentacuentos.
La cultura escrita tiene un valor indiscutible, pero también defiendo la cultura oral, esa forma de comunicarnos cotidianamente, con dichos, refranes, regionalismos y toda palabra que salga de la boca por su propio pie.
El lenguaje es nuestro hábitat natural. Me gusta pensar que somos peces y que nadamos en el mar de las palabras. El cardumen se mueve, las palabras se mueven también. ¿Desde dónde viene un vocablo? ¿Por cuántas bocas, cuántos cuerpos y cuántos corazones ha pasado la palabra «amor»?
¿Cómo fue la primera vez que una persona se comunicó con otra mediante una palabra? ¿Qué cara de asombro puso el interlocutor ante la sorpresa? ¿Cuál fue la primera palabra pronunciada en la historia de la humanidad?
Recuerdo a Neruda y su pasión enloquecida, cuando dice:
Amo tanto las palabras. Las inesperadas. Las que glotonamente se esperan, se acechan, hasta que de pronto caen. Brillan como perlas de colores, saltan como platinados peces, son espuma, hilo, metal, rocío. Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito. Las agarro al vuelo, cuando van zumbando, y las atrapo, las limpio, las pelo, me preparo frente al plato, las siento cristalinas, vibrantes, ebúrneas, vegetales, aceitosas, como frutas, como algas, como ágatas, como aceitunas. Y entonces las revuelvo, las agito, me las bebo, me las zampo, las trituro, las emperejilo, las liberto.
Leer De dónde viene. El lado oscuro de las palabras me hizo pensar mucho. Los libros que me gustan son los que me provocan inquietud, los que me llevan a otros libros, a las enciclopedias, a Google, a Wikipedia. Los que me llevan a otras personas, al diálogo, a la charla, la conversación. Comunicarnos es lo único que no podemos dejar de hacer mientras estamos vivos. Aun en silencio decimos. Aun dormidos comunicamos.
La gracia del ser humano es la inteligencia y, por la inteligencia, inventamos el lenguaje. Dice Freire que necesitamos confiar en nuestro lenguaje, amarlo, porque el lenguaje somos nosotros, el lenguaje soy yo, el lenguaje eres tú. Somos nuestras palabras. ¿Cómo no amarlas? Hago público mi juramento y los invito a hacerlo conmigo: «¡Palabras, yo prometo serles fiel, en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, y amarlas y respetarlas todos los días de mi vida!»
Recordemos que el lenguaje también es un instrumento de poder. Quien no tiene la palabra, no tiene nada. En ese sentido es importante insistir en las campañas de alfabetización y todo lo relacionado con ese instrumento básico de la educación y la cultura.
De dónde viene. El lado oscuro de las palabras, de Arturo Ortega Morán, es un libro guapo y erudito. Contiene sesenta artículos breves, de extensión máxima de tres cuartillas, en los que Arturo, de manera divertida, nos va contando algunos de sus hallazgos lingüísticos. ¡Arturo escribe cuentos acerca de las palabras, con palabras!
Es un libro perfecto para leer en el café, en el jardín, en el metro, en la sala de espera. Creo que les gustará a los niños que ya andan metiendo las narices en las enciclopedias, a los chicos que quieren saber mucho para conquistar chicas, a los maestros, a las madres de familia, a los profesionistas y hasta a los astronautas. Es un libro excelente para leer de manera episódica si no tenemos muchísimo tiempo. Podemos dejar el libro en la mesa y compartir el gozo que produce su lectura.
Las historias que encontré en el libro me parecen asombrosas. En uno de los artículos, Arturo nos explica todo lo relacionado con los insultos. Ya podremos saber qué quieren decir cuando nos dicen «pelafustán» o cuando decimos «estúpido».
En otro texto, descubrí algo fascinante de la triste canción «Las Golondrinas», que encierra un acróstico sumamente romántico. Y me encantó conocer historias de la palabra «húngara» y de todo lo relacionado con el cosmos. Confieso que cuando las húngaras pasaban por la casa y pedían monedas a cambio de leer la mano, yo me quedaba maravillada. Quería irme con ellas a recorrer el mundo, con faldas largas, arracadas de oro y peinados extravagantes. De alguna manera, lo hice, gracias a los viajes que he hecho leyendo.
Me caí del sillón cuando se me develó un secreto: el vocablo «mascotas», en su origen, estaba relacionado con hechicerías, amuletos y supersticiones. Pensándolo bien, este Día de Brujas llevaré a mis perros a La Petaca —ese lugar de brujas y hechiceras en Linares, Nuevo León— para que nos hagan una limpia con huevos de gallina negra y ramas de pirul.
El libro cierra con un artículo que contiene una pregunta extraordinaria: «¿De dónde viene la palabra “pregunta”?» Para mi sorpresa, la raíz etimológica viene desde hace muchos milenios y desde algún rincón de Europa y Asia. «Pregunta», nos dice Arturo, probablemente viene de kent, una voz primigenia que expresaba la «acción de herir a un animal o a un semejante con una lanza». Qué salvaje me sentiré de ahora en adelante cuando le pregunte a mi novio, cariñosamente: «¿Me amas?».
Hay muchas historias más, pero debo concluir mis comentarios. Todos los días me pregunto si vale la pena leer y promover el acto lector. Y todos los días me respondo que vale la pena porque el pensamiento, el lenguaje, los libros, la inteligencia, la belleza y la armonía son bienes culturales que nos pertenecen a todos.
Por lo anterior, recomiendo ampliamente la lectura de De dónde viene. El lado oscuro de las palabras. Celebro el acierto de Algarabía Editorial por publicar un libro que nos alienta a encontrar la belleza y la riqueza del lenguaje, a hacernos preguntas, a ponerle más atención a las palabras que nos construyen.
Agradezco a Arturo Ortega Morán su invitación a presentar este libro. Y, para terminar, a todos ustedes, los invito, los incito, los induzco, los exhorto, los aguijoneo, los muevo, les ruego, les pido, les suplico, les demando, los empujo y los instigo a que lo disfruten tanto como yo. Tal vez, en la siguiente reunión, podrán sacarse de la manga una frase dominguera que les otorgue cinco minutos de fama…
Texto leído en la XXIII Feria Internacional del Libro Monterrey 2013, el domingo 20 de octubre, durante la presentación de De dónde viene. El lado oscuro de las palabras, de Arturo Ortega Morán, publicado por Algarabía Editorial.