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¡Te me lo tomas todo!

El objeto indirecto, es aquel que nombra al ser u objeto que recibe daño o provecho de la acción del verbo.

La gramática tradicional que nos enseñaron en el tercer año de primaria afirma que el objeto indirecto o también conocido como dativo, es aquel que nombra al ser u objeto que recibe daño o provecho de la acción del verbo; es decir nombra al ser u objeto sobre el que recae la acción del verbo en forma indirecta.

También nos enseñó que para reconocer al o i se debe tener presente que siempre comienza con las preposiciones a o para, además de hacer una de las siguientes preguntas, de acuerdo con la preposición que tenga la oración: ¿A quién(es) + verbo + sujeto?, o ¿para quién(es) + verbo + sujeto? La última lección sobre el o “i” consistía en poder sustituirlo por los pronombres le o les, y nos ponían el ejemplo: Llevé una rosa a María – Le llevé una rosa.

Tomada por cottonbro para Pexels

Sin embargo, hay algo más acerca del o i que, aunque lo usamos frecuentemente, la mayoría no registra. Se trata de un uso mediante el cual el sujeto de la acción se involucra en ésta indicando un vínculo estrecho de sentimiento o de interés respecto de lo sucedido en expresiones como «cuídamelo mucho», «estúdiame la lección», «te me lo tomas todo», «no me le des de comer tanto al niño» o «meduele mi cabecita». El me es una forma de o i comúnmente llamado «dativo ético»,que añade un matiz subjetivo al implicar al hablante como persona vivamente interesada y profundamente afectada por el proceso o la acción a que hace referencia el enunciado. De ahí que el dativo ético se considere habitualmente un elemento de carácter muy expresivo y enfático, que encontramos sobre todo en la lengua coloquial, exclusiva del español y muy característica del español mexicano.

«Te me lo tomas todo» es más expresivo que «tómatelo todo», pues significa: «no quiero que te lo tomes, sino espero, deseo y me interesa que te lo tomes». Por medio del me, el hablante se incluye en la acción que se desarrolla. ¿Quién no escuchó en su infancia «te me vas a lavar las manos» o, ya más grande, «te me vas a molestar a la más fea de tu casa»? Expresiones como éstas no implican que el hablante esté a punto de una crisis nerviosa o a punto de quitarle la vida a quien lo escucha, pero sí formulan quejas o preocupaciones que son más explícitas y expresivas que si se omitiera el adjetivo pronominal posesivo con función de dativo ético me.

El dativo ético —también conocido como «dativo superfluo» o «dativo de interés»—, como ya se dijo, es una construcción propia del español. Por ejemplo, los franceses dicen «lloran mis ojos» —ils pleurent mes yeux—, mientras que nosotros decimos, con dativo ético: «me lloran los ojos», como si dijéramos: «lloran mis ojos, los que yo estimo tanto por ser míos», y todo esto se condensa en la forma de interés afectiva del dativo ético: «me lloran los ojos».

Probablemente, el mayor encanto del dativo ético radica en la posibilidad de transmitir, mediante una palabra monosílaba, todo un desgarrón emotivo que seguramente no se podría expresar por medio de otras palabras de más arresto, fuerza y enjundia.

Modesta García Roa tomó sus primeras lecciones del objeto indirecto en la primaria Rafael Delgado en 1993 y las del dativo ético hace poco tiempo en una de sus clases de Lexicología y semántica, en la Facultad de Filosofía y Letras de la u n a m, institución culpable de enraizar su adicción por el lenguaje, la literatura, la cafeína y la amistad.

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