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Tarzán a la mexicana

Desempolvando recuerdos.

Antes de la caricatura de Disney con la maravillosa voz de Phil Collins —Tarzán (1999)—, o la no tan inteligente cinta de George de la selva (1997), con Brendan Fraser, Tarzán tuvo un ícono y ése fue Johny Weissmüller, con su cuerpo musculoso que no era producto de anfetaminas o anabólicos, un hombre de la selva que enloqueció a más de una Jane.

El actor y nadador nació en Rumania en 1904, pero se nacionalizó estadounidense y por este país ganó cinco medallas de oro y una de bronce en varios Juegos Olímpicos. Guapo, se hizo modelo de ropa interior en 1929, de donde brincó a la pantalla grande, en 1932, para seguir en calzoncillos, pero ahora sin más marca que la del Tarzán de los monos. Hizo doce películas de este personaje alimentado por las historias de Edgar Rice Burroghs: seis con la MGM y seis más con RKO.

Tarzán

México y su Tarzán

Silencioso. Lo que no siempre se recuerda es el amor de Weissmüller por Acapulco; ahí grabó su última cinta como Tarzán, en 1948. El «Bello Puerto» le dejó el corazón más atravesado que cualquiera de sus cinco esposas.

Pasaron tres décadas desde esta filmación para que en la última etapa de su vida, enfermo, cansado, después de tener su estrella en Hollywood Avenue, tres hijos y más de 56 años de carrera, se retirara en Acapulco. Ahí murió, y está enterrado en el panteón Valle de la Luz, donde una piedra, no tan discreta, que podría ser la punta gigante de una de sus lanzas, dice primero «Tarzán» y luego «Johnny Weissmüller (1904–1984)».

Pero no nada más porque a Johnny le gustaba el puerto guerrerense les digo que México tuvo un Tarzán silencioso, sino por Damián Pizá, nuestro héroe desconocido: Johnny posaba y Damián nadaba; Johnny gritaba —«¡ah-ah-ah-ahhh!»— y Damián se colgaba de las lianas, peleaba con los cocodrilos, huía de los hambrientos leones… y no le tocaban los besos de Jane.

Pizá fue su doble mientras el actor filmó en México: era nadador, igual que Weissmüller, no olímpico, pero sí mundialista, de los mejores dorsistas y fondistas que ha dado nuestro país. Su espalda ancha y fuerte, combinada con su sangre italo-española-tabasqueña, hacían que en el foro no se supiera cuál de los dos era más guapo. Ambos compartían su amor por el agua y Acapulco, por las mujeres y la música.

Damián Piza posando y viendo hacia la derecha
Damián Pizá, el Tarzán mexicano

Orgullo nacional. Era 1948 y Damián estaba a unos años de lograr una hazaña mayor que ser el único doble mexicano de Weissmüller: cruzar el Canal de la Mancha. Entrenó incansablemente en el agua helada de La Marquesa toluqueña para cruzarlo, ¡y lo logró dos veces! Una en 1953 y otra en 1955. En aquellos años, el país se paralizó para recibir al «tiburón tabasqueño» que pasó más de doce horas nadando de Dover a Calais, uniendo entre brazadas los 34 kilómetros que hay de Gran Bretaña a Francia y los corazones de muchos mexicanos que, a su regreso, abarrotaron las calles de la capital, desde el aeropuerto hasta el Ángel y del Ángel a su casa en Echegaray: porras, flores, cantos y una histórica botella de tequila —regalo inteligente del presidente Ruiz Cortines.

Y si vemos las fotografías hoy, la euforia por Hugo Sánchez en los años 80 o por Ana Guevara en los 2000 se queda corta. Igual que la memoria si no la ejercitamos. Por eso hoy recordamos al más famoso Tarzán, con su silencioso doble mexicano, para que hagan ruido, juntos los dos, en el blanco y negro de nuestros recuerdos.


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