De entrada lo que hay que entender es que el año bisiesto ayuda a que el calendario anual se mantenga al margen de las estaciones determinadas por las variaciones de nuestra Tierra orbitando en el sistema solar. Desde los primeros calendarios –que medían el tiempo guiados por el movimiento aparente del Sol– se ha buscado arreglar el desajuste temporal ocasionado por la duración de la traslación terrestre, de 365 días, 6 horas y 9 minutos.
El origen de «bisiesto»
En la época del Imperio romano, el calendario que empleaban tenía 304 días dispuestos en 10 meses, de modo que se debía anexar un onceavo mes cada pocos años para compensar el desajuste temporal.
Más tarde el emperador Julio César ordenó una reforma del calendario romano con el fin de ajustar el año al curso del Sol, y correspondiendo las estaciones y la conmemoración de las fiestas romanas con los 365 días divididos en 12 meses del calendario egipcio. Tuvo que añadir dos meses ese año, sumando un total de 15 para iniciar su reforma sin retraso temporal ninguno; así también alteró el orden de los meses, situando en primer lugar enero en vez de marzo –dando lugar así a la distribución del calendario actual.
Para contrarrestar el desfase, en lugar de intercalar un mes cada cierto tiempo, en aquella reforma se optó por sumar un día cada cuatro años.
En los tiempos de aquél emperador, el primer día de cada mes se llamaba calendas, los séptimos días eran nonas, y los primeros quince días de cada mes eran llamados idus. Cuando los romanos llegaban al 28 de febrero decían que era: primum dies ante calendas martias –el primer día antes de las calendas de marzo, mes en el que comenzaba el año–, el 26 de febrero era secundum dies ante calendas martias, y así sucesivamente.
Julio César intercaló un día entre el sexto y el quinto día antes de las calendas, o sea, entre los días que hoy son el 23 y el 24 de febrero. Este día adicional fue llamado bis sextus dies ante calendas martias, o sea: segundo día sexto antes de las calendas de marzo, y el año que contenía ese día agregado se le nombró bissextus.
No obstante, la regla de los años bisiestos en el calendario juliano no logró solventar el problema y generó un retraso de diez días en el calendario civil respecto al calendario astronómico.
En el calendario juliano los años bisiestos eran aquellos cuyas dos últimas cifras son divisibles entre 4, exceptuando los múltiplos de 100 –1700, 1800, 1900…– y los que son divisibles entre 400 –1600, 2000, 2400…– que sí serán bisiestos.
El problema con este sistema es que dejaba 0,000300926 días o 26 segundos al año de error.
Para resolver esto el Papa Gregorio xiii dictó en 1582 la bula «Inter Gravissimas» en la cual establecía que el 4 de octubre de ese año se daría un salto en el tiempo y se convertiría en el 15 de octubre de 1582. A partir del calendario gregoriano –ahora oficial en la mayor parte del mundo– se estableció que habría un año bisiesto cuando el año en cuestión fuera múltiplo de 4, con excepción de los años múltiplos de 100. En total, el calendario gregoriano señala 97 años bisiestos cada 400 años, en lugar de los 100 que marcaba el calendario juliano.
Sin perder el tiempo
¿Por qué trascendió esa ocurrencia de Julio César por un año bisiesto? La respuesta está al fijarnos en el movimiento que la Tierra da alrededor del Sol. Nuestro planeta tarda 365 días, 5 horas y 57 minutos –equivalente a 365.2422 días– en dar una vuelta completa alrededor de este astro.
No podríamos contar rigurosamente que un año dura 365 días pues perderíamos esas casi 6 horas extra que tarda en dar una vuelta completa en el sistema solar, así que lo mejor fue acumular ese tiempo para que en cuatro años sumaran 24 horas y eso se tradujera en un día más para ese periodo –y no perder el tiempo–. La ocurrencia de Julio César tiene coherencia.
Pese a este ajuste del año bisiesto todavía se acumula el desfase de unos segundos, pero tendrían que pasar más de 3 mil 200 años para generar un día más.
Se decidió añadir esta acumulación de horas a febrero porque durante la época de Julio César tanto este mes, como enero, fueron los últimos en señalarse dentro de su calendario –así que febrero estaba en lugar de diciembre, que en realidad era el décimo mes–. Antes esas 24 horas extra eran incluidas entre el 24 y 25 de febrero, por lo cual llamaron a ese día bis sextus, que como ya mencionamos, se traduce a «el segundo día sexto antes de marzo».
Este reacomodo de días fue necesario para sincronizar el año solar con el año cronológico; cada cuatro años contamos 366 días en vez de 365 en nuestro calendario, de este modo las estaciones no se confunden –el inicio de la primavera puede seguir siendo el 21 de marzo, por ejemplo.
A ese año con un día de más luego del 24 de febrero, «el segundo 24», lo nombraban «bisiesto». Sin este acomodo cada 12 años los calendarios se desfasarían tres días.
Sin un año bisiesto cada cuatro, hoy sería 15 de julio de 2017, o en unos años en el hemisferio norte la Navidad caería en mitad del verano… Por cierto, se calcula que cerca de cinco millones de personas cumplen años este 29 de febrero; si eres parte de esta cifra aprovecha especialmente el festejo, porque de lo contrario tendrías que esperar a que otra vez se acumule el día en cuatro años –aunque esta fecha tenga la mala fama de que a lo largo de la historia se asocie con desgracias, ¿habías escuchado de esto?