Admitámoslo: es mucho más sencillo comprar una entrada al cine, empacarse un combo de palomitas y refresco grandes, y disfrutar de una millonaria producción hollywoodense sobre la Roma imperial o la mitología griega, que tomar un libro de historia y leer páginas y páginas con aburridas descripciones, fotografías y datos. Roma y Grecia invaden Hollywood… ¿o al revés?
En la Historia no hay grandilocuencia ni esplendor. Ni drama ni acción. Ni mujeres voluptuosas que cubren apenas sus vergüenzas con togas vaporosas. Ni guerreros sexies con hipertrofia muscular, poca ropa y menos sesos. Así, ¿qué chiste?…
Desde los albores del cine, la magnificencia de los pueblos que habitaron la Hélade y el vasto Imperio Romano han sido fuente de inspiración para guionistas, productores y directores hollywoodenses. Haciendo derroche de recursos, han tratado de recrear esos momentos en el tiempo, o bien simplemente usarlos como un gran escenario para contar una historia.
A estas cintas —así como aquellas «basadas» en las Sagradas Escrituras y el devenir histórico, un tanto exaltado, de nuestros vecinos del norte— los críticos le llaman cine épico.
Según el American Film Institute —AFI—, este género «a menudo toma un evento del pasado —ya sea mítico, legendario o que involucre a una figura heroica—, añade locaciones exóticas y vestuario extravagante, y lo adereza con grandilocuencia, escenas deslumbrantes y música avasalladora, siguiendo las vicisitudes de uno o más héroes, presentadas en el contexto de grandes sucesos históricos». El mismo AFI juzga estos dramas con dureza: «el género épico a menudo reescribe la historia y se caracteriza por: falta de autenticidad, recreaciones ficticias, religiosidad excesiva, una trama intrincada, romanticismo descabellado, ostentación que raya en lo vulgar, corrección política y guiones complacientes. La precisión histórica se sacrifica; el orden cronológico se abrevia, magnifica o altera; y el desarrollo político e histórico de la trama se supedita
a un discurso ideológico particular». Y justo de eso hablaremos en este artículo.
Quo vadis domine?
La versión del italiano Enrico Guazzoni de Quo Vadis (1913) —basada en la novela homónima del polaco Henryk Sienkiewicz sobre el romance entre la cristiana Ligia y el patricio Marco Vinicio— se considera el primer largometraje épico, y una de las primeras cintas con dos horas de duración. Desde este principio, la Historia —con mayúscula, para distinguirla de las historias cinematográficas— ha servido como un mero pretexto para darnos una perspectiva novelada, idealizada o simplificada de los acontecimientos.
De héroes y dioses
El caso de la Grecia Antigua en
la pantalla tiene otros derroteros: como no había quién se escandalizara de lo sucedido —por ejemplo— en las Lupercales, y la inclinación
de los griegos por la filosofía y las ciencias no es precisamente un gancho comercial, muchos guionistas eligieron otra vena para nutrir su inspiración creativa:
la profusa, fascinante y, casi siempre mal entendida, mitología griega.
O, en su defecto, la literatura: las tragedias, o la Ilíada y la Odisea, con todas sus enseñanzas morales sobre el precio que pagó Aquiles y su frágil talón por su arrogancia, y sobre los frutos del ingenio, ejemplificados en el noble Odiseo o Ulises.
Quo Vadis (1913)
Ben-Hur: A Tale of the Christ (1925)
Ben-Hur (1959)
Spartacus (1960)
Jason and the Argonauts (1963)
History of the World: Part i (1981)
Clash of the Titans