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Todos somos iguales, pero no tanto

Ya nos dijeron los bolcheviques que en este nuevo régimen comunista todos somos iguales.

Cuenta la historia que, en una ocasión, un par de años después de la revolución rusa, cuando el régimen comunista acababa de ser instaurado en la Unión Soviética, Ana Pavlova —entonces la prima ballerina del ballet ruso y una personalidad ya reconocida— estaba en su camerino a punto de subir a escena, arreglando los últimos detalles de su vestuario, cuando le avisaron que una de las acomodadoras del teatro —de ésas de linternita— quería hablar con ella.

Ana Pavlova accedió un poco sorprendida: ¿qué querría una acomodadora de ella?, y le pidió a su asistente que la hiciera pasar.

—¿Qué se le ofrece? —preguntó.

—Mire, camarada, yo le venía a decir que, francamente, siento que es una injusticia lo que están haciendo. Ya nos dijeron los bolcheviques que en este nuevo régimen comunista todos somos iguales, tenemos los mismos derechos y debemos obtener los mismos ingresos. Bueno, pues, muy bien; pero, ¿por qué entonces usted gana más de cinco veces lo que yo gano?

Según la historia, Pavlova se quedó pensando medio minuto y le contestó:

—Camarada, tiene usted toda la razón. Le voy a decir a la compañía que, de ahora en adelante, usted y yo ganemos lo mismo. Sólo que, a partir de esta noche, usted baila y yo acomodo.

Ana Pavlova nació el 12 de febrero de 1881 en San Petersburgo. Debutó como solista en el año 1899 y se convirtió en prima ballerina en 1906. Realizó giras por Europa en 1907 y apareció brevemente con los ballets rusos del empresario Serguéi Diaguiliev. Creó su propia compañía en 1911 y se retiró en 1925.

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