Cualquier definición se quedaría corta. Tú también la has oído, sin duda. Y de seguro conoces a algún tiquismiquis, y probablemente lo tenga más cerca de lo que quisiera.
Tiquismiquis designa a esa persona quisquillosa y «exquisita» que siempre tiene algo de qué quejarse; alguna minucia que al simple mortal le da igual, el tiquismiquis la rechaza al instante, sobre todo si es especialista en el tema: que si su platillo no está cocinado justo hasta el punto que le gusta, que si la cátsup no es de tal marca mejor ni la prueba, que es incapaz de salir de casa sin ponerse perfume o con la ropa arrugada, que no va a la playa porque le molesta la arena y que, como nunca nada está suficientemente limpio, se lava las manos de modo obsesivo o siempre carga toallitas húmedas.
Esta voz la empleó por primera vez en español el escritor Francisco de Quevedo, en 1632.
Tiene su origen en el latín medieval hispánico, por una alteración vulgar de tichi, ‘para ti’ y michi, ‘para mí’, que debido a una artificial pronunciación donde se adjudicó a la h un sonido gutural, derivó en tibi y michi, literalmente «cositas para ti y para mí». Esta apropiación puede relacionarse también con la frase latina hodie mihi, cras tibi, «hoy por ti, mañana por mí».
Según el drae, se refiere a los «escrúpulos o reparos vanos o de poquísima importancia» que hace alguna persona, o a la persona que los hace. Se empleó primeramente con referencia a ciertas discusiones teológicas monacales y también alude a riñas o discusiones promovidas con muy poco motivo, pesadas o frecuentes. Si te encuentras a alguien así, anímate, pronuncia la palabra, y quizá hasta te produzca cosquillitas.