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Sonsacar

Todos conocemos a esa persona sonsacadora.

Mi primera invitación a unos XV años. Yo tenía catorce, y se me hizo apropiado ir «formal»: falda negra y camisa, parecía burócrata. cara lavada, ¿qué diablos son el rímel y el bilé? Mi mamá estaba poco interesada en esos detalles y, en cambio, empezaría a decirme —para nunca acabar—: «Que no te vayan a sonsacar con que te tomes una cerveza». Después habría variaciones: «…con que te tomes otra cuba» y «con que apenas comienza la fiesta», «con que na’ más un caballito» o «¡ya pa’ qué te vas a tu casa…!», largo etcétera.

La cuestión es que en cuanto empieza la vida social, sonsacar es la palabra viejita y chocante favorita de los padres —no vaya a ser que las «malas compañías» nos arrastren a la vida vagabunda—. Pero la verdad es que yo sonsaco, tú sonsacas, él o ella sonsacan… en este continente u otro, vosotros sonsacáis, con tal de obtener lo que queremos.

Todos alguna vez hemos hecho uso de nuestra destreza para convencer a alguien de que haga o diga tal o cual cosa, de que suelte la sopa o desembuche, pues, y así satisfacer nuestra curiosidad o deseo a costa del otro. Y es que sonsacar se dice fácil, pero es todo un arte. Dicha palabra está compuesta por son —«sub»— y sacar, que quiere decir «sacar por debajo», es decir, discreta o ágilmente. Y poco importa el resultado frente al proceso de encantamiento y seducción para:

a) Obtener de alguien algo con habilidad e insistencia

  • Para que el amigo, cansado y harto del huateque, se quede en la reunión —venida a fiesta-rave— una media hora más —que se convierte en tres, por supuesto—: «Ya me voy». «¿ cómo?, ¡si es la primera vez que nos vemos como en tres meses!, no seas payaso, siéntate, ¿qué te traigo?». «Pero es que ya me esperan en mi casa…». [Esta discusión se repite hasta que la víctima cede.]
  • Para que nos regalen sólo un cachito de torta en la escuela: «Ay, qué antojo y qué hambre traigo. [El/la gandalla aproximándose a indefensa niña con sustancioso lunch] oye, se ve buenísima tu torta, ¿te la hizo tu mamá?». «sí.» «se ve bien rica.»… La niña, incómoda y deseando que le conteste «no», pregunta educadamente: «¿Quieres un cachito?» «Ay, qué linda, muchas gracias.» [El cachito se convierte en cachote.]
  • Para que nuestra abue nos dé un dominguito: «Me encantan las papas que venden en tu parque, abue.» «Ay m’ijita, pues dile a tu mamá que te compré unas.» «Ya le dije, pero no quiere.» [con cara de «no rompo un plato»] «¿Y eso? bueno, tráeme mi monedero….» «Ay, abue, no te preocupes.» «M’ijita, yo te las quiero comprar, ándale ve por mi monedero.» «bueno…. ¡Gracias, abue!»

b) Quitarle un servidor o empleado a otra persona

Para que el asistente del jefe nos haga un favorcito: «Ramiro, no seas malito, aprovechando que vas para allá, ¿podrías traerme mis impresiones?» «Es que al jefe le urgen sus papeles, señorita, y de aquí a que se imprimen…» «Pero es rapidísmo, ya lo mandé a la impresora…» «bueno, está bien.»

c) Procurar con maña que alguien diga o descubra algo que sabe y reserva

Para que, con nuestra implacable terquedad, Fulanita nos cuente lo que le dijeron que «no le contara a nadie», o sea, un buen chisme: «cuéntame, cuéntame, ándale.» «¡Ya te dije que no puedo!» «Ay, ya dime. No se lo digo a nadie.» A lo que Fulanita —tiempo después, cansada y derrotada— invariablemente contesta: «bueno, pero no se lo vayas a contar a nadie, eh?». ¡Éxito!

d) Para que el chavo consiga que la chava que le gusta le dé «sólo un besito»

«Ándale, chaparra.» «Ay, Luis, es que ya sabes que no quiero ir tan rápido.» «No te preocupes, Lupita. te prometo que llegamos hasta donde tú quieras… Es que me gustas mucho… ¿Qué, yo no te gusto?» «Ay, gordo, tú también me gustas, no seas tonto…»

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