Alfonso Reyes (1889-1959) y Jorge Luis Borges (1899-1986) se conocieron, según recuerda este último, en casa de Pedro Henríquez Ureña, en Buenos Aires, a donde Reyes llegó en junio de 1927 como embajador de México en Argentina.Así comenzó una amistad que duró más de 30 años.
Reyes sobre Borges
- Orígenes y tradición
El gran viejo argentino Macedonio Fernández, cuya atildada cortesía y cuyas facciones recuerdan un poco a Paul Valéry, pertenece a la tradición hispánica de los «raros», que puede trazarse por las extravagancias de Quevedo, Torres Villarroel, Ros de Olano, Silverio Lanza y Gómez de la Serna. Sin ser maestro de capilla, ha ejercido cierta influencia en un grupo juvenil argentino, al menos poniéndolo en guardia contra los lugares comunes del pensamiento y de la expresión.
- La obra y la persona
Jorge Luis Borges, uno de los escritores más originales y profundos de Hispanoamérica, detesta, en Góngora, las metáforas grecolatinas ya tan sobadas y las palabras que significan objetos brillantes sin dar claridad al pensamiento, así como desconfía del falso laconismo de Gracián, que acumula, aunque en frases cortas, más palabras de las necesarias.[…] Su obra no tiene una página perdida. Aun en sus más rápidas notas bibliográficas hay una perspectiva original.
Fácilmente transporta la crítica a una temperatura de filosofía científica. Su cultura con letras alemanas e inglesas es caso único en nuestro mundo literario. En sus venas hay sangre escocesa. Su hermana, Norah, es la fina dibujante, esposa de Guillermo de Torre.
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Tiene una parienta anciana a quien visitan los duendes y los espíritus, pero con tanta familiaridad, que ya ella no les hace caso cuando dan en tumbar sillas o descolgar cuadros de las paredes. Borges es algo miope, y su andar parece el de un hombre medio naufragado en el mundo físico. Con todas las condiciones para ser un exquisito, se orienta de modo singular, cuando quiere, por entre los bajos fondos de la vida porteña y el lenguaje de arrabal, en el que ha logrado unas páginas de factura admirable y verdaderamente quevediana, dando dignidad al dialecto. ¡Lástima que estas páginas —de extraordinario valor— resulten inaccesibles al que no ha practicado aquellos ambientes de Buenos Aires!
Borges ha escrito una buena docena de libros entre verso y prosa.
El verso huye de lo
que él llama la manía exclamativa o la poesía de la interjección, y en la prosa, cuando opera con su propio estilo, sin caricatura costumbrista, huye de la frase hecha.
Borges sobre Reyes
- Cómo conocí a Alfonso Reyes
[…] Reyes tuvo que pasar muchos años de destierro, de destierro sin duda muchas veces, en España. Y ahí, tengo la sospecha de que siempre lo vieron un poco como a un latinoamericano o como ellos dirían, como a un hispanoamericano. Es decir que él siempre guardó una actitud de discípulo ante los españoles. Recuerdo una tarde que conversé con él, no, una noche tiene que haber sido, porque nos veíamos de noche los domingos, en la embajada de México.
Recuerdo que él estaba indignado por un juicio más o menos ligero y atolondrado de Ortega y Gasset sobre Goethe. Goethe era uno de los dioses de la devoción de Alfonso Reyes. Entonces, él formuló varias objeciones y yo le dije que por qué no las escribía. Y, entonces él, con genuino estupor, me dijo: «¡Pero cómo voy a polemizar con Ortega y Gasset!». Yo le dije: «Pero todos sabemos que usted es infinitamente superior a Ortega y Gasset».Pero él no podía admitir eso; siempre se sentía en actitud de discípulo ante escritores que eran ciertamente inferiores a él.
Por ejemplo, el tono de reverencia que tenía cuando hablaba de Azorín. Luego él encontró una salida: escribió un libro sobre Goethe, publicado por el Fondo de Cultura Económica de México. Este libro viene a ser una respuesta a Ortega y Gasset. Pero él no se refiere nunca directamente a Ortega y Gasset. Ahora, aquí pueden haber influido dos cosas: por un lado cierta timidez, porque creo que Reyes —a pesar de ser valiente y me consta que fue valiente— era tímido. Y también la cortesía, porque a Reyes no le gustaba disentir de su interlocutor. Y como era infinitamente inteligente, esto lo sabemos todos, a veces hasta inventaba razones a favor de su interlocutor y contra sus propias convicciones.
Yo lo conocí, a Reyes, en casa de Pedro Henríquez Ureña. Luego lo vi en casa de Victoria Ocampo. Recuerdo que
él habló de la «Era Victoriana» en la literatura argentina.
Y luego, él me invitaba todos los domingos a comer en la embajada de México.
Recuerdo que tenía la memoria llena de citas oportunas.
Él se daba a un país y además de cumplir con sus funciones diplomáticas quería conocer a los escritores y, en especial, a los jóvenes escritores desconocidos. Y yo, por aquellos años, era ciertamente joven y más ciertamente aún desconocido. Esto bastó para que Alfonso Reyes me buscara y publicara un libro mío, del cual estoy bastante arrepentido ahora.
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Pero estoy arrepentido de casi todo lo que escribo, cada uno escribe lo que puede y no lo que quiere. Y publicó un libro mío, Cuaderno San Martín, en una serie de libros suyos, creo que se titulaba algo así como Cuadernos del Plata.
Lo que yo no sé es
si yo sentí entonces lo que ahora sé:
que Reyes ha sido uno de los mayores escritores de las diversas literaturas cuyo instrumento es la lengua española.