El disco de Pérez Prado sonaba por tercera vez; mi abuela castigaba a todos con el látigo de su desprecio y mi abuelo bebía de su copita de anís. Todos trataban de olvidar el discurso de mi tío:
—Yo quiero celebrar… [aplausos de los invitados] …la dicha de mis padres en éste, ¡su cincuentavo aniversario!
Los invitados se quedaron en silencio. De hecho, alguien hubiera podido cortar el aire con el cuchillo de la mantequilla, porque
mi tío se había confundido y, en lugar de «quincuagésimo», dijo
cincuentavo. A la hora del mariachi se disculpó, al afirmar que como hispanohablantes mezclamos los números partitivos —las partes en las que se divide un entero, como octavo o doceavo— con los números ordinales —aquellos que están ordenados consecutivamente, como primero, segundo, etcétera—.
Por eso, cuando hablamos del aniversario número cincuenta de nuestros abuelos, tenemos que referirnos al quincuagésimo —del latín quinquagesimus, a, um—, pues, entre la sopa de mariscos de mi abuela que no sabe como la de mi bisabuela y el anís del abuelo escondido detrás del sillón, ¡vaya que ha sido un mérito seguir juntos año tras año! Lo mismo sucede con los lugares obtenidos en una carrera, en un ranking o en una tabla de clasificación, porque ninguno puede intercambiarse por el otro —el primer lugar no lo aceptaría, ¡faltaba más!
Por otra parte, un cincuentavo es un número que puede ser intercambiable: mi cincuentavo de pastel bien puede ser el tuyo o mi abuelo puede dividir su fortuna entre cincuenta nietos y afirmar que a cada uno le tocará un imparcial cincuentavo.
Si bien la rae plantea que quincuagésimo puede servir como un número ordinal —para nombrar a cada una de las partes de un todo dividido en cincuenta—, el Diccionario panhispánico dice que no deben utilizarse como ordinales las formas propias de los numerales fraccionarios o partitivos. Y el Panhispánico es la neta —o, por lo menos, debería serlo, ¿no?
Como también lo son los vericuetos de la palabra quincuagésimo, porque, de una u otra forma, poseen implicaciones religiosas. Allá por 1883, Eulogio Horcajo Monte de Oria contaba que la palabra jubileo se deriva de la raíz hebrea jóbel, que significa «cincuenta», porque entre los hebreos se celebraba ese año con tanto fervor, que nada se cultivaba y los habitantes se mantenían únicamente de lo que producía la tierra naturalmente.
Y también está el quincuagésimo día de la celebración de Pentecostés, que ocurre cincuenta días después de la Pascua, fecha en la que, se dice, Cristo apareció en el monte Sinaí.
Entre que son peras o manzanas, esta avasalladora palabrota, además de ser un singular número, tiene un par de historias que merecen ser contadas, pero eso sí, hay que usarla siempre bien.
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