Pocas veces la muerte de alguien dejará tanta ausencia como la de Umberto Eco, quien falleció en Milán el viernes 19 de febrero a las diez y media de la noche. Tenía 84 años y sucumbió luego de luchar dos años contra el cáncer. Ante este hecho se adelantó el lanzamiento del último libro que había preparado: Pape Satàn Aleppe. Su despedida será en el Castello Sforzesco, edificio que Eco acostumbraba mirar desde la ventana de su casa.
La curiosidad que lo llevó a «saber de todo
El diario La Repubblica, en el cual colaboró muchas ocasiones, escribió este titular: «Muere Umberto Eco, el hombre que sabía todo». Esto era precisamente lo que odiaba Eco, los lugares comunes y las frases hechas que intentaran adularlo, pero es muy probable que se eligiera este encabezado porque simplemente era verdad.
El escritor no se ha ido del todo, nos quedan aquellas revelaciones del pensamiento irónico e inteligente que supo enseñar sin soberbia; sus novelas, ensayos y textos periodísticos son herencia de su pasión por la literatura y su insatisfacción por el rumbo que va adquiriendo nuestra realidad.
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El nombre de la rosa, su más célebre obra, es un relato histórico cuya crítica moral y social a la Iglesia es evidente. Publicada en 1980, la novela vendió 30 millones de ejemplares –y fue llevada al cine con una película dirigida por Jean-Jacques Annaud y protagonizada por Sean Connery–. Esta crítica a la institución católica y su monopolio sobre la cultura durante la Edad Media viene de una tesis titulada El problema estético en Santo Tomás de Aquino, con la cual logró el grado de doctor en Filosofía y letras en la Universidad de Turín en 1954.
«Se puede decir que él, Tomás de Aquino, me haya curado milagrosamente de la fe».
Pero antes del éxito de El nombre de la rosa, Eco ya tenía un gran historial de libros. Dedicado al estudio de la semiótica publicó en 1962 Obra abierta, y La estructura ausente en 1968. Estos trabajos probablemente le dieron su lugar como maestro en la cátedra especializada en esta disciplina por parte de la Universidad de Bolonia, desde 1971 hasta el día de su muerte.
Su capacidad creativa también se vio publicada en una gran cantidad de ensayos, la mayoría dedicados al estudio de la comunicación. Algunos de ellos son El súper-hombre de masas, de 1976, Kant y el ornitorrinco, 1997, Cinco escritos morales, 1998, y muchos más.
«El que no lee, a los 70 años habrá vivido sólo una vida. Quien lee habrá vivido 5 mil años. La lectura es una inmortalidad hacia atrás».
En una entrevista hecha por El País, Eco dice tener siempre en su bolsillo un carné de periodista; y su crítica hacia este oficio se consumó en el libro Número Cero (2015), en el cual hace un análisis de la crisis que atraviesa el periodismo a partir del auge del Internet, a través de un relato ambientado en el año de 1992.
Mezcla de la alta y baja cultura
Fue fundador de la Asociación Nacional de Semiótica, así como de la Escuela Superior de Estudios Humanísticos en la Universidad de Bolonia; y vale señalar la postura nada alentadora sobre las redes sociales. Al respecto escribió:
«El fenómeno de Twitter es por una parte positivo, pensemos en China o en Erdogan. Hay quien llega a sostener que Auschwitz no habría sido posible con Internet, porque la noticia se habría difundido viralmente. Pero por otra parte da derecho de palabra a legiones de imbéciles.»
Con aproximadamente 40 honoris causa concedidos por universidades de todo el mundo, Eco logró profundizar acerca de los cómics, y brinda un excelente análisis sobre el mito de Superman en su libro Apocalípticos e Integrados (1964). A propósito, François Hollande –presidente de Francia–, se refirió a él como un humanista que estaba «igual de cómodo con la Historia medieval que con los cómics».
A diferencia de muchos autores solemnes de la actualidad, él podía ver la distinción entre alta y baja cultura, pero contrario a muchos intelectuales, disfrutaba que ambas se mezclaran.
Sus amigos, colegas y alumnos lo describían como un intelectual de infinita sabiduría que nunca atropelló a nadie con ese conocimiento.
Ganni Rotta, periodista en La Stampa de Turín, escribió: «Era una estrella internacional, pero con sus estudiantes, lectores, colegas, jamás Eco exhibió la pose snob que tal vez otros escritores sí habrían adoptado…»
Eco decía a sus alumnos que para entender la cultura de masas antes había que amarla pues «no se puede escribir un ensayo sobre las máquinas flipper sin haber jugado con ellas». Criticó a los medios de comunicación al mismo tiempo que publicaba en ellos, por ejemplo en el semanario L’Espresso.
Una ausencia tangible
Detrás de sus lentes un rostro amigable devuelve la sonrisa. Al menos así se ve Eco en las fotografías, y los testimonios de sus conocidos lo confirman. Además de ser un escritor talentoso, un teórico de la comunicación, de la semiótica, y un ensayista reconocido, fue una persona con un gran sentido del humor.
«Los libros no están hechos para que uno crea en ellos, sino para ser sometidos a investigación. Cuando consideramos un libro, no debemos preguntarnos qué dice, sino qué significa.» El nombre de la rosa
En todas las entrevistas, semblanzas y reconocimientos lo recuerdan así, como un hombre lúcido que jamás miró con desdén a quienes lo rodeaban, sino al contrario, fingía no saber nada para continuar aprendiendo.
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